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domingo, 2 de febrero de 2025

Meditación ante la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro

 

Puerta Santa 
 


Introducción 


La Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, mucho más que una grandiosa obra de arte, es como la síntesis bíblica de la Misericordia de nuestro Dios. Él se inclina paternalmente hacia el hombre, le extiende su mano y lo invita a levantarse de la esclavitud del pecado, para que pueda gozar de la 'gloriosa libertad de los hijos de Dios' (Cf. Rom. 8, 21).



S. Juan Pablo II (1983)



Obra del escultor Ludovico Consorti, de la Fundición Artística Ferdinando Marinelli (Florencia, capital de Toscana, en Italia), Su Santidad Pío XII, la abrió por primera vez en la Nochebuena de 1949,  para dar inicio al Jubileo Ordinario del Año Santo 1950.



S. Juan Pablo II (1999)


Desde entonces, fue abierta para la inauguración de cada Año Santo: en 1974 por san Pablo VI (Jubileo Ordinario); en 1983, por san Juan Pablo II (Jubileo extraordinario de la Redención); en 1999, por el mismo Papa (Magno Jubileo Ordinario de la Encarnación en el inicio del Tercer Milenio); en 2015, por Francisco (Jubileo extraordinario de la Misericordia); y en 2024, por el mismo Papa (Jubileo Ordinario de la esperanza).



S. S. Francisco (2024)



Contemplar esta Puerta es meditar en las páginas de las Sagradas Escrituras que testifican el amor de Dios hacia todas sus criaturas, pero de manera especial, hacia los hombres, a quienes hizo a su imagen y semejanza y a los que rescató de las garras del Maligno al precio de la Sangre de Jesucristo. 



Autor de la entrada



Las dos hojas tienen dieciséis paneles en relieve de bronce, distribuidos en cuatro filas y dos columnas. Algunos tienen una sugestiva inscripción en latín.


Allí se reproducen escenas de diversas páginas bíblicas. Los cuatro primeros paneles son compuestos, esto es, muestran dos escenas, que se despliegan en cuatro. Cada uno de los demás, a excepción del último, se corresponde con un relato bíblico determinado:



Imagen I





Descripción

Esta primera imagen -como dijimos en la introducción- constituye un todo con la que le sigue. La representación antropomórfica y zoomórfica de las criaturas espirituales tiene como objetivo realzar el simbolismo y lograr mayor expresividad. Se observa al Ángel del Señor, en fulminante vuelo, blandiendo en el brazo derecho su espada flamígera, en el acto de echar a Adán y Eva del Paraíso, luego de que, habiendo sido tentados, desobedecieran a Dios. (Cf. Gén. 3, 23-24). Con el otro brazo firmemente extendido y con el dedo índice de la mano,  hace efectiva la expulsión.
'Enroscada' en el tronco del árbol del fruto prohibido, se muestra la soberbia Serpiente,  que representa al Diablo, el cual también es un ángel: Lucifer. Esta astuta criatura, que cayó antes que nadie, parece 'saborear' su victoria transitoria sobre la voluntad de nuestros primeros padres.
Frente a las dos criaturas racionales de naturaleza angélica, vemos a otras, pero irracionales. Se trata de ciervos, aves y plantas; entre estas últimas, se encuentra el famoso árbol mencionado. 
Los arbustos están secos y los animales, en notable estado de alteración, como consecuencia de la ruptura de la armonía de la creación, causada por el pecado del primer hombre y la primera mujer.


Meditación

"No nos dejes caer en la tentación", pedimos al Padre del Cielo en la Oración dominical que nos enseñó nuestro Salvador Jesucristo. 
Desde el pecado original, toda tentación, en última instancia, tiene su origen en el Maligno, la antigua Serpiente conjurada desde el principio por la Palabra Eterna de Dios, y derrotada en la plenitud de los tiempos (Gál. 4, 4) cuando dicha Palabra se encarnó, nació, vivió, experimentó  la tentación como nosotros, padeció, murió y resucitó por todos. Ser tentados no es pecado; pero consentir, esto es, 'caer' en la tentación, sí lo es. 


Oración 

Señor, Jesús, Palabra eterna y creadora, por quien fueron hechas todas las cosas, Tú que fuiste tentado por el Maligno (Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 12-13; Lc. 4, 1-13), fortalécenos con tu gracia para no ser víctimas de sus engaños y haznos rechazar como Tú al padre de la mentira, que es homicida desde el principio (Jn. 8, 44): En tu Nombre, le decimos: Vade retro, Satana! ("¡Aléjate, Satanás!"). Amén. (Cf. Mc. 8, 33).


Imagen II




Descripción

En la segunda imagen, aparecen Adán y Eva, semidesnudos. Han perdido la esbeltez propia de la dignidad de los hijos de Dios y, por ello, encorvados y oprimidos bajo el peso de sus culpas,  por una tierra agostada, avanzan descalzos hacia el merecido exilio. Nuestro primer padre mira hacia atrás, como tomando conciencia del Paraíso perdido; la mujer que Dios formó de su costilla (Gén. 4, 21-23), avergonzada, se cubre el rostro con el brazo . Una especie de pórtico señala el límite entre ese lugar de delicias que han perdido y el mundo del pecado, al que se adentran, simbolizado por el paisaje agreste. Aunque, como dijimos, la perfecta armonía de la creación se haya visto afectada por el pecado original, no todo está perdido. Las nubes representan la esperanza en un Dios que, ni aun traicionado, abandona a sus hijos (Éx. 16, 10; 33, 9; Núm. 11, 25; 12, 5; Job 22, 14; Sal. 18, 11).
En la parte superior, leemos la siguiente inscripción, que se completará en la tercera imagen: Quod Heva tristis abstulit... -"Lo que la triste Eva arrebató..." (Cf. Himno mariano O gloriosa Domina, de Venancio Fortunato). 


