Relato de un testigo presencial
La beatificación de Juan Pablo II quedará en la memoria de
la Iglesia y del mundo como la más emocionante de la historia, con
características que la hacen realmente única.
Quiero consignar, entretejidas con mi experiencia personal, algunas peculiaridades que pudieron pasar
desapercibidas, o que no fueron suficientemente detalladas por la prensa.
Quizás muchas de ellas sean secundarias respecto del acontecimiento central del
día, pero sin dudas contribuyeron a que sea una fecha sin precedentes en la
Iglesia de Roma.
Vigilia
Es cierto que es tradicional en la Iglesia, que la comunidad
local a la cual pertenece el hijo de Dios que será elevado a los altares,
organice una vigilia de preparación la noche precedente al evento. Pero es poco
habitual que dicha vigilia adquiera como ésta, el carácter universal, el aval
oficial y la cualificada participación de encumbradas autoridades de la Santa
Sede, al punto que el mismo vicario de Su Santidad para la diócesis de Roma, el
cardenal Agostino Vallini, fue quien la presidió.
La vigilia, que tuvo como escenario el célebre Circo Máximo,
se estructuró en dos partes, durante las cuales se alternaron diferentes coros,
como el Gaudium Poloniae, que interpretaron emotivas canciones:
1 1- La celebración de la memoria, en la que se
proyectaron breves videos de la vida del Papa Wojtila y se realizó una procesión
con candelas en la que participaron los jóvenes de todas las parroquias romanas.
Ellos encendieron lámparas frente al venerable icono de María, Salus Populi Romani, entronizado en el
escenario, junto a una bella imagen de Juan Pablo II.
En esta parte, se
contó con la presencia y el testimonio de quienes conocieron más profundamente al
amado Papa, y de quien experimentó el poder de su intercesión:
Me refiero al
doctor Joaquín Navarro Valls, portavoz
del Vaticano durante gran parte del pontificado de Juan Pablo II, y a la hermana Marie Simon-Pierre, favorecida con la curación milagrosa
del Parkinson que padecía, gracias a la intervención del beato Papa polaco.
También se escuchó la voz del querido cardenal Stanislaw Dziwisz, secretario
personal de Juan Pablo II durante casi cuarenta años.
2
2- La segunda parte, centrada en la oración, quiso
rendir homenaje al Gran Papa mediante el rezo de los misterios luminosos del
Santo Rosario, por él mismo instituidos. El piadoso ejercicio tuvo lugar en
conexión con cinco Santuarios, cada uno de los cuales rezaba un misterio,
pidiendo por una intención:
El Santuario de Lagniewuniki, en
Cracovia, oró por los jóvenes.
El de Kawekamo-Bugando, en
Tanzania, oró por la familia.
El de Nuestra Señora del Líbano-
Harissa, por la evangelización.
El de Nuestra Señora de
Guadalupe, en México, por la esperanza y la paz de las naciones.
Y el de Fátima, en Portugal, oró
por la Iglesia.
Al concluir la Vigilia, contamos con la
Bendición del Santo Padre Benedicto, a
través de un video en directo, desde su apartamento pontificio.
Entre tanto, muchas parroquias
romanas se preparaban para la “noche blanca”, como se le llamó a la vigilia de
adoración eucarística a la que invitaron.
LA
BEATIFICACIÓN
Y llegamos al día esperado e
inolvidable de la Beatificación.
El bus que nos trasladaba nos
dejó en las inmediaciones del Castillo de Sant Angelo. La cantidad de gente era
impresionante. Muchos habían pasado la noche allí, pues ya estaban ocupados
todos los lugares cercanos a la Vía de la Conciliación; ella misma estaba
totalmente “cubierta” de gente, y ni hablar de la plaza de San Pedro. Grandes
pantallas estaban situadas en lugares estratégicos de la ciudad. La gran
mayoría de peregrinos sólo se contentaban, siendo realistas, con ubicarse en un
lugar desde el cual pudiesen ver bien la transmisión por esas pantallas.
