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domingo, 2 de marzo de 2025

Ejercicio de desagravios para el Carnaval

 

Ángel del Paraíso (Puerta Santa)


De orígenes anticristianos que no rastrearemos aquí, los excesos del Carnaval se han difundido y multiplicado hasta convertirse, en nuestros tiempos, en un explícito acto de promoción del desenfreno y la obscenidad, de la lujuria y el sacrilegio. Hay lugares en los que proliferan las imágenes de Satanás y sus demonios, ante los que se postran públicamente personas con disfraces de estos y otros seres representativos de las tinieblas. Coreografías blasfemas, que los medios de comunicación promocionan y difunden por doquier, como espectáculos culturales de diversión y "sano" esparcimiento.


Los cristianos de antes eran mucho más conscientes que los de hoy de la gravedad moral de estos festejos libertinos. Y las autoridades de la Iglesia denunciaban mucho más claramente tales peligros.


Al respecto, en el año 1890, se publicaba en Barcelona, con las debidas licencias eclesiásticas, la segunda edición de este Devoto ejercicio de desagravios para tres días de Carnaval, obra del presbítero Félix Sardí Salvany, director de la "Revista popular". (Librería y tipografía católica).


Sin cambiar absolutamente nada del contenido teológico del texto original, escrito en castellano del siglo XIX, he visto la necesidad de adaptarlo al español actual de tierras latinoamericanas, y transcribirlo en esta entrada, para difundir y dar a conocer el piadosísimo ejercicio, que se puede practicar, como es voluntad de su autor, en los "tres días de Carnaval", es decir, el domingo, lunes y martes que preceden al Miércoles de Ceniza, en que se inicia la santa Cuaresma:

 

 Devoto ejercicio de desagravios para tres días de Carnaval

 

Por la señal de la santa Cruz...


¡Soberano Señor Sacramentado! Me acerco contrito y fervoroso a tus augustos pies, para ofrecerte mis pobres homenajes de reparación, hoy que te veo por tantos de mis hermanos desconocido y ultrajado, y para pedirte también luz, misericordia y perdón para sus almas. 

Acompáñame tú, Madre mía y de todos los pecadores, María, para que, a pesar de mis faltas, sean bien acogidas estas preces ante el Trono de Su Divina Majestad. 

Glorioso San José, santos patronos y abogados mios y de estas tierras, ángeles que a millares están rodeando en estos momentos el solitario Tabernáculo; ustedes, en particular, custodios fieles de mi alma y de las de mis hermanos, por quienes voy a rogar, intercedan por ellos y por mí. Y hagan todos que sea para mayor gloria divina, y para bien mío y de todos los pobrecitos pecadores, este acto de desagravio que me propongo practicar.
Amén.


DÍA PRIMERO
 
MEDITACIÓN 

¡Cuán gravemente es ofendido nuestro Soberano Señor en estos días!

I

Atiende bien y considera, alma mía, si hay o no justísimos motivos para que te presentes a ofrecer tu homenaje de desagravios al Divino Esposo Jesús en estos diabólicos dias de Carnaval. Son días en que realmente parece haber vuelto a tomar completa posesión del mundo Satanás, pues son muchos los que se apresuran a mostrarse vasallos suyos. Aquello que dijo el Divino Salvador: Nunc princeps huius mundi eicietur foras (Jn. 12, 31), ("Ahora, el príncipe de este mundo será arrojado afuera") parece en verdad desmentido por el espectáculo que ofrece en tales días nuestra sociedad cristiana. Un nuevo código parece haberse proclamado en vez del Evangelio, una nueva moral, un . nuevo dios, un nuevo culto. Todo se encuentra tolerable, todo se dispensa fácilmente, como si Dios y la Iglesia hubiesen abdicado en tales días su soberana Autoridad sobre las costumbres y las conciencias. Ataques a la Religión en groseras parodias de ella, hasta en sus más augustos Misterios; ataques al pudor y a la honestidad, hasta en las calles y plazas más concurridas. Cristo Dios puede asomarse a ese inmundo espectáculo, y exclamar congojoso y angustiado: «¿Son estos los hijos que Yo redimí con mi Sangre, llamé con mi gracia y sellé con el bautismo?» Sí, Dios mío, Jesús mío y amado Esposo mío! Estos son, pero no como los quieres, a tu imagen y semejanza, sino como a imagen y semejanza suya las ha transformado y disfrazado tu enemigo Luzbel. Estos son, pero ya no cristianos, sino de nuevo paganos, como si por ellos no hubieses padecido y muerto. ¡Oh, Bien mio despreciado! ¡Oh, Sangre pisoteada! ¡Oh, santa Cruz renegada y desconocida! ¡Oh, espantosa ingratitud!