Meditación

En los tiempos actuales, vivimos una alarmante apatía -y a veces hasta desprecio- respecto de los asuntos de Dios. O ignoramos realmente, o fingimos ignorar, la gravedad  de las propias faltas contra el Creador y sus criaturas; también las que cometemos contra nosotros mismos. Pero las consecuencias de haber infringido su Ley, escrita en nuestro corazón, se manifiestan de manera casi inconsciente en el estado de insatisfacción, inquietud e inestabilidad en que vivimos.
El avance de las ciencias en múltiples ámbitos nos ha ensoberbecido a tal punto,  que nos sentimos autosuficientes y vivimos como si Dios no existiera.
Debemos recuperar la paz auténtica. Esto es genuinamente posible sólo si vivimos de acuerdo con los Diez Mandamientos. San Agustín, lo ilustra por medio de la expresión del salmista que se refiere a 'cantar un canto nuevo y tocar para el Señor el arpa de diez cuerdas'. Sal. 33, 2, 143 (144), 9; 92, 3: (Cf. Los Diez Mandamientos de Dios, "Sermón 9"; Comentarios a los Salmos, "Sermón 33").


Oración 

Salvador Jesús, Nuevo Adán, Precio de nuestro rescate, que sin dejar de ser el Dios verdadero, quisiste asumir nuestra condición humana para redimirla y restaurarla definitivamente. Protégenos de todo peligro, quédate con nosotros hasta el final de los tiempos (Cf. Mt. 28, 20), y llévanos a los gozos eternos de la Casa de tu Padre, donde preparaste un lugar para los elegidos, pues allí -nos has asegurado- 'hay muchas habitaciones' (Cf. Jn. 14, 2-5). Salvador del mundo sé nuestra meta, nuestro refugio y nuestro único galardón. Amén.


Imagen III





Descripción

Como la primera, esta tercera imagen también constituye un todo con la que le sigue. Estamos ahora ante la entrañable escena de la Anunciación (Lc. 1, 26-38). A los sentimientos de derrota de Adán y Eva, expresados en su actitud y aspecto corporal, se contrapone la postura orante, serena y confiada, de Santa María, la Nueva Eva, que se deja sorprender y acepta ser 'habitada' por Dios. El libro abierto en un atril significa el cumplimiento de las Escrituras, como respuesta de Dios a la plegaria confiada e incesante de María, quien lleva a su plenitud y sintetiza la fe de los justos de todos los tiempos. 
Por la ventana, se ve al Espíritu Santo que atraviesa el vistoso paisaje de Nazaret (cf. Mt. 2, 23) y viene a cubrir con su sombra a la joven doncella, elegida por Dios desde la eternidad.
Decora la escena un sobrio jarrón con una planta erguida y en flor, en contraposición con los toscos arbustos del panel de la expulsión de Adán y Eva. Es que la Anunciación, acaecida en la plenitud de los tiempos, es preludio de una primavera en la historia de la humanidad. De María, la Rosa mística, nace el Fruto bendito, que es el Mesías esperado durante siglos. 
Todo aquello que perdimos por la desobediencia de Eva y su compañero, lo recuperamos con creces por el sí de María y la llegada de su Hijo al mundo. Es lo que asegura la inscripción de la parte superior, que completa la oración del panel precedente: Tu reddis almo germine ("Tú -nos lo-  devuelves con tu santa Simiente"), que equivale a decir 'con tu bendita fecundidad' o 'con tu sagrada Maternidad' o 'con tu pura Descendencia', en inequívoca referencia a Cristo.(Cf. Himno mariano O gloriosa Domina, de Venancio Fortunato). 


Meditación

Así como Eva, instigada por la Serpiente infernal, tomó el fruto del árbol prohibido y se lo dio a Adán, el Altísimo quiso que la Santísima Virgen María, Nueva Eva, concibiera y diese a luz al Mesías esperado, Fruto bendito de su seno inmaculado, nuestro Dios y Señor Jesucristo. Él, como Nuevo Adán, es el mismo Fruto que pendió del Árbol de la Cruz y el Sacramento de Vida nueva que nos alimenta y nos restituye la herencia perdida del Cielo.


Oración 

Santa María, Nueva Eva, verdadera Madre de Dios y de los vivientes, derrama sobre nosotros un rayo de esa misma gracia de la que el arcángel Gabriel te reconoció colmada, para que seamos, en el tiempo, peregrinos de esperanza, y en la eternidad, ciudadanos del Cielo. Amén.



Imagen IV





Descripción

En esta cuarta imagen, se ve al arcángel Gabriel, sobrevolando el piso, mientras se presenta ante la humilde doncella de Nazaret. El mensajero celestial, con rostro apacible, le ofrece una flor, en señal de reverencia hacia ella y como expresión de su incomparable pureza. Mantiene la otra mano levemente elevada, en actitud de respetuoso saludo. En segundo plano, se perciben cuatro cuadros, que parecen recordar las profecías que anunciaron este momento crucial de la historia de la humanidad: la Encarnación del Hijo de Dios en las purísimas entrañas de una virgen (Cf. Is. 7, 14).
También vemos asomar la cabeza a un gatito, por detrás de grandes cortinas extendidas, frente a otras recogidas, todo lo cual contribuye a resaltar la calidez hogareña de la escena. En medio de la rutina, irrumpe el celeste embajador del Altísimo, para que la que se autodenomina 'esclava del Señor', por su humildad, sea elevada a la excelsa dignidad de 'Madre del Señor'.


