Posiblemente quien leyó el título de esta entrada, se haya preguntado cuáles son, esta vez, los "ataques a la Iglesia", y si se trata de los de siempre o de otros nuevos. Y también de parte de quién o quiénes. En efecto, no se puede negar que se trate de un título muy general. Y debo decirles que lo he colocado intencionalmente porque no me quiero referir aquí a algún ataque o crítica en particular, esgrimidos por determinada persona o grupo de personas hacia cierta acción o declaración de la Iglesia. Quiero hablar, por el contrario, de los ataques que generalmente y sobre distintos puntos, se dirigen a la Iglesia de ayer y de hoy, de parte de sus propios miembros y de los que no lo son, creyentes o no.
Tengo que reconocer como católico, que hay ciertos cuestionamientos, alentados por un evidente espíritu constructivo, realizados por hermanos de buena fe. Han de ser siempre bienvenidos y agradecidos por quienes nos reconocemos humildemente pecadores y deseamos ser cada día mejores.
Ataques de parte de los hermanos que se confiesan como "no creyentes"
Aquí me refiero no solamente a los que atacan a la Iglesia llamándose a sí mismos "ateos", sino a aquellos que, aunque adhiriendo a tal o cual credo, no hablan desde esa posición sino desde otros ámbitos de la sociedad.
Los que se llaman "ateos", con frecuencia critican el proceder -tanta veces indiscutiblemente reprobable- de ciertos miembros de la Iglesia. Les reclaman que por creer en Dios habrían de dar el ejemplo. Yo me pregunto: ¿dar el ejemplo a quién? ¿a un mundo que no quiere recibirlo ni que tampoco lo da? ¿dar el ejemplo con qué fin? ¿con el de recibir un premio de parte de un Dios que, según esta acusación, es pura invención de los creyentes? Que se entienda bien: no estoy diciendo que los que creemos no debamos dar el ejemplo, sino que es irracional que nos lo pidan quienes no creen, por el hecho de que, desde su perspectiva se infiere que, o ellos y nosotros deberíamos darlo por quién sabe qué razón, o ninguno estaría obligado a hacerlo. No existiendo un Dios ni mandamientos que cumplir, ¿qué obligaría a unos a "dar