II

Reflexiona, alma mía, cómo por estos motivos, aunque en todos los días del año se vea ofendido Dios, nuestro Señor, en éstos es cuando más grave y repetidamente se le dirige el agravio a su honra divina. Esta, más que la última de Cuaresma, es su verdadera semana de Pasión. Razón tiene la Iglesia santa en conservar en la liturgia  aquel tristísimo: Ecce ascendimus Jerosolymam (Mt. 20, 18; Mc. 10, 33): ("He aquí que subimos a Jerusalén"), que parece escrito para estos días. Sí, volvemos a Jerusalén,, volvemos al Calvario; se repite la sangrienta tragedia de la que fue autor el pueblo judío. Sólo que ahora lo es con mucha mayor crueldad el mismo pueblo cristiano. Sí, Cristo es de nuevo escupido, abofeteado, puesto en Cruz, mofado y silbado en ella. Desde aquí, oigo los aullidos de un pueblo brutal que prefiere seguir, más que a Cristo, al infame Barrabás. Desde aquí, se percibe el rumor de las masas seducidas que se burlan de Él y lo blasfeman y zahieren. ¡Oh, pobre Jesús mío! ¡Y Tú solo, aquí, soportando la vergüenza de esos escarnios! ¡Tú solo aquí, con un reducido grupo de amigos fieles, pocos, muy pocos en comparacion de los innumerables que reniegan de Ti, o por lo menos, te vuelven indiferentes el rostro! ¡Ah! Consuélate, dulcísimo Jesús mío, con mis pobres obsequios, y perdona. Sigue teniendo extendidas las Manos para recibir amoroso a tanto ingrato, si por acaso vuelve más tarde a Ti. Mi corazón te ofrezco; pide de él algún sacrificio que sea en desagravio de tu vilipendiado honor. ¡Ojalá pudiera yo ofrecerme como víctima sobre este altar por Ti y por mis infelices hermanos!

Aquí, con mucho fervor se ofrecerá cada cual al Sagrado Corazón de Cristo Sacramentado, en expiación por los pecados del Carnaval, aceptando por ellos cualquier tribulación y angustia que Su Divina Majestad dispusiere permitir.

 
Ofrecimientos y deprecaciones

¡Señor mío Jesucristo! Por mis hermanos, los pobres pecadores, acudo solícito a tus soberanos pies, para que les concedas saludable arrepentimiento y filial retorno a Ti.

Perdónalos, Señor.

Por la pureza sin mancha de tu Madre y por la virginal limpieza de su santa Maternidad, perdona a tantos infelices las deshonestidades y lascivias con que embrutecen su alma. 

Perdónalos, Señor.

Por la pobreza de tu Nacimiento y oscuridad de tus primeros años, perdona a tantos infelices los excesos del lujo con que rinden tributo al mundo y a Satanás.

Perdónalos, Señor.

Por la modestia de tus dulces ojos, que nunca miraron mal, y por la prudencia de tus palabras, que siempre fueron de edificacion y buen ejemplo, perdona a tantos infelices las miradas impúdicas que dirigen u ocasionan, y las conversaciones escandalosas, que son ruina del pudor y de la vergüenza cristiana.

Perdónalos, Señor.

Por tus pasos y fatigas en busca de los pecadores, por tus congojas y sed en la predicacion evangélica, perdona a tantos infelices los sacrificios de su salud con que sirven al mundo y a su carne, en vez de sacrificarse por Ti.

Perdónalos, Señor.

Por aquel amor con que instituiste el Santísimo Sacramento en la Última Cena, a pesar de que sabías cómo este Misterio de infinita caridad había de ser vilmente escarnecido por tantos infelices en Carnaval.

Perdónalos, Señor.

Por la amarga tristeza que en Getsemaní te dieron los excesos de estos días, que claramente veías, y por aquella traición de Judas, que tantos infelices imitan hoy.

Perdónalos, Señor.

Por aquella bofetada, por aquellos azotes y espinas, por aquella ignominiosa cruz que pidió para Ti el ingrato pueblo judío, menos culpable que los infelices cristianos, que en estos días renuevan tu Pasión.

Perdónalos, Señor.

Por las tres negaciones con que te afligió aquel Apóstol cobarde a la voz de una criada, que no te afligieron más que las repetidas negaciones con que en estos dias abjuran de su nombre y carácter de cristianos tantos infelices hijos tuyos.

