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domingo, 14 de septiembre de 2014

"¿Culto o caridad?"




Hace tiempo que escucho en la Iglesia y fuera de ella un modo de decir y hacer que bautizaría como "dialéctica de la disyunción". Se trata de una posición bastante difundida que consiste en la exaltación de cierta virtud o acto virtuoso en detrimento de alguna legítima práctica cultual. Paso a explicarme:

Según este modo de pensar se afirma, por ejemplo, que la frecuente y extendida adoración al Santísimo, o el rezo diario del santo Rosario, por ejemplo, serían como "perder un tiempo" "precioso", que debería emplearse en la práctica de más obras de caridad. Así, no son pocos los que profieren expresiones como la siguiente: "Yo no voy a Misa los domingos pero visito a los enfermos". Incluso se llega a criticar la actitud de quienes acuden asiduamente a Misa y no son ejemplares. En este sentido, se efectúan comentarios como el siguiente: "No soy como esa gente que va a Misa, "se golpea el pecho" (sic), y luego en su vida de todos los días, es una mala persona". Como si el ir a Misa "causara" que alguien fuera mala persona, o como si la condición para ser buena persona fuera que alguien dejara de ir a Misa.

Es cierto que se supone que quienes van, deberían ser mejores cada día. Pero también es verdad que los que no van, no están exentos de la obligación moral -más allá de que sean o no creyentes- de procurar ser también ellos cada día mejores. La triste realidad es que muchas veces ni unos ni otros son ejemplares, pero son precisamente los que no van los que, en igualdad de condiciones con los otros, reclaman a éstos lo que ninguno cumple.

Pero la mentada "dialéctica de la disyunción" no se limita solamente a ese terreno. Es frecuente aplicarla también, y con el mismo prejuicio, al ámbito normativo de la Iglesia. Por ejemplo, hay quienes sostienen: "No hay que sujetarse tanto a las normas litúrgicas; lo importante es celebrar de corazón la Eucaristía y los demás sacramentos". Mayormente, y por desgracia, son los mismos sacerdotes quienes pronuncian aseveraciones como esa.

Planteamientos de esta naturaleza no están exentos de falacia. En efecto, si bien nadie puede negar que la práctica de la caridad es la plenitud del cumplimiento de la Ley de Dios, esto no permite deducir que las prácticas cultuales carezcan de valor. Se constriñe a optar por uno solo de los elementos de este binomio, dando por descontada su mutua exclusión, cuando, en realidad, ambas cosas son necesarias.

Es justo admitir, por otras parte, que hay quienes, so pretexto de realizar sus prácticas religiosas públicas o privadas, litúrgicas o piadosas, rehúyen al cumplimiento de los mandamientos y descuidan sus deberes de estado. Por estar "rezando", no tienden la mano al hermano necesitado; por asistir a demasiados actos litúrgicos o responsabilizarse de un sinnúmero de actividades en su comunidad parroquial, desatienden sus obligaciones familiares. Todo esto es indiscutiblemente reprobable. Pero el error aquí no está en los actos de culto que se realizan, que son de por sí laudables, sino en la caridad fraterna que se omite practicar, es decir, en las obligaciones que incumplen.

Una fe celebrada de acuerdo con la normativa de la Iglesia, pero no puesta en acto en la caridad hacia los hermanos, es vana apariencia, mero ornato exterior. Y una "fe" vivida pero no celebrada en el culto necesario y legítimo querido por Dios y aprobado oficialmente por la Iglesia, puede devenir en asistencialismo transitorio, y puede ser sospechada de interesada actitud con fines propagandísticos.

En definitiva, la práctica de una "fe" creada por el mismo hombre y hecha a su medida, idolatra el individualismo y atenta contra la concepción de "Pueblo de Dios", categoría esencial en el plan de salvación de la humanidad. De hecho, es verdadero que el Padre envió a su Hijo para que me salve a mí, pero no solo sino en comunidad. La salvación que el Señor Jesús nos obtuvo de una vez para siempre, si bien depende de cada uno, está dirigida a todos. De ahí la noción de Iglesia, "Cuerpo Místico de Cristo".

Podemos concluir diciendo que no se trata de plantear el binomio "culto/caridad" en términos excluyentes, sino como las dos dimensiones de una única realidad, la de la fe celebrada y vivida para gloria de Dios, salvación del género humano y recapitulación en Cristo de todo lo que existe.


14 de septiembre de 2014, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.




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