Meditación

Gabriel se muestra extasiado ante la inefable humildad, la fe inconmovible y el candor celestial de aquella a la que va a saludar, en nombre del mismo Dios, como "Llena de gracia". La flor que porta en la mano derecha expresa también el amor y la condescendencia de Dios, que, en la plenitud de los tiempos, al enviar al mundo el Mesías, pone fin a la justa ira divina, que estaba representada por la espada del ángel en el Paraíso. 
En los dos paneles que representan el misterio de la Encarnación, se visualizan criaturas vivas racionales (María, Gabriel) e irracionales (gato, plantas); y criaturas no vivas (espacios, objetos), todo lo cual constituye un conjunto que da cuenta de que tal  misterio influye en toda la creación, pues concierne a la misma Palabra creadora.


Oración 

Glorioso arcángel Gabriel, fortaleza del Dios Viviente, enséñanos a amar filialmente, venerar fervorosamente, imitar genuinamente y defender valerosamente a la Nueva Eva, Llena de gracia (Lc. 1, 28), Madre y Señora nuestra, la siempre Virgen María. Amén.


Imagen V





Descripción

Esta quinta imagen representa el misterio del Bautismo de Jesús en el río Jordán (Mt. 3, 13-17; Mc. 1, 9-11; Lc. 3, 21-22), que señala el inicio de su Vida pública. En el centro de la escena, está nuestro Señor, con sus benditas Manos en el pecho, como signo de humilde aceptación de la obra redentora. A su derecha, un ángel le sostiene desplegadas las vestiduras que se ha quitado. Del otro lado, el santo Precursor Juan Bautista derrama sobre el Redentor el agua del bautismo de penitencia. 
El Espíritu Santo, que vemos descender sobre Cristo en forma de paloma (Lc. 3, 22), confirma, como lo hará inmediatamente después la Voz del Padre (Mt. 3, 17), que se está cumpliendo la Divina Voluntad.
Juan, sabiendo que está ante el mismo a quien confiesa como el 'Cordero de Dios', le pregunta humildemente lo que está escrito en la parte superior del panel (Mt. 3, 14): Tu venies ad me? ("¿Tú vienes a mí?"). 



Meditación

Jesús, a quien el  santo profeta Juan ha reconocido y anunciado como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Cf. Jn. 1, 29), ha dejado sus vestiduras para ser bautizado. Es como un anticipo del momento en que sería insolentemente desvestido  durante su Pasión (Cf. Mt. 27, 31; Jn. 19, 23-24).
Juan, el más santo de los profetas, y el ángel, mensajero celestial, están ante su Dios y Señor. Es el Verbo Eterno y Creador, que se revistió de nuestra humanidad. Por eso, cumplen con su cometido extasiados, en actitud de adoración. Están ante un gran misterio: el que puede dar el Agua viva (Cf. Jn. 4, 14; 7, 37), en el río Jordán, santifica para siempre las aguas, como materia del bautismo que va a instituir después. (Cf. Mt. 28, 19). Por eso, vemos sus sagrados pies sumergidos. 
En Jesús, despojado de sus vestiduras, no solamente contemplamos un anticipo de su Pasión, sino también de nuestro propio bautismo. Pasamos de la desnudez del pecado (cf. Gén. 2, 25), a la dignidad de hijos de Dios. Así como el mensajero celestial sostiene la túnica blanca  de Jesús durante su bautismo, la Iglesia, al conferirnos el bautismo, nos impone una vestidura blanca, símbolo de la pureza de vida a la que estamos llamados (Cf. Ritual del Bautismo).
Infinitamente superior al bautismo que Juan administró a Jesús, es el nuestro, ya que éste fue instituido por el mismo Señor como el primero de los siete sacramentos, gracias al cual nos revestimos del mismo Dios que quiso antes asumir nuestro cuerpo mortal (Cf. Rom. 13, 14).


Oración 

Fiel Precursor Juan, tú, el más grande de los nacidos de mujer (Lc. 7, 28), no permitas que nos seduzcan los falsos profetas de nuestros tiempos y vuelve a indicarnos dónde está el verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Tampoco nosotros somos dignos de atar las correas de sus sandalias (cf. Lc. 3, 16; Jn. 1, 27; Hech. 13, 25), pero sabemos que Él, por puro amor, vino a liberarnos de las ataduras del pecado. Que según tus santas exhortaciones, vivamos preparando el camino (cf. Is. 40, 3; Mal. 3, 1; Mt. 3, 3; Mc. 1, 2; Lc. 1, 76; Lc.7, 27), para recibirlo cuando regrese. Amén.



Imagen VI





Descripción 

La sexta imagen representa la parábola de la oveja perdida (Mt. 18, 10-15; Lc. 15, 3-7), cuya salvación es tan importante, que hace que el pastor salga de inmediato a buscarla, dejando temporalmente a las otras noventa y nueve. Él arriesga su propia vida en el precipicio, inclinado, con el brazo derecho extendido y con la mano abierta, socorriendo a la oveja, atrapada entre espinos silvestres. Con la mano del otro brazo, se sostiene para no caer. Arriba, seguras y custodiadas por un perro, se ven las demás ovejas, fuera de peligro.
Se puede leer en la parte superior derecha del panel la razón por la que el Mesías vino al mundo: Salvare quod perierat. ("Salvar lo que estaba perdido)" (Mt. 18, 11).