Perdónalos, Señor.

Por las siete palabras que en la Cruz dijiste, por el vinagre y hiel que allí se te ofreció, por las lágrimas que viste derramar a tu dulce Madre, por tu agonía y último suspiro, por tu sepultura y Resurrección, que tantos infelices desconocen y olvidan en estos días,   como si por ellos no hubieras padecido, muerto y resucitado. 

Perdónalos, Señor.


ORACIÓN 

¡Señor mío Jesucristo! dígnate aceptar en reparación de tu divina gloria ofendida, y por mis pobres hermanos extraviados, estas súplicas y ofrecimientos que te dirijo, seguro de la benignidad con que los acogerá tu misericordioso Corazón. Compadécete, Jesús mío, de esos hijos  que has redimido con tu Sangre, y admítelos un día en el dulce abrazo de tu reconciliación. Amén.


DÍA SEGUNDO

Por la señal de la Santa Cruz... y oración como el primer dia.


MEDITACIÓN 

¡Cuán cierta es la perdición de muchas almas en estos días de Carnaval!

I

Si no conmueve, oh, cristiano, tu corazón el continuo ultraje que en estos días recibe la honra divina, que te conmueva al menos el gran número de hermanos que por los excesos de ellos se lanzan a la perdición. Si vieses caer a derecha e izquierda de ti miles de hombres, víctimas de una cruel epidemia, no sería espectáculo tan doloroso como lo es hoy ver a tantos desdichados precipitarse, víctimas de esa pestilencia del vicio, por los caminos de su eterna desventura. ¿Y dices amar al prójimo como a ti mismo, y no te horroriza este estrago de almas tan general? ¿Y nada harás para disminuirlo, si sabes que en tu mano está librar alguna de esas desventuradas víctimas? Sí, en tu mano está, por medio de la fervorosa oración, a Cristo Sacramentado. Ha querido Dios nuestro Señor que cada uno pudiese ser de  este modo brazo de salvación para su hermano. Resuélvete, pues, a serlo de los que puedas en esos días infelicísimos del Carnaval. ¡Señor mío Jesucristo! Concede a mis ruegos, aunque  indignos, lo que tanto necesitan esas pobrecitas almas apartadas de Ti. Un rayo de tu luz que las haga ver lo peligroso de su estado, un toque de tu gracia que las ayude a salir de él. ¡Señor, mira que se alegra con esa infernal cosecha el demonio, tu enemigo! No sea inútil el precio de tu Sangre en tantos desventurados por quienes, como por mí, la has derramado. Que vean, Señor, que vean esos ciegos de la más peligrosa ceguera, que vean y te bendigan después por toda la eternidad. 


II 

Observa bien, alma mía, cuántos lazos especiales tienden en estos días el mundo, el demonio y la carne, para hacer suyas las almas, y con qué horrible facilidad se dejan atrapar estas en tales redes de perdición. La más vergonzosa licencia se encubre bajo las apariencias de gracejo y buen humor; la orgía más desenfrenada se llama sencillamente desahogo propio de la temporada. La vil lujuria que arruina tantas almas y prostituye tantas honras toma el color de sencillo pasatiempo y distracción; la impiedad volteriana que ríe y hace reír a costa de lo más sagrado, no parece sino chiste urbano, y rasgo de ingeniosa y amena galantería. Infinidad de corazones pagan tributo a esa atmósfera de pecado que parece lanzar envenenada sobre la Tierra por todos sus respiraderos el mismo Infierno. ¡Cuántos contraen en estos dias la espantosa gangrena que ha de hacer miserable y criminal toda su vida, hasta dar con ellos en los abismos de la eterna condenacion! ¡Cuántas muertes de réprobo no tendrán otro origen que esos infames desórdenes con que se torció para siempre el curso de una vida tal vez cristianamente empezada, para no parar sino en las inmundicias de una corrompida ancianidad! ¡Oh, Dios mío y Señor mío! A Ti acudo en demanda de gracia y misericordia por tantas almas que aún pueden quizá ser dignas de Ti por un sincero arrepentimiento. Compadécete de ellas, de la inexperiencia de su edad, de la locura de sus pasiones, de los miles de ardides con que las rodea el enemigo y de las falsas máximas con que las seduce un mundo traidor. Da, Señor, una mirada compasiva a  esos extraviados: un rayo de tu soberana luz hará de ellos, tal vez, las ovejas más fieles de tu redil. Escucha por ellos mis oraciones, recibe por ellos mi Comunión y mis escasos sacrificios; mi salud, mi honra, mi vida, tómalas en pago de sus deudas, si con aquellas puedo retornar una alma siquiera de las extraviadas, a tus divinos pies.

