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sábado, 21 de septiembre de 2013

Reeducar nuestra fe





"La tercera fila que no vio"

El 14 de septiembre de 2013, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, junto a más de 200000 peregrinos, participé de la Solemne Eucaristía de Beatificación de José Gabriel del Rosario Brochero*, sacerdote diocesano de Traslasierra, provincia de Córdoba, en Argentina (fue canonizado en Roma, en 2016). La presidió, en nombre del Papa Francisco, el cardenal Angelo Amato, entonces prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
Ya desde los días anteriores habían comenzado a llegar peregrinos de todo el país.
El viernes 13 el cardenal argentino Estanislao Karlic, ante miles de peregrinos, presidió una Misa en la Catedral de Villa Cura Brochero.
El lunes 15 el entonces obispo de Cruz del Eje, monseñor Santiago Olivera, presidió la Misa de Acción de gracias en la misma catedral. La concurrencia también fue muy numerosa.

Acontecimientos como éste, más que otros, ponen de manifiesto cómo entendemos nuestra fe, cómo la vivimos.

Es claro que la Iglesia Católica no ha perdido su poder de convocatoria en ninguna parte. Sus hijos más devotos acuden en muy elevado número allí donde se realicen eventos de tal magnitud.

Sin embargo, es necesario velar por la fe del pueblo fiel y depurarla de todo aquello que pueda manchar su integridad. En pocas palabras, es preciso REEDUCARLA.

Es lo que me hizo notar Cristian Battello, un hermano muy comprometido con la labor evangelizadora de la Iglesia, que también participó de los actos de estos días de gracia. Me pidió que escribiera sobre una realidad de la que se viene percatando en las numerosas peregrinaciones misioneras que realiza. El hecho, del que también yo puedo dar cuenta, es muy concreto.


Este hermano, al entrar en la Catedral de Villa Cura Brochero, durante estos días siempre abarrotada de fieles, observó lo que detallo a continuación:

Por un lado, se veía una extensa fila de peregrinos (tanto, que parecía interminable). Todos aguardaban pacientes su turno para venerar las reliquias del Beato Padre Brochero.

En otra nave de la iglesia se veía otra fila con muchas menos personas, aunque numerosa también, en la que los peregrinos aguardaban para confesarse.

Lo que le llamó la atención a mi hermano es "la tercera fila que no vio". En efecto, en la misma Catedral, y en un lugar destacado, se encontraba el Sagrario, en el que estaba el Santísimo Sacramento, ante el cual todos pasaban indiferentes. Si le hubiésemos preguntado a cualquiera de los peregrinos presentes en el templo Quién estaba en el Sagrario, no caben dudas de que habrían respondido correctamente: "El Señor Jesús Eucaristía". Esto es lo primero que aprendemos los católicos cuando estudiamos las verdades de la fe.

¿Cómo se explica, entonces, que nuestros actos no se condigan con nuestras palabras? ¿Creemos de corazón lo que hemos aprendido del Catecismo, o simplemente lo confesamos con los labios?

La devoción, el amor y la gratitud hacia el nuevo beato era de esperarse y no deja de ser admirable. Él fue un icono viviente de Jesús, Buen Pastor. Su vida y su obra producen frutos materiales y espirituales también hoy, y seguramente seguirán produciéndolos. No parece extraño el deseo de los fieles de honrar al beato en los días en que la Iglesia, habiendo reconocido sus virtudes, decide elevarlo oficialmente a la gloria de los altares, proponiéndolo como modelo a imitar. Pero si nos quedamos en la simple veneración del bienaventurado (que, quiero insistir, es legítima, aconsejable y hasta laudable), pero no acogemos sus enseñanzas ni seguimos sus ejemplos, algo no anda bien en nuestra fe.
Los santos y beatos son una constante invitación a que nos acerquemos más a Dios, y a que nos reconciliemos con Él mediante una auténtica conversión. Y son ante todo los sacramentos de la Iglesia los que hacen posible todo esto.
Si me acerco a venerar las reliquias de un beato pero no me he decidido a dejar de lado todo aquello que me aparta de Dios, mi devoción no producirá todos los frutos que debería.

El hecho de observar numerosos peregrinos en la fila aguardando su turno para la Confesión sacramental no deja de ser un signo alentador. No es extraño constatarlo en grandes acontecimientos eclesiales. Pero, por otra parte, la casi siempre escasa presencia de fieles ante los Sagrarios en los que está el Santísimo, es preocupante. La Eucaristía es el más grande de los sacramentos. Más aun, es el Tesoro más precioso que la Iglesia -y solamente ella- tiene para ofrecer. Es su mismo Esposo, Dios verdadero, Salvador del género humano. Y está allí. Siempre está allí como el Divino Solitario. Muchos hijos de la Iglesia han considerado esta triste realidad de la soledad del Rey Eucarístico, y han catequizado a los fieles para revertirla. Me viene a la memoria la vida y obra del beato Manuel González, sacerdote español de los "Sagrarios abandonados",  a cuya labor evangelizadora me es grato remitir en este momento.

El tema puntual de lo observado por mi hermano Cristian en la Catedral de Villa Cura Brochero (lo de "la tercera fila que no vio"), bien puede considerarse la fiel muestra de una extendida realidad eclesial:


Nótese la soledad del Sagrario (atrás a la derecha)

En síntesis, los fieles se acercan devotamente a las reliquias, y como enseña nuestra Madre Iglesia, las veneran y piden gracias con la confianza de obtenerlas de Dios, por intercesión del nuevo beato.

O sea que veneran devotamente los restos sagrados del beato pero pasan indiferentes ante el Santísimo; no se postran en adoración ante el Dios verdadero, realmente presente bajo las apariencias del Pan y del Vino eucarísticos. No está mal aquello pero debemos corregir esto. No hay que dejar de hacer lo primero, pero hay que empezar a practicar mucho más frecuentemente lo segundo. A esto me refería al hablar de la necesidad de "reeducar la fe" de los católicos.

Pienso que el primer paso es que tomemos conciencia de esta realidad nosotros mismos, y que empecemos dando el ejemplo. Si nuestros hermanos nos ven en reverente y constante adoración ante Jesús Eucaristía, es el mejor testimonio de que allí en el Sagrario Sí hay Alguien. No porque se nos diga sino porque de veras Lo percibimos. No podría haber tanta gente adorando, dando gracias y suplicando, a nadie.


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Que la Santísima Virgen María, Mujer Eucarística, la primera que adoró al Verbo encarnado, nos enseñe a hacerlo con el corazón.

21 de septiembre de 2013, fiesta de San Mateo, apóstol y evangelista.
*El 16 de octubre de 2016, el Papa Francisco canonizó al "Cura Gaucho" en la Plaza de San Pedro.
(Última actualización de la entrada: 19/10/17).

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