Meditación

Jesús es el Supremo Pastor del gran rebaño de la humanidad. Porque su voluntad es justamente que haya un solo rebaño y un solo pastor (Cf. Jn. 10, 16). Sin embargo, hay ovejas que han nacido en otros rediles o que, por diversas razones, han emigrado hacia ellos. Algunas están en peligro de muerte eterna. En busca de estas últimas, ha venido Jesús, que es el Buen Pastor dispuesto a dar la vida por todas (Jn. 10, 11). No es que haya abandonado definitivamente a las otras noventa y nueve, sino que éstas ya están fuera de peligro, en el camino de la salvación.


Oración 

Jesús, Buen Pastor (Jn. 10, 14), Puerta siempre abierta que nos conduce a la Vida eterna (Jn. 10, 9), muchas veces, somos esa oveja perdida, a merced de los lobos depredadores; búscanos, haznos reconocerte por la dulzura incomparable de tu voz (cf. Jn. 10, 27) y llévanos a tu redil, pues sólo allí encontraremos paz y salvación. Amén.



Imagen VII





Descripción

La séptima imagen reproduce el emotivo momento del encuentro entre el padre y el hijo arrepentido, que vuelve al hogar, luego de haber dilapidado su herencia en una vida de desenfreno. Se trata de la célebre parábola del hijo pródigo (Lc. 15, 1-32).
En el centro, se ve al padre, de pie, con las manos en los hombros del hijo que regresa. Este último, de rodillas ante él, levanta los brazos y también le posa las manos en los hombros, apoyándole la cabeza en el regazo. A un  lado y en segundo plano, se ve un caballo en movimiento, bajo dos árboles; y un perro, que, parado en dos patas, se asocia al gozo del padre. Del otro lado, un pozo de agua, Arriba a la izquierda, se puede leer el versículo bíblico que consigna las primeras palabras del hijo arrepentido, al encontrarse con su padre (Lc. 25, 21): Pater, peccavi in cælum et coram te ("Padre, pequé contra el Cielo y contra ti").


Meditación

La historia de la humanidad es una larga travesía de pecado y de gracia. El hijo que regresa al hogar, luego de haber malgastado su herencia, y es recibido por su padre con amor y sin reproches, representa a cada uno de nosotros. Luego de despilfarrar los dones de Dios, carecemos de méritos propios para ser recibidos por Él con paterna solicitud. Únicamente por la Sangre de Cristo, tenemos acceso al Padre (Heb. 10, 19-20). 
Hoy nosotros somos los hijos pródigos que regresamos cada día al regazo del Padre del Cielo, arrepentidos de nuestras faltas, y que no tememos ser rechazados porque nos presentamos ante Él como ofrenda, junto con su amado Hijo Jesucristo, nuestro Hermano, que se ha entregado por nosotros. Y esto ocurre de modo inigualable en cada Misa. Por ello, no hay día ni hora en que no se esté celebrando el mismo y único Sacrificio del Altar, en algún punto del Planeta, para gloria de la Excelsa Trinidad y para nuestra salvación.


Oración

Padre bueno y compasivo, conocedor de nuestra debilidad, concédenos la plena conciencia de nuestros pecados y la gracia de un sincero arrepentimiento, como así también una fervorosa participación en los Sagrados Misterios, para que experimentemos la ternura de tu abrazo amoroso y, luego de nuestra peregrinación terrenal, la bienaventuranza en el Hogar de la luz eterna. Amén.


Imagen VIII





Descripción

La octava imagen representa la curación del paralítico por parte de nuestro Señor Jesucristo (Mateo 9, 1-8 , Marcos 2, 1-12, Lucas 5, 17-26; Cf. Jn. 5, 1-9).
Se observa al enfermo con los signos de una larga postración. Demacrado, se incorpora y coloca un pie en el piso -lo que constata su milagrosa curación- mientras levanta sus brazos con gratitud hacia Jesús, tocándole la Mano derecha con su izquierda. En la parte superior del panel se lee Cf. Mt. 9, 6; Mc. 2, 11; Lc. 5, 24; Cf. Jn. 5, 8: Tolle grabatum tuum et ambula... ("Toma tu camilla y camina").


Meditación

Uno de los frescos más famosos de la Capilla Sixtina es el de la Creación de Adán, de Miguel Ángel. Representa a Dios que infunde la vida a nuestro primer padre. Con el Dedo índice de la Mano derecha, el Creador quiere tocar la izquierda de su primera criatura humana, hecha del barro, a imagen y semejanza suya. Y es este mismo Dios ya hecho hombre quien, en la imagen del panel, cura al paralítico con similar contacto. El Verbo eterno por el que todo fue hecho, que de la nada llama a la existencia a las criaturas, ¿cómo no va a tener el poder de curar todo tipo de enfermedad?


Oración 

Jesucristo, Verbo Creador del universo, a quien los elegidos vieron, oyeron y tocaron (cf. I Jn. 1, 1), mira la postración a la que nos somete el pecado, tócanos con esas benditas Manos perforadas por nuestra causa, y levántanos de toda miseria, para que seamos testigos tu Amor misericordioso, de tu inefable Omnipotencia y de tu  grandiosa compasión. Amén.


