El sacro Llanto del Señor
Probablemente, nuestro Señor Jesucristo, desde la misma santa Noche de su Nacimiento hasta su Muerte en la Cruz, lloró varias veces.
Las Sagradas Escrituras solamente nos dan cuenta de tres:
-Por la muerte de su amigo Lázaro (Jn. 11, 35), a quien resucitaría de inmediato.
-Por Jerusalén y por lo que ella padecería a causa de no haberlo reconocido como Mesías. (Lc. 19, 41).
-Después de la Última Cena, y antes de ser apresado como un malhechor, a causa de la traición de Judas Iscariote -y la nuestra-. (Heb. 5, 7).
Un templo dedicado al Llanto de Jesús por Jerusalén
En la Tierra Santa, literalmente bendecida por sus huellas, sus lágrimas y su misma Sangre, en el mismo lugar en donde Cristo lloró, existe una Iglesia dedicada a este Llanto del Señor por su amada Jerusalén. Se llama Dominus flevit ("El Señor lloró"). Fue construida en 1955 en el Monte de los Olivos, sobre restos de un templo bizantino y de un monasterio y una capilla dedicados a la santa profetisa Ana, mencionada en el Evangelio de Lucas que relata la Presentación del Señor en el Templo.
La iglesia, vista desde afuera, tiene la forma de una lágrima:
El retablo de la iglesia que no está en ella
En el interior del santo recinto, hay un gran ventanal. Mirando a través de él desde el interior, se aprecia una excelente panorámica de la ciudad. Las imágenes hacen las veces de retablo:
La gallina que representa al mismo Señor
En el precioso altar de mármol, se observa un mosaico que reproduce la imagen de una gallina que protege bajo las alas a sus pollitos, en alusión a otro texto bíblico, en el que nuestro Salvador dice:
La Misa propia
En ese sagrado lugar, el miércoles de la segunda semana de Cuaresma, con el grado litúrgico de "solemnidad", se celebra la Misa de la "Conmemoración del Llanto del Señor" (In Commemoratione Fletus Domini), en la que se proclama la página alusiva del Evangelio (Lc. 19, 41-44):
Flevit super illam
Seguirá resonando, a lo largo de los siglos, el santo reproche de Jesús a su tierra (y a nosotros), el dolor que Él mismo sintió al ser rechazado, la dura advertencia para quienes no lo aceptan como Salvador, y el testimonio del amor que, a pesar de todo, lo impulsó a morir crucificado por todos los pueblos y generaciones.
Es verdad de fe que Jesucristo Resucitado, en su Cuerpo glorioso y en su Alma santísima, ya no sufre más y vive para siempre.
Pero también es cierto que padeció, padece y padecerá hasta el final de los tiempos en nosotros, los miembros de la Iglesia, su Cuerpo Místico.
Unámonos espiritualmente a las celebraciones litúrgicas de la iglesia Dominus flevit, en la Tierra de Jesús, pidámosle la gracia de las lágrimas que sean señal de arrepentimiento y conversión.
Reflexionemos qué de lo que hacemos o dejamos de hacer puede provocar no ya el Llanto sino un santo reproche, similar al que el Señor hizo a Jerusalén, su patria amada:
¡No has conocido el tiempo en que te visité!
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