Las Jornadas Mundiales de la Juventud, instituidas a perpetuidad por el profético y santo Papa Juan Pablo II, son un fenómeno con características tales, que no tiene punto de comparación con ningún otro evento, de la naturaleza que fuere.
En sus versiones internacionales, se llevan a cabo cada dos o tres años. (La excepción fue la de Portugal en 2023), cuatro años después de la de Panamá, originalmente prevista para 2022 pero postergada un año a causa de la pandemia del COVID-19). Las ediciones diocesanas/eparquiales tuvieron lugar (hasta 2020) el día Domingo de Ramos. A partir de entonces, por decisión del Papa Francisco, se fijaron para el último domingo del Año litúrgico, en que se celebra la solemnidad de nuestro Señor, Jesucristo, Rey del universo o, de acuerdo con lo dispuesto por los pastores de las distintas diócesis, en una fecha muy cercana a ese día. El cambio de la fecha litúrgica del evento, trasladándolo desde el Domingo de Ramos al de la solemnidad de Cristo Rey, lo anunció el Papa Francisco en esta misma solemnidad del año 2020 (22/11), en que se realizó el paso de la Cruz de las Jornadas Mundiales del la Juventud y el icono de la Virgen Salus Populi Romani, de la Delegación panameña (que había acogido en 2019 el gran Encuentro), a la portuguesa, que sería la próxima anfitriona (2023). Este pase de los los símbolos sagrados se solía efectuar en Roma y ante el Papa, el Domingo de Ramos siguiente a una edición internacional, pero, con motivo de la pandemia, en 2020 se postergó hasta la solemnidad de Cristo Rey, quedando para el futuro definitivamente fijados para dicha solemnidad, tanto el pase como la versión diocesana de cada Jornada Mundial de la Juventud.
La Realeza de Jesús, por los inescrutables designios divinos, sigue iluminando las Jornadas Mundiales de la Juventud. Tal misterio, manifestado por la sabia pedagogía de la Iglesia en la primera parte de la liturgia del Domingo de Ramos, se expresa con todo su esplendor en la solemnidad de Cristo Rey, ya sin los límites impuestos por el inicio de la Semana Santa
El humanamente inexplicable éxito de toda JMJ
El éxito absoluto de toda JMJ en cada una de las celebraciones internacionales, (de las que las diocesanas son siempre una adecuada preparación), se ha manifestado en el impacto y la repercusión de carácter verdaderamente universal que siempre han tenido.
Difícilmente puedan acercarse a una convincente explicación de la grandeza de este fenómeno quienes intenten hacerlo solamente por vías racionales.
El hecho de que estas Jornadas se hayan celebrado en ciudades que son sede de grandes Santuarios católicos, como Santiago de Compostela (1989), Czestochowa (1991), o en otras, de mayoría católica como Buenos Aires (1987), Roma (2000), Cracovia (2016), o Panamá (2019), podría justificar el éxito de la convocatoria en esas oportunidades. Pero su realización en grandes ciudades en las que reina un arraigado laicismo, y que por lo mismo, están lejos de simpatizar con el catolicismo romano, no parece tener una explicación que convenza demasiado. Es el caso de grandes metrópolis como Denver (1993), París (1997), Colonia (2005) o Sydney (2008).
En efecto, pretender "encapsular" lo divino dentro de los parámetros exclusivamente humanos, es empobrecer la realidad.
Cuando Juan Pablo II congregaba a grandes multitudes de jóvenes, algunos "analistas de la realidad" (?) decían: "Los jóvenes responden en gran número a estas convocatorias, porque les gusta 'el cantante, no la canción' ", queriendo afirmar que la figura carismática del Papa polaco los atraía, a pesar de la 'obsoleta' doctrina católica que predicaba. Pero esta explicación cayó por tierra cuando el sabio y humilde, aunque menos carismático Pontífice Benedicto XVI, supo congregar a multitudes incontables de jóvenes en las tres Jornadas Mundiales de la Juventud que presidió, más allá de todo cálculo previsto: me refiero a las ya mencionadas Colonia y Sydney, como así también la de Madrid (2011).