Imagen IX





Descripción

La novena imagen retrata la página bíblica que muestra a Jesús, hospedado por Simón, el leproso (Lc. 7, 36-50). Nuestro Señor se halla sentado a la mesa con su anfitrión y con otra persona no identificada, que, o es pariente de Simón, o es sirviente suyo, o bien, forma parte de los otros invitados presentes (Cf. v. 49).
Inclinada ante Jesús, vemos a una mujer pecadora, la cual, según el relato bíblico, arrepentida, le lava los pies con sus lágrimas y se los seca con los propios cabellos; los besa y les derrama perfume (v. 38).
Él extiende los Manos sobre ella, haciendo manifiesto su amor misericordioso.  Vemos también en la escena varios objetos, distribuidos en tres niveles: alto, medio y bajo.  En la parte superior, sobre la repisa, y en la media, sobre la mesa, observamos los objetos propios del hogar. En la parte inferior, en el piso, se destaca el recipiente con el preciado perfume.
Arriba, en el centro, se lee el siguiente versículo (Lc. 7, 47): Remittuntur ei peccata multa. ("Sus muchos pecados le son perdonados"). 


Meditación

El Señor Jesucristo, que nunca abandonó su Trono celestial, en numerosas ocasiones, se dignó compartir la mesa con los demás. No es algo extraño para Él, pues lo hizo durante los treinta años de vida oculta en Nazaret, con su Madre y también con su padre adoptivo, que era quien presidía esa mesa. Lo hizo, por ejemplo, en Betania, en casa de sus amigos Lázaro, Marta y María; lo hizo, de manera solemne -y por última vez- en la Santísima Cena en la que instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. 
Fue acusado de comer con recaudadores de impuestos y pecadores (Mt. 9, 11; Mc. 2, 16; Lc. 15, 2 -cf. 7, 34-).
Todo aquel que acoge a Jesús, es bendecido por Él con las gracias que necesita.
Simón, el leproso también tuvo el honor de hospedar al Señor, invitándolo a su casa. Pero más dichosa fue la mujer arrepentida y perdonada. Es significativo que la 'confesión' que ella hizo de sus pecados no fuera verbal sino actitudinal. Sus acciones, casi como una secuencia ritual, indican el itinerario de una conversión cabal: conciencia de los propios pecados, dolor por ellos, confesión -en este caso, no verbal, como ya dijimos-, reparación, perdón divino. Y Jesús, que, como Dios,  todo lo sabe, aceptó esa muestra de humildad y contrición.


Oración 

Jesús de la Divina Misericordia, que perdonas a los pecadores arrepentidos y transformas sus lágrimas en gracias para que puedan empezar una vida nueva, haznos ver todo aquello que no te agrada de nosotros y concédenos el valor para dejarlo de lado para siempre. Amén.


             .           Imagen X





Descripción

En la décima imagen, contemplamos a nuestro Señor Jesucristo y a san Pedro, en la escena en que éste ha preguntado al Maestro hasta cuántas veces debe perdonar a quien lo ha ofendido (Mt. 18, 21-22). El Señor, con las Manos extendidas, responde lo que está escrito arriba de la imagen (v. 22): Septuagies septies ("Setenta veces siete"), expresión que equivale a decir 'siempre'.


Meditación

"Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden".
Así nos enseñó nuestro Señor Jesucristo a pedir al Padre del Cielo. ¿Y cuántas veces podrán ofendernos los demás, o podremos nosotros ofenderlos a ellos? Ciertamente, muchas menos que las que todos ofendemos a Dios.
Jesús, el Maestro, con su soberana Autoridad, con un número simbólico, en la persona de Pedro, nos enseña a perdonar los agravios de los demás, imitando a Dios que, como dijo muchas veces el Papa Francisco, "no se cansa de perdonar".
Es lícito, por tanto, entender también que en el Padrenuestro pedimos que Dios nos perdone no solo 'como', sino además 'porque', (e incluso 'si') nosotros 'perdonamos a los que nos ofenden'.


Oración 

San Pedro, jefe y primer portavoz de Dios para con la Iglesia y de la Iglesia para con Dios, fortalece a tu Sucesor, el Papa N, y haz que sea fiel pregonero de la Misericordia Divina que tú mismo has experimentado admirablemente. Concede, a los demás pastores, el don de la comunión entre ellos y con el Papa. Que en la única Iglesia de Cristo, todos seamos uno para gloria de la Santísima Trinidad. Amén.


O bien: Responsorio de san Pedro.



Imagen XI





Descripción

La undécima imagen de la Puerta Santa nos muestra a Jesús apresado, con las Manos atadas, en la noche de su Pasión. Él mira con amor a Pedro, quien luego de haberlo negado tres veces, llora amargamente (Mt. 26, 57-58. 69-75; Mc. 14, 53-54. 66-72; Lc. 22, 56-62; Jn. 18, 12-18. 25-27). Dos animales hay en la escena, con desigual importancia: un perro, enfrente de la mujer y entre Jesús y Pedro; y un gallo, o mejor dicho 'el' gallo, en la parte superior de la imagen, en el medio de la inscripción (Lc. 22, 61): Conversus Dominus, respexit Petrum ("El Señor se dio vuelta y miró a Pedro").


