"Amado san Juan Pablo II, que con espíritu profético, instituiste lo que sería para siempre el acontecimiento de gracia de mayor convocatoria de la Iglesia y el mundo: las grandiosas Jornadas Mundiales de la Juventud, cita de los jóvenes del Planeta con el Papa, Vicario de Cristo y Sucesor de Pedro.
Desde entonces , numerosas ciudades de la Tierra han acogido esta verdadera fiesta de fe, alegría, unidad y esperanza.
Hoy, al contemplarte entre los bienaventurados del Cielo, dirigimos a ti nuestra plegaria, como patrono a perpetuidad que eres de ese portentoso evento de gracia.
Que las semillas plantadas por los jóvenes en aquellos lugares, y en las sedes futuras, sigan produciendo frutos de paz, justicia y concordia entre los pueblos.
Que los jefes de las naciones, sobre todo aquellos a quienes las diferencias los separan, constaten, en cada Jornada Mundial de la Juventud, de qué manera es posible superar todo aquello que obstaculiza el encuentro fraternal y cuán vigente y necesaria, cuán libre y espontánea, es la fe católica, profesada y vivida con entusiasmo y compromiso.
Amado Pontífice, padre, amigo, líder y celestial protector de los jóvenes, infunde en sus corazones el amor incondicional a Cristo y a su Iglesia, la genuina devoción a la Santísima Virgen María, el afecto filial al Sumo Pontífice y el apasionado ardor misionero que caracterizó tu vida.
Que las sucesivas generaciones de esta juventud alegre y comprometida enciendan en numerosos corazones la esperanza de que es posible un mundo mejor.
Que la Cruz peregrina que entregaste a los jóvenes, para que presidiera estos cenáculos mundiales a cielo abierto, les haga atesorar siempre en el corazón tus palabras de que solamente en Cristo muerto y resucitado, hay salvación y redención.
Que al contemplar el icono de la Virgen, Salus Populi Romani, experimenten la ternura y la protección de la Madre de Dios, a la que amaste inefablemente.
San Juan Pablo Magno, que las Jornadas Mundiales de la Juventud, el más precioso tesoro que nos legaste, sean como una estela luminosa que muestre al mundo la belleza del rostro de la Iglesia, y que surquen los siglos hasta la Segunda Venida de Cristo, al final de los tiempos.
A Él sea la gloria y la alabanza, la adoración y la acción de gracias, junto con su Padre y con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén".
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