Intenté avanzar lo más que pude,
y llegué con mucha dificultad a la Vía de la Conciliación. Entre tanto, ya
había comenzado la llamada “Preparación para la celebración”, que consiste en
un conjunto de oraciones, reflexiones y cantos en diferentes idiomas, que nos
predisponen espiritualmente para una fructífera celebración. Con este objetivo,
se cantó en diferentes idiomas, la
Coronilla de la Divina Misericordia, revelada por el mismo Jesús a la religiosa
polaca Santa Faustina. Fue muy significativo que se realizara este acto piadoso,
pues era el Domingo de la Divina Misericordia, instituido por Juan Pablo II, y
en vísperas del cual, él había sido llamado a la Casa del Padre. La vida y el
ministerio del inolvidable Papa polaco, siempre estuvieron relacionados con la
devoción a Jesús Misericordioso. Él mismo fue quien canonizó a Faustina
Kowalska en el Año Santo 2000, al instituir la Fiesta.
En esta preparación se leyeron
también fragmentos de homilías de Juan Pablo II, en las que se refería a la
Divina Misericordia.
Al son del canto de la Coronilla,
yo seguía avanzando lentamente, por la Vía de la Conciliación. Era sumamente
difícil. Jamás he visto tanta gente.
Cuando llegué al tramo de la Vía
que precede la Plaza de San Pedro, no pude avanzar más.
En ese momento, las notas del órgano
dejaban escuchar la melodía del preclaro Tu
es Petrus, de Palestrina. Cuál fue mi asombro cuando recordé que hacía
pocos días, había elegido ese mismo tema para insertar en un sencillo power point que hice como homenaje a Juan
Pablo II.
Luego comenzó la procesión de
entrada, más que solemne y emotiva, al final de la cual, ante una incomparable
ovación, veneré desde el corazón, y con amor filial, al amado Papa Benedicto,
que con el rostro visiblemente emocionado y feliz, cerraba dicha procesión,
impartiendo la deseada Bendición apostólica, tesoro reservado a los Pontífices
Romanos.
Del balcón central de la Basílica
de San Pedro se veía un paño blanco que cubría el tapiz del futuro beato. El
mismo balcón desde el que Juan Pablo y Benedicto habían dirigido a la humanidad
sus primeras palabras como Sucesores de Pedro, y habían impartido su primera
Bendición solemne. El balcón desde el que en tantas Navidades y Pascuas habían
pronunciado el tradicional mensaje Urbi
et Orbi. Pocos saben que los Papas sólo se asoman por ese balcón cuando son
elegidos, y en los dos días más santos del año, en Pascua y Navidad.
La Misa comenzó como de
costumbre. Luego del Kyrie, se inició el Rito de Beatificación, mediante el
pedido formal que realizó el cardenal Agostino Vallini, vicario de Su Santidad para
la diócesis de Roma, quien rogó al Santo Padre tuviera a bien incluir a su
amado predecesor en el catálogo de los beatos. El cardenal leyó una breve
biografía del querido Pontífice, interrumpida en varias oportunidades por los aplausos de los fieles.
Luego, Benedicto XVI pronunció la
fórmula de beatificación, al final de la cual, ante el clamor entusiasta de la
multitud, que entre lágrimas de emoción, aplausos, y alabanzas al beato,
presenciaban el descubrimiento del tapiz; éste ostentaba aureolado el rostro
gozoso y juvenil de Juan Pablo II. En lo personal, fue el momento más emotivo
de la celebración. No podía creer que aquel cuyas manos benditas alguna vez tuve la gracia
de besar, estuviera siendo oficialmente
elevado a los altares por mi siempre amada Madre Iglesia.
Después, dos religiosas, una de
ellas, polaca, que había servido desde siempre a su ilustre compatriota, y la
otra, Marie Simon- Pierre, favorecida por el beato con el milagro de la
curación de Parkinson, presentaron las reliquias al Santo Padre. Se trata de
dos pequeños tubitos con sangre de Juan Pablo II, colocados en un bello
relicario, que en algunos de sus detalles, parece reproducir rasgos del
interior del Santuario polaco de la Divina Misericordia.
Después de ser entronizadas las
reliquias, se cantó el himno Gloria in
excelsis.
Luego se pronunció la oración
colecta propia del Domingo de la Misericordia, Octava de Pascua.
Y comenzó la Liturgia de la
Palabra. La primera lectura se leyó en polaco; el Salmo se cantó en latín; la
segunda lectura se leyó en inglés; y el Evangelio se proclamó en latín. Después,
el Santo Padre pronunció su homilía, en la que se refirió a la santidad
mundialmente reconocida de Juan Pablo II.
Después se rezó la Oración de los
fieles en diferentes idiomas, con una particularidad que pocos notaron: Se
redactaron las peticiones a partir de las palabras latinas que dieron nombre a
las principales encíclicas del nuevo beato. En el Libro oficial de la
celebración, estas palabras están en cursiva.
