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domingo, 3 de junio de 2012

Apariciones y revelaciones: Discernimiento

 

Con motivo de la gran difusión de mensajes y revelaciones privadas en los últimos tiempos, y para salvaguardar el verdadero y único dato revelado, que se halla en las Sagradas Escrituras y que concluyó con la muerte del último de los Apóstoles, la Santa Sede se ha visto en la imperiosa necesidad de ofrecer algunas orientaciones acerca de cómo proceder ante esta realidad.
No es la primera vez que la Iglesia se expide al respecto ni creo que sea la última.
Los presuntos "receptores" de mensajes y revelaciones a menudo son personas de buena fe. El hecho de que efectivamente pudieran haber sido elegidos por Dios para transmitir algún mensaje a la humanidad, no es una cuestión que pueda admitirse de un momento a otro. Requiere del serio discernimiento de las autoridades de la Iglesia. Es así porque está en juego la salvación de las almas, ni más ni menos.
Esta prudencia, como así también la tan reprochada como "saludable lentitud" de la Madre Iglesia cuando se trata de emitir su juicio sobre estos temas, no es sino, por lo dicho, un servicio al Pueblo de Dios.
El hecho de que la Iglesia no haya aprobado tal o cual presunta revelación y/o aparición, puede significar: 1° Que lo está estudiando para comprobar que nada obsta a la fe; 2° y que hasta el momento, no ha hallado nada contrario a ella, en cuyo caso no habría tardado en emitir el juicio correspondiente, por el bien de las almas.
De no haber nada que se oponga a la fe, la autoridad competente de la Iglesia puede emitir un juicio provisorio (nunca definitivo, hasta que no concluyan todas las manifestaciones), expresando que hasta el momento considerado, nada hay contrario a la fe y a la moral católicas. La fórmula oficial es Pro nunc nihil obstare (Cf. Supra: "orientaciones").
Los frutos espirituales que se produzcan a partir de dichas manifestaciones son una realidad muy importante que tiene en cuenta la autoridad eclesiástica competente, a la hora de pronunciarse sobre la autenticidad o no de aquéllas.
Aun habiéndose comprobado dicha autenticidad, esto no implica necesariamente una "beatificación" o "canonización" de las personas elegidas, las cuales suelen ser un mero instrumento de Dios. Casi cinco siglos pasaron antes de que Juan Diego, vidente de la Virgen de Guadalupe, fuera canonizado.
Casi dos siglos hubo de esperar la vidente alemana Catalina Emmerick (en la imagen de arriba) para ser beatificada.  Menos de un siglo aguardaron los pastorcitos de Fátima, Francisco y Jacinta. Y hay otros videntes o "auditores" de apariciones y revelaciones que no reúnen todas las condiciones para ser propuestos por la Iglesia como modelos a imitar.
Aun habiendo sido aquéllos beatificados o canonizados, esto no implica que haya "infalibilidad" en sus escritos (salvo que hayan sido Pontífices Romanos, pronunciándose en lo atinente a la fe y a las costumbres). Lo único que asegura su "elevación a los altares" es que en dichos escritos nada se ha encontrado que se oponga a la fe católica, más allá de posibles errores en otros temas (geográficos, lingüísticos, políticos, históricos, culturales, etc).

Cuál ha de ser la actitud de los fieles ante la proliferación de manifestaciones:

-Los fieles deben, ante todo, acogerse con humildad a lo que les indiquen sus pastores. 
-Deben preocuparse por leer, estudiar, dar a conocer y poner en práctica en primer lugar la Palabra de Dios.
-Deben acoger favorablemente todo mensaje o aparición que acreciente su comunión con la Iglesia (jerarquía y laicos), que  los induzca a una mayor participación en la vida sacramental, y a una vivencia más plena de la liturgia de la Iglesia. Si el mensaje invita a realizar devociones privadas, por autorizadas que fueren, que alejen  al fiel de la práctica sacramental, o que la releguen a un segundo plano, se debe dudar de tal mensaje.
-Deben rechazar todo mensaje que los exhorte a modificar tal o cual oración bíblica o litúrgica aprobada por la Iglesia.
-Deben evitar imponer su juicio personal anticipándolo al del Magisterio de la Iglesia.
-Deben comprender que no es aconsejable que lean y difundan los mensajes indiscriminadamente. En efecto, no todos aquellos que leen estos mensajes están en condiciones de interpretarlos correctamente, ni de recibir de ellos el beneficio que pretenden ofrecer. Por ejemplo, una persona depresiva, no se verá favorecida por un mensaje de tono apocalíptico que la inste a convertirse, advirtiéndole cómo la ira de Dios está por derramarse sobre la humanidad (1).  
-Deben recordar que la fe no implica en primer lugar ni necesariamente "sentir" -en la acepción de "percibir con los sentidos- las realidades espirituales. De ser así, a una persona que agoniza inconsciente no habría que administrarle el sacramento de la Unción, puesto que no "percibiría" lo "sensible" que hay en él: (suavidad, fragancia, etc). Reducir la fe a lo que uno siente, es empobrecerla. Que alguien pueda haber sentido aroma de rosas en tal o cual aparición mariana, o sepulcro de algún santo, no es tan relevante como la conversión radical que la imitación de la Virgen o del santo debería obrar en él. Y si nunca ha "sentido" algo, esto no lo hace menos digno del favor divino.
-Deben evitar presentar el dato bíblico, "ampliado", "adornado" con el de las supuestas revelaciones, sin  especificar qué pertenece a las Sagradas Escrituras y qué no. Esta aclaración vale más para los sacerdotes que para los fieles.

 (1) Hay revelaciones que son más "apocalípticas y reveladoras" que el mismo Libro del Apocalipsis. ¡Cuánta gente anda por la vida buscando percibir tal o cual señal sobrenatural, o pretendiendo conocer lo que ocurrirá en un futuro más o menos inmediato, en vez de vivir el presente en gracia! Son como los "varones de Galilea" del Libro de los Hechos de los Apóstoles. Ante la Ascensión del Señor, se quedan estupefactos, inactivos, mirando el cielo, y son reprendidos por los Ángeles (Cf. 1, 11). 
Debemos vivir el aquí y el ahora, en gracia, orar y practicar la caridad, sin preocuparnos por lo que ocurrirá mañana, según las enseñanzas del Divino Maestro (Cf. Mt. 6, 34).

3 de junio, solemnidad de la Santísima Trinidad.
Clausura del VII Encuentro Mundial de las Familias. Milán, 2012.




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