Meditación

Aquel que en la imagen de este panel había extendido las Manos para exhortar a Pedro a perdonar siempre, el que había conferido al mismo apóstol el poder de atar y desatar en la Tierra (Cf. Mt. 16, 13-19), ahora tiene atadas esas 'santas y venerables Manos' (cf. Canon Romano) cual bandido, aunque la Suprema Potestad que ha recibido del Padre (Cf. Mt. 28, 18) permanece intacta. Ante la luz de su mirada, todo pecado queda al descubierto, y en su infinita Misericordia, los corazones verdaderamente contritos encuentran el perdón.


Oración 

San Pedro, pecador arrepentido y perdonado (cf. Jn. 21, 15-17), pescador de hombres (Mt. 4, 19), danos tus lágrimas para llorar sinceramente nuestras culpas y tu fidelidad para empezar de nuevo y perseverar hasta el fin. Amén.




Imagen XII





Descripción

En la duodécima imagen, contemplamos la conmovedora escena de la Crucifixión. En el centro, vemos a Jesucristo clavado en la Cruz. A sus lados, penden, de cruces más pequeñas, los dos ladrones (Mt. 27, 38; Mc. 15, 27;  Lc. 23, 39-43). De acuerdo con Mateo y Marcos, ambos lo injuriaban. Pero según la versión de Lucas, uno es el pecador obstinado que despotricaba contra Jesús (se trata del que, en la imagen, vemos a la izquierda de nuestro Señor); y el otro es el arrepentido, (lo vemos a la derecha). El travesaño horizontal de la Cruz de Cristo se ve por encima de  las otras dos cruces, como signo de que el don divino de la salvación a nadie excluye, que no quiera ser excluido. Sobre ambos reos, cae la Preciosísima Sangre, pero uno solo acoge la redención de la que ella es prenda. Por eso, el Señor aparta su mirada del malhechor que lo tienta e increpa (Lc. 23, 39), y la dirige al otro, que reprende a su compañero (v. 40), reconoce el propio pecado, lo confiesa y se arrepiente, invocando la Misericordia del Redentor (v. 41). Es entonces cuando Éste le dice lo que se lee a la altura de los pies de los tres crucificados (v. 43): Hodie mecum erit in Paradiso ("Hoy estarás conmigo en el Paraíso"). Es la primera canonización de la historia, decretada por el mismo Cristo, Palabra Omnipotente, y no por sus Vicarios, como lo serán las posteriores.


Meditación

Con la mirada de la fe, contemplemos a nuestro Señor Jesucristo en su Trono más preciado: la Cruz, signo supremo de salvación para la humanidad de todos los tiempos, prueba definitiva del Amor de Dios para con sus hijos.
Desde esa bendita Cruz, el Salvador quiere atraer a Sí  y abrazar a hombres y mujeres de todas las generaciones. Los brazos extendidos parecen aguardar con paciencia, hasta el final de los tiempos, el abrazo definitivo a todos los redimidos. 
Nosotros, que somos pecadores como ambos delincuentes, imitemos la humilde actitud del buen ladrón arrepentido, al que, por las palabras irrevocables del mismo Jesucristo, la tradición ha incluido en el catálogo de los santos, atribuyéndole el nombre de 'Dimas'. El Martirologio Romano ratifica su culto y le asigna el día 25 de marzo, pero prefiere llamarlo sencillamente 'el buen ladrón'.

Oración 

Oh, bienaventurado san Dimas, 'buen ladrón', cuyo mejor y último 'robo', -el único avalado por el Señor-, fue el del Paraíso celestial, ilumina el corazón y la inteligencia de quienes, como tu compañero, han perdido la fe y blasfeman contra Dios. Enséñanos a reconocer humildemente nuestros pecados y a confiar siempre en la Misericordia Divina, sin erigirnos en jueces de los demás.
Tú, dichoso penitente de última hora, ruega al Divino Maestro por nosotros; también por aquellos que, seducidos por falsas doctrinas, han errado el camino; por quienes embisten contra Cristo y su Iglesia; por los que construyeron una fe a su medida; y por los perseguidos a causa del Reino de Dios.
Oh, Vaso de elección, estamos sedientos de Cristo; con tus enseñanzas y por tus méritos, ¡sacia nuestra sed! Amén.



Imagen XIII




Descripción

La decimotercera imagen nos invita a contemplar la página del Evangelio que relata el encuentro del incrédulo apóstol Tomás y Jesús Resucitado (Jn 20, 26-29). Este hecho tiene lugar en la Octava de Pascua. Domina la escena nuestro Salvador, a quien vemos con los brazos abiertos. Su Mano izquierda señala para abajo, como indicando que efectivamente estuvo en el 'lugar' de los muertos. La derecha señala hacia arriba, como dando a entender que su Padre lo ha restituido a la vida, con la fuerza del Espíritu Santo. Ambas Manos ostentan las Llagas, como prueba irrebatible de que Él es el Crucificado que ha resucitado, y que tiene todo el poder, en el Cielo y en la Tierra (Cf. Mt. 28, 18).
A un lado de Jesús está Tomás. La mano derecha de éste inspecciona la herida del costado del Maestro, en la que fija la mirada. Pasa así, de la incredulidad, a la fe en la Victoria definitiva de Cristo, a Quien confesará como su  Señor y su Dios (Cf. Jn. 20, 28).