En la Liturgia Eucarística,
abrieron la procesión de ofrendas un joven y una joven polacos, notablemente
emocionados, quienes con sus vestimentas típicas, se acercaron reverentemente
el Santo Padre.
Tengo que decir aquí, y
permítanme esta digresión, que la presencia polaca durante todos estos días, y
sobre todo éste, fue admirable. La devoción de este pueblo, su fidelidad y amor
a la Iglesia, son realmente incomparables. No recuerdo haber visto ni un rincón
de la Plaza, ni del Vaticano, ni de la misma Ciudad Santa, desde el cual no se
viera una bandera polaca flameando junto a la papal, en manos de grupos de
peregrinos de todas las edades y condiciones civiles y sociales. ¡Salve,
Polonia, hija fidelísima de la Iglesia y de los Romanos Pontífices!
Luego, con un fervor digno de
destacar, siguió la Misa como de costumbre, hasta el final, en que el Santo
Padre, antes del rezo de la antífona pascual Regina Caeli, dirigió unas palabras de saludo y gratitud en
diferentes idiomas a todos los presentes, empezando por las autoridades
religiosas y civiles.
Después de la Bendición solemne,
se cantó el Himno oficial del nuevo beato. (Al pie de esta entrada comparto con ustedes música y letra).
Al concluir la Misa, larguísimas
filas aguardaron para venerar el relicario (así se le llama al cofre con los
restos mortales de un beato) de Juan Pablo II, colocado ante el Altar de la
Confesión de San Pedro, dentro de la basílica vaticana. Fue una gracia de Dios
derramar lágrimas de emoción ante el mismo cofre que me hizo derramarlas de
tristeza hace pocos años, cuando presenciaba por TV los funerales que me hacían
tomar conciencia de que jamás volvería a ver en esta Tierra al Papa peregrino,
mi padre, maestro y amigo.
Y para concluir este relato,
quiero compartir con ustedes una experiencia más, muy personal, que no puedo
sino considerar otra gracia de Dios:
Luego de estar en Roma, visité
otros lugares de Italia, el último de los cuales fue Milán. Cuando el último
día estaba en el aeropuerto milanés, esperando el vuelo que me llevaría a Roma,
para desde allí volver a Argentina, vi a un sacerdote, a quien reconocí como tal
por su cleryman. Le pedí por favor que bendijera algunos objetos sagrados que
llevaba conmigo como recuerdo de la beatificación. Me dijo que sí. Era italiano
pero hablaba bien el español.
Cuando estaba trazando la
bendición vi que tenía el anillo episcopal, y me percaté de que también llevaba
cruz pectoral. Entonces le dije. “Pero usted es obispo”, contándole que yo era argentino. Me dijo que sí, que efectivamente era obispo, y que
había estado en Argentina en 1987, cuando Juan Pablo II vino a este país. Le
dije que me hacía acordar a Piero Marini, por su gran parecido. Monseñor Piero
Marini fue el Maestro de Ceremonias Litúrgicas Pontificias de Juan Pablo II.
Acompañó al Pontífice polaco en cada uno de sus viajes por el mundo, y estaba a
la par de él en toda celebración litúrgica. Yo lo admiré siempre, porque parecía
el ángel guardián del beato Papa, sobre todo en sus últimos años de vida
terrena.
El hecho es que este obispo me
respondió sonriendo: “Sí, soy bastante parecido”. Y me mostró su
identificación. ¡ERA ÉL! ¡PIERO MARINI EN PERSONA! Y yo sin saber, le había pedido
que bendijera esos recuerdos. Le pedí que autobiografiara el Libro de la
beatificación que traía conmigo. Me emocionó reconocer esa firma que tantas veces había visto al pie
de documentos litúrgicos oficiales.
Y después me saqué una foto con
él. Experiencia inolvidable.
Concluyo este relato dando
gracias al Altísimo por haberme concedido el regalo de estar en el punto que
más amo del Planeta, la Plaza de San Pedro, participando de la beatificación de
la persona que más amo, Juan Pablo II, presidida por la persona que más admiro
del mundo: Benedicto XVI.
No mereciendo nada, ¿qué más
puedo pedir?
(Escrito el 1° de mayo de 2012, memoria litúrgica de San José Obrero, con motivo del primer aniversario de la Beatificación de Juan Pablo Magno, Papa).
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