Amén.

Lo demás como en el día primero.


DÍA TERCERO

Por la señal de la santa Cruz...

 Oración como el primer día.


MEDITACIÓN 

Lo que agradece Dios nuestro Señor el desagravio que se hace a su honra, y la súplica quo se le dirige por los pecadores.

I

Muchos más serían los corazones consagrados a la dulce tarea de desagraviar a Dios, nuestro Señor, si conociesen cuánto agradece y estima Él tal muestra de amor de sus fieles amigos. Sabido es que tanto solemos más apreciar un obsequio, cuanto es más singular y menos acostumbrado. Allí brilla más la acendrada amistad y se echa de ver más firme y animoso el verdadero afecto. Considera, pues, con cuán buenos ojos verá el dulce Jesús las horas que has pasado estos días en su devota compañía, mientras los del mundo se entregaban con tan loco afán a sus culpables o siquiera frívolos y peligrosos devaneos. Me parece ver al Corazón de nuestro dulce Señor inclinarse más amoroso que nunca a los fieles amigos suyos desde su escondido tabernáculo, para agradecerles y recompensar con nuevos dones de su caridad esas muestras que se apresuran a darle de reparacion y desagravio. ¡Oh, cómo consolará el divino Esposo en sus aflicciones a tales almas que no lo han dejado en su soledad! ¡Oh, cómo les hará en sus tristezas amorosa y delicada compañía! Sí, que muy agradecido es el Corazon de nuestro buen Dios, y no sufre que le aventaje nadie en gratitud. ¡Alma mía! Esfuérzate en ser fiel a tu dulce Jesús, cuando son tantos los ingratos que lo ofenden y los distraídos que lo olvidan. Redobla tu celo, duplica tu fervor, reenciende más y más tu cariñoso anhelo, para suplir con tus adoraciones las que el mundo, demonio y carne roban en estos días a tu adorable Salvador. Hazlo con más  ahínco en este último día de Carnaval, y no te pesará en el momento de la muerte haber permanecido constante y fiel a tu ofendido y menospreciado Jesús.


II

Ni merecerás menos, alma mía, por el celo que hayas mostrado en rogar e interceder en tales días, y especialmente en este postrero, por los infelices pecadores, que trae ciegos y locos tras sus banderas el infernal caudillo Satanás. Dios, nuestro Señor, después de su propia honra y gloria, que es lo más digno de ser enaltecido y glorificado, ama muy especialmente las almas de esas criaturas que para el Cielo formó, y por quienes derramó toda su Sangre. Y duele infinitamente a su Corazón amante verlas precipitarse por caminos de perdición, y que por su severísima justicia hayan de ser condenadas a eterno castigo. Insta, pues, suplica, apremia, para que salga quien se interponga entre ellas y el infierno,, quien las aparte de sus pésimos senderos, quien las vuelva a sus brazos arrepentidas y reconciliadas. Y para eso quiere que haya quien ore mucho por ellas, quien por ellas se ofrezca, quien por ellas satisfaga y expíe, para facilitarle así a su misericordia, sin perjuicio de su eterna justicia, la grata obra de perdonar. Así que,   bien podemos asegurar que nada agradecerá tanto el Divino Señor, y nada recompensará con tan subidas mercedes que la intercesión de los buenos en favor de sus hermanos pecadores. Se asocia a su obra de Redentor y se hace como redentor con Él, quien trabaja y ora, sufre y expía, para hacer eficaces en las almas de sus hermanos los frutos de la misericordia. ¡Oh, suavísimo Redentor mío, y que lo eres también de todos mis hermanos pecadores! A eso aspiro yo, y eso espero merecer por tu infinita misericordia. Que logre devolverte alguna de esas almas perdidas que te robó Satanás; que logre haber alcanzado con mis pobres oraciones y expiaciones algún toque interior de gracia para alguna de ellas en estos dias de Carnaval. ¡Ponte de mi parte tú, Señora, Reina y Madre de pecadores, ángeles y santos, patronos de estas tierras, custodios de los infelices hermanos míos apartados de Dios! Presenten mis últimas súplicas al Altísimo, y alcancen ellas por su recomendación lo que por mis escasos méritos no pudieran tal vez obtener. Amén.

Lo demás, como en el día primero.
 
 
2 de marzo del Año Santo 2025, domingo VIII del tiempo Ordinario.
Entrada dedicada a Jesús, en desagravio por las nefastas prácticas del Carnaval.

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