Meditación

Los cristianos, a menudo somos como Tomás. Necesitamos una 'prueba' para tener la certeza de que el Señor no nos ha abandonado, de que sigue con nosotros hasta el final de los tiempos, como Él mismo lo prometió (Mt. 28, 20). Nuestra fe es como la llama de una vela, que flamea vacilante y que corre permanentemente el riesgo de ser apagada por los vientos funestos de las ideologías de turno o por los embates de organizaciones anticristianas (o cristianas solamente de nombre), con oscuros intereses.


Oración 

Santo Tomás, apóstol: tú, primero fuiste víctima de la incredulidad que duda de lo que no ve; después, modelo de la fe que confiesa el Señorío y la Divinidad de Cristo.  
Acrecienta nuestra fe, reaviva en nosotros la esperanza y haz que, apartados de los ídolos materiales, mentales, espirituales y virtuales, reconozcamos y anunciemos como tú al único Dios verdadero, Uno en Tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

O bien:




Imagen XIV




Descripción

La decimocuarta imagen nos invita a contemplar la primera aparición de Jesús Resucitado a sus apóstoles. La escena, con los personajes simétricamente dispuestos, presenta al Señor en el centro, levantando su Mano derecha, en señal de bendición. Cinco apóstoles hay a la derecha de Él y cinco a su izquierda; ocho de pie y dos de rodillas. Todos, en actitud de adoración. Faltan Tomás, el apóstol incrédulo al que nos referimos en el panel anterior, y el traidor Judas Iscariote, que ya se quitó la vida, víctima de la desesperación (Cf. Mt. 27, 5; Hech. 1, 18).

Arriba, se leen las primeras palabras que Jesús les dijo entonces, al soplar sobre ellos (Jn. 20, 22): Accipite Spiritum Sanctum... ("Reciban el Espíritu Santo..."). 


Meditación

Solemne atardecer del Domingo de Pascua, cuando Jesús, luego de soplar y ofrecer a los apóstoles el Don de su Espíritu, instituye el Sacramento de la Reconciliación (cf. Jn. 20, 23), confiriendo a los apóstoles y a sus sucesores, el poder para perdonar los pecados, 
Solamente dos veces Dios 'sopla' en las Sagradas Escrituras:  cuando como Creador infunde el Aliento vital de su Espíritu Santo al primer hombre (Gén. 2, 7; cf. Job. 12, 10; Rom. 15, 5); y en el acontecimiento que se muestra en este panel, cuando como Redentor y Juez Supremo, ofrece el mismo Espíritu a los apóstoles, anticipando el misterio de Pentecostés. Si el primer soplo fue para infundir la vida, el segundo es para restituir la gracia perdida, la cual nos fue dada en el bautismo.


Oración 

Soplo de Dios Viviente, Espíritu Creador y Santificador, por cuya omnipotencia el Padre resucitó a Jesús de entre los muertos y también vuelve a la vida las almas muertas por el pecado, ven y haz morada en nuestro corazón. Oh, Fuego celestial, aumenta la fe, reaviva la esperanza y haz arder de caridad los corazones de quienes te invocamos con confianza. Concédenos perseverar hasta el fin en la comunión de la Iglesia, a la que Tú guías por los senderos del mundo, hacia la Jerusalén celestial. Amén.


Imagen XV





Descripción

La decimoquinta imagen representa la Conversión del apóstol san Pablo (Hech. 9, 1-19; 22, 6-16), que la liturgia celebra cada 25 de enero. Es el primer panel de la Puerta Santa en el que aparece Jesús Resucitado después de haber ascendido al Cielo.
El Señor se presenta emanando los rayos de la gloria (cf. Hech. 9, 4; 22, 6), con sus brazos levantados nuevamente, como signo de victoria y autoridad. Habiendo sido glorificado por su Padre,  lo será por la eternidad (cf. Jn. 12, 28). El apóstol, por su parte, yace en tierra abatido, no tanto por su caída física (Hech. 22, 7) cuanto por la toma de conciencia de la majestuosa Divinidad de Aquel a Quien persiguió hasta ese momento (Hech. 9, 1-2) Está viendo cara a cara al Dios hecho hombre, al Mesías de las promesas, ya resucitado y glorificado. Con las manos, parece querer contener la luz resplandeciente que emana de su Señor. Se ve el caballo de Pablo en movimiento, lo que contribuye a destacar el dinamismo de la escena, enmarcada por el paisaje del camino a Damasco (Hech. 9, 3). Arriba de Pablo y su caballo, se leen las palabras -oídas por los presentes- (Hech. 22, 9) con que Jesús se presentó ante él (Hech. 9, 5; 22, 8): Sum Jesus, quem tu persequeris. ("Soy Jesús, a quien tú persigues").


Meditación

San Pablo fue perseguidor de la Iglesia de Cristo (Hech. 22, 4-5); no del Señor en Persona porque Éste ya había resucitado y ascendido al Cielo. Sin embargo, al aparecérsele el Señor, le reclama que lo persigue a Él mismo. Suprema lección del Maestro: Quien embiste contra la Iglesia, a Él mismo ataca. De este modo, siembra en el corazón del Apóstol, la semilla que el Espíritu Santo hará fructificar como la doctrina paulina de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, del que los bautizados somos miembros. (Cf. Rom. 12, 5; I Cor. 10, 17; I Cor. 12, 27; Ef. 4, 12; Heb. 13. 3; Ef. 5, 23; Col. 1, 24).
Urge, por tanto, que el último Apóstol elegido transite también su propio proceso de conversión.
Según el Libro de los Hechos de los apóstoles, luego de su encuentro con Jesús, Pablo perdió temporalmente la vista (Hech. 22, 11). E incluso el apetito y la sed (Hech. 9, 8-9). En realidad, este apóstol empieza a 'ver' cuando deja de ver. En efecto, cuando se queda sin la vista física, se libera de la ceguera espiritual y empieza a darse cuenta de que pasó mucho tiempo persiguiendo a Cristo, la Verdad misma, a la que había rechazado por dar lugar a otras 'verdades'. 


