Dos personalidades diferentes, pero una misma fe y un amor fraterno ejemplar, evangélico.
Contrariamente de lo que muchos enemigos de la Iglesia hubieran querido, el Papa Francisco, con un estilo totalmente diferente del de Benedicto XVI, mantiene con éste una relación que va mucho más allá de la cortesía protocolar y de la "diplomacia vaticana" de la que tanto se habla. El Papa reinante ama fraternalmente a su inmediato predecesor y no duda en expresárselo con palabras y gestos, cada vez que se le presenta la oportunidad. Este sentimiento es igualmente correspondido.
Muchas veces en la historia de la humanidad -y también en la de la Iglesia, por qué no decirlo,- ha habido -aún hoy los hay- ejemplos de intolerancia, incomprensión y división, de prejuicios e intrigas.
Por eso, casi atónito, nuestro tiempo presente asiste a la convivencia fraterna, armoniosa y recíprocamente fructuosa de dos legítimos Sucesores del Apóstol San Pedro en la Cátedra Romana: El Papa Francisco, y el Papa Emérito Benedicto XVI.
Contemplar tal ejemplo de hermandad entre los dos máximos exponentes del Catolicismo Romano, y más aun, entre los dos hombres de mayor Autoridad de la humanidad, es sin duda, un elocuente "signo de los tiempos", prenda y anticipo de la unidad fraterna a la que nos exhorta Cristo.
El respeto y la mutua colaboración entre estos dos padres e hijos predilectos de la Iglesia, es un llamamiento a todos los que rehuimos a aceptar a los demás como son, y a reconocer que, más allá de las diferencias, la Sangre de Cristo nos ha hermanado.
Quienes se empeñan en considerar a la Iglesia como una Institución con meros fines políticos y con intereses creados, no comprenden cómo es posible que haya una convivencia pacífica entre dos líderes tan diferentes en su modo de ser cuanto idénticos en los valores que encarnan y en las metas a las que aspiran. Es la misma fe la que hace la que ellos sean "uno en Cristo para que el mundo crea".
Su Santidad Benedicto XVI, un hombre humilde, durante muchos años falsa y hasta groseramente presentado como "soberbio", "cerrado", "frío", "conservador" -como si en la fe, este último calificativo tuviera al algo de peyorativo- , ha dado un ejemplo de grandeza pocas veces visto en la historia: Ha renunciado libremente a la más alta Autoridad, religiosa y civil, que pueda tener cualquier hombre sobre la Tierra, el rango de mayor alcance y gravitación universal.
Ante la sorpresa de todo el mundo, incluidos sus más allegados, en un acto de humildad más grande que la dignidad a la que renunciaba, ha explicado que dimitía, debido a lo dificultoso que se le hacía el cumplimiento de una responsabilidad de tamaña envergadura. Es evidente que ninguno de los que lo había acusado de soberbio, tradicionalista y amante del poder, tendría la grandeza ni el coraje de realizar voluntariamente un acto tan humilde, desprovisto de sed de fama y poder.
Nadie puede pedir la renuncia a un Papa; únicamente él puede presentarla libremente, y solo ante Dios.
Resulta sugestivo que un Papa, al principio tan pronta y universalmente aceptado y legitimado como Francisco, sea el primero en reverenciar, encomiar y agradecer la vida ejemplar y el Pontificado de su inmediato predecesor, que fue tan injustamente cuestionado por algunos sectores intoxicados con ideologías caducas y con prejuicios que se asientan en torpes falacias.
Son los mismos sectores -no solamente "no católicos" sino también "pseudocatolicos" o "anticatólicos"-, los que calificaban de "dogmático" y "conservador" a Juan Pablo II, los que, al asumir Benedicto, trasladaron a este sus críticas, fingiendo que "rehabilitaban" al Papa polaco. Esta pretendida "exaltación" de un Pontífice "a costa" de otro, es recurrente en la historia. Lo vimos en Francisco, allá por los inicios de su Pontificado. Muchos trataron de "enaltecer" su figura, desprestigiando la de Benedicto XVI. La Santa Sede, al enterarse de los comentarios favorables al Papa argentino vertidos en alguna conocida revista, junto a expresiones ofensivas sobre su predecesor, no ha dudado en llamar "grosería" a esta actitud adulatoria de carácter tan ideologizado como prejuicioso e instrumentalizado.
Otro ejemplo de esta realidad es la "Carta" de la exdirectora de Catholic.net, Lucrecia Rego de Planas, en la que exalta (muy justamente, por cierto), a Benedicto XVI, pero embiste contra Francisco, sin otro fundamento más que su propia opinión, fruto de una visión parcializada de algunas expresiones y acciones de este Papa, totalmente sacadas de contexto. Se le reprocha el "incumplimiento" de tal o cual norma litúrgica de la Iglesia. Parece que se ignora que el Papa tiene la autoridad plena para modificar de modo permanente o ad actum cualquier norma de la Iglesia. Las que no puede modificar son las leyes de Dios, es decir, los Mandamientos, ni lo esencial de todo aquello que sea de institución divina, como son los sacramentos.
La autora, haciendo uso y abuso del sustantivo "perplejidad" y de sus derivados, expresa lo supuestamente "dolidas" que se sintieron determinadas personas, por algunas expresiones del Papa Francisco. Se trata de frases tan alejadas de su contexto, que, o bien, las personas "ofendidas" no tienen la mínima capacidad interpretativa, o bien, la autora de la Carta está proyectando en los demás una serie de inseguridades, prejuicios y heridas personales aún no cicatrizadas.
Es admirable la habilidad de algunos medios para "seleccionar" una porción de la realidad que "ilustre" parcialmente lo que han elegido demostrar. En los primeros años de su Ministerio petrino, era común cronicar, fotografiar o grabar a Francisco besando niños o visitando enfermos; expresando su anhelo de una "Iglesia pobre", de una Curia más operativa y de cuentas más claras en la Santa Sede. Benedicto XVI también se expresaba y procedía así. Pero los medios optaban por no dar a conocer esto porque contradecía la falsa imagen que habían querido transmitir del Papa alemán. No les convenía que Benedicto hubiera empezado a parecer menos "antipático" de lo que se habían empeñado en "retratar".
Pero pocos medios reprodujeron o reproducen las palabras de Francisco cuando se pronuncia con absoluta firmeza en temas como la defensa de toda vida desde el momento de la concepción, o su amor y obediencia a la "Santa Madre Iglesia Jerárquica", como a él le gusta llamarla, citando a San Ignacio de Loyola, fundador de la orden a la que pertenece.
Es que, después de Dios, el único "juez veraz" es el tiempo, que hará justicia a Benedicto XVI, al primer Papa americano y a todos los campeones de la fe.
En lo que atañe a Benedicto, Francisco ya ha realizado esta tarea. Y ha demostrado una grandeza no menor que la de su "amado predecesor".
13 de marzo de 2014, primer aniversario de la elección de Su Santidad Francisco como Vicario de Cristo.
Entrada dedicada a él y a Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito.
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