El fenómeno de las Jornadas Mundiales de la Juventud sigue cautivando
En la edición de Río de Janeiro (2013), el Papa Francisco cautivó literalmente a casi cuatro millones de jóvenes provenientes, como siempre, de los cinco continentes. Algunos han pretendido explicarlo por la humildad, la cercanía o la sencillez de las palabras del primer Papa argentino. Sin duda, que a apenas cuatro meses de su elección como Sucesor de Pedro, todo eso influyó. Pero tampoco consigue ser una explicación acabada del nuevo éxito rotundo de la XXVIII edición de las Jornadas Mundiales de la Juventud, ni de las siguientes: Cracovia (XXXI), Panamá (XXXIV), Lisboa (XXXVIII).
¿Qué elementos deberíamos tener en cuenta para acercarnos a una explicación al menos creíble del siempre renovado éxito de estos Encuentros?
Parece que en primer lugar se debe a la madurez de la fe de los jóvenes auténticamente católicos, que reconocen en el Pontífice Romano, quienquiera que fuere, al máximo líder moral de la humanidad, en una sociedad de hipocresías, superficialidades y falsos ídolos.
En estas multitudinarias Fiestas de la Fe los jóvenes no han ido a reunirse puntualmente con Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco, sino con el Vicario de Cristo, que de acuerdo con la Voluntad Divina, asume diferentes nombres, aunque es referente de la única y verdadera fe.
De hecho, no creo que el antes cardenal Jorge Mario Bergoglio (después, Papa Francisco), aunque hubiera acudido a la JMJ de Río de Janeiro o a las de Cracovia, Panamá y Lisboa, como Representante papal, hubiese congregado a esa ingente ola de jóvenes. Ni siquiera creo que sus palabras hubieran sido las mismas. Es el Espíritu Santo el que elige y unge como tal al Sucesor de Pedro y lo prepara para la misión que le encomienda, a la vez que suscita en los corazones humildes el amor filial a su persona, la conciencia de su altísima dignidad, y la obediencia a su Suprema Autoridad. Lo mismo vale para las demás Sucesores del apóstol san Pedro.
Mortificación oferente y Jornadas Mundiales de la Juventud
Cada JMJ es como una "muestra" fiel de la vida de fe de todo ser humano. Y esta vida de fe, aunque apasionante, no es fácil.
Los jóvenes que acuden a estas citas son conscientes de que deberán experimentar el cansancio, el hambre, el calor, el frío, la incomodidad. Muchos hacen grandes esfuerzos económicos para trasladarse a lugares a veces muy lejanos de sus países de origen, a culturas desconocidas. Saben que muy probablemente no gozarán de las comodidades de sus propios hogares, por modestos que éstos pudiesen ser.
¿Qué los lleva, entonces, a resignar tantas otras cosas necesarias, para acudir a una cita que con seguridad no les reportará ningún beneficio material sino al contrario?
¿Qué los lleva, entonces, a resignar tantas otras cosas necesarias, para acudir a una cita que con seguridad no les reportará ningún beneficio material sino al contrario?
Ocurre que estos jóvenes, defraudados por todo y por todos, saben bien que la verdadera felicidad está en Cristo, y que no hay nada más bello que vivirla y celebrarla como una gran fiesta junto a otros hermanos y hermanas, aun a costa de los obstáculos. Han comprendido que el sacrificio y el dolor, dignamente vividos y ofrecidos al Señor, son semillas que edifican el Reino de Dios y contribuyen a la salvación de la humanidad.
Con ese espíritu, quieren demostrar al mundo que la fe no es un conjunto de añejos y aburridos postulados que tenemos la obligación penosa de conocer y de practicar so riesgo de condenarnos eternamente. Por el contrario, estos jóvenes (y no me refiero solamente a los de edad física sino también a los de corazón, que participan igualmente numerosos en cada JMJ), proclaman ante el mundo la belleza de la fe, la juventud de la Iglesia Madre, y la lozanía y actualidad del mensaje de Jesucristo.