Oración 

Bendito san Pablo, tú  eres hermano de Pedro en la debilidad humana, en la predicación, en los padecimientos, en el martirio y en la gloria. 
Al principio, fuiste enemigo de la Verdad en Persona (Cristo), pero luego sucumbiste ante su imponente resplandor, la abrazaste plenamente y la anunciaste hasta derramar tu sangre por ella. 
Ven, ahora, en ayuda de nuestra debilidad, y, desenmascarando tantos "cristos" falsos que el mundo de hoy ha fabricado a la medida de sus intereses, muéstranos al Cristo verdadero que tú predicaste: el Dios encarnado, que reina sentado a la derecha de su Padre en el Cielo, pero que, a la vez, permanece con nosotros hasta el fin del mundo. Él es infinitamente misericordioso, aunque no justifique ningún pecado; absolutamente paciente a lo largo de las generaciones; y al final de los tiempos, Juez justísimo. Ayer, hoy y siempre, indeclinablemente amoroso.
Apóstol de los gentiles, que contigo reconozcamos y adoremos al único y auténtico Redentor. Amén.
 





Imagen XVI

 



Descripción

La decimosexta y última imagen es la única que no reproduce relato bíblico alguno.  Vemos al Sumo Pontífice Pío XII, en la Nochebuena de 1949, abriendo por primera vez esta Puerta Santa que había sido hecha para tan importante ocasión. Dando inicio el Jubileo ordinario del Año Santo 1950, queda inmortalizado en bronce el momento de la inauguración de la histórica Puerta.  El Papa, revestido con paramentos pontificios, tiene, en la mano derecha, el martillo litúrgico que se empleaba para golpearla tres veces, como parte del solemne rito de apertura, hoy simplificado; y en la izquierda, una cruz. Acompañan a Su Santidad dos ministros que están arrodillados, uno de los cuales posee una candela encendida. Se advierte, en segundo plano, a un guardia suizo quien, como testigo, presencia el histórico acontecimiento y brinda protección al Santo Padre.
En el centro de la parte superior del panel, se lee la incesante exhortación del Señor a los redimidos (Apoc. 3, 20): Sto ad ostium et pulso ("Estoy a la puerta y llamo").


Meditación


En el Año Santo 1300, el Papa Bonifacio VIII celebró el primer Jubileo de la historia, y en 1423,  el Papa Martín V abrió por primera vez en la historia una Puerta Santa, en la Archibasilica de san Juan de Letrán. En 1499, Alejandro VI incluyó a las otras tres Basílicas papales de Roma, como sedes para la apertura de Puertas Santas jubilares: San Pedro, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros. Desde entonces, hasta el presente, la Iglesia ha celebrado Jubileos ordinarios y extraordinarios, atrayendo a multitudes de peregrinos hacia Roma y hacia otros lugares sagrados del mundo, enriquecidos por los Pontífices con la gracia del perdón jubilar.
Unámonos en la misma fe a las generaciones de peregrinos que atravesaron física o espiritualmente esta Puerta Santa y las otras tres, confesando que 'Jesucristo es el Señor' (Jn. 21, 7), para gloria de Dios Padre (Flp. 2, 11), y que 'no hay otro Nombre por el que podamos ser salvos' (Cf. Hech. 4, 12).



Oración 

Nuestro Señor Jesucristo, Puerta Santa de la Vida y de la salvación (cf. Jn. 10, 9), Alfa y Omega (Apoc. 1, 8; 21, 6; 22, 13), que dando cumplimiento a las Sagradas Escrituras, has proclamado un 'Año de gracia' como don de tu insondable misericordia (Is. 61, 2; Lc. 4, 19), dirige tu mirada sobre la Iglesia que fundaste para que acogiera maternalmente a hombres y mujeres de todos los pueblos y razas, engendrándolos a una vida nueva por el bautismo.
Concede a los que formamos parte de esta Iglesia, permanecer unidos a ella y entre nosotros, en comunión con tu Vicario y con los demás pastores. Líbrala de toda persecución y de cualquier intento, interno o externo, de corromper tus enseñanzas.
Te lo pedimos por intercesión de tu Madre, a la que con esperanza, invocamos como Ianua Cæli ("Puerta del Cielo"), y de los santos y beatos Pontífices Romanos de todos los tiempos. Amén.








2 de febrero del Año Santo 2025, fiesta de la Presentación del Señor.
Entrada dedicada a Él, que es Puerta Viviente hacia la eternidad, Luz para iluminar a las naciones, y gloria de todos los pueblos.

4 comentarios:

  1. ¡Qué hermosa publicación! Muchas gracias. Feliz Año Jubilar.

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    1. Gracias a usted por honrarme con la visita al blog.

      El Niño Jesús, hoy presentado en el Templo, ilumine su vida y proyectos.

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  2. Muy completa y detallada la descripción de la Puerta Santa y de cómo rezar en este Jubileo. Felicitaciones

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    1. Agradezco el comentario. Me alienta a seguir escribiendo.

      Los santos Blas y Oscar, cuya memoria celebramos, le concedan paz y perseverancia.

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