Río de Janeiro: Altar Misa de Envío (JMJ, 2013) |
La juventud unida, icono profético de la Iglesia indivisa
Cuando uno contempla en cada JMJ la grandiosa asamblea de jóvenes reunidos en los actos centrales, litúrgicos y no litúrgicos, o cuando se los ve avanzando de a millares por las calles de cada ciudad sede, haciendo flamear las banderas de sus países de origen, y entonando cánticos en sus respectivas lenguas, se puede apreciar la ausencia de rivalidades de cualquier índole. ¡Gran lección para el mundo de hoy!
El colorido mosaico de la diversidad racial y cultural resplandece en el todo de la única Iglesia de Dios, Santa, Católica y Apostólica.
Los antiguos y nuevos conflictos entre países, sean del origen que fueren, jamás emergen en una JMJ. Ese tipo de diferencias están muy por debajo de la grandeza de la fe que hermana a los jóvenes. De esta realidad son mucho más conscientes estos mismos jóvenes, que muchos medios de comunicación que a veces hasta rozan la ridiculez, en su intento fallido de analizar el fenómeno JMJ desde perspectivas meramente humanas.
En toda JMJ se ve a los jóvenes abrazados, orando, cantando, compartiendo, poniéndose al servicio del otro. La diferencia de lenguas y costumbres nunca es un impedimento para que se entiendan. El lenguaje de la fe se eleva por encima de todo ello, y es tan exquisitamente elocuente, que se hace patente en el tesoro abundante de manifestaciones de la liturgia y la piedad católicas.
De hecho, a nadie es ajena la gran Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud ni los crucifijos que todos llevan en el pecho. Ante nadie pasa desapercibido el célebre icono de María que siempre acompaña a la Cruz, como así tampoco los diferentes rostros de la misma Madre común que, con amor filial, los peregrinos traen de sus naciones de origen. Tampoco les son indiferentes objetos sagrados como los rosarios, las medallas y escapularios, gracias a los que, de la mano de María, todos aprendemos a contemplar el Rostro de Cristo.
Todos los peregrinos se sienten uno al orar de rodillas y en silencio absoluto ante el Santísimo Sacramento, al levantar las manos al Cielo o al unirlas para rezar, al inclinar la cabeza para recibir la bendición, o al arrodillarse ante el ministro sagrado para obtener la absolución de los pecados.
Todos son uno al sentir y manifestar de las formas más diversas ese amor sobrenatural al Papa, ese "hombre vestido de blanco" que Dios ha puesto providencialmente como cabeza y guía de la Iglesia, y como referente moral de toda la humanidad.
Demos gracias a Dios por el don inestimable de las Jornadas Mundiales de la Juventud, un tesoro que seguirá escribiendo las más bellas páginas de la historia de la humanidad. Pedimos a su santo fundador y patrono, Juan Pablo II, que sean fermento para un mundo nuevo de amor, concordia y paz.
Esta es la Cruz que perdura hasta hoy como recuerdo de las celebraciones conclusivas de la XV Jornada Mundial de la Juventud de 2000 (Tor Vergata, Roma, 19-20/8/2000):
15 de agosto de 2013, solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.
25° aniversario de la publicación de la Carta Apostólica Mulieris dignitatem, del Sumo Pontífice Juan Pablo II.
20° aniversario de la Misa conclusiva de la VIII JMJ, en Denver, EEUU, presidida por Juan Pablo II.
13° aniversario de la Ceremonia de Apertura de la XV JMJ, Jubileo de los Jóvenes, en Roma, en la Plaza de San Pedro. En esa inolvidable tarde de verano, tomé la siguiente foto a Juan Pablo II. Él venía de acoger a los jóvenes italianos en la Plaza de San Juan de Letrán, e ingresaba a la Plaza de San Pedro para dar la bienvenida a los jóvenes de los otros países del mundo, entre los que me encontraba, por gracia de Dios.
(Última actualización de la entrada: 2/7/23).
(Última actualización de la entrada: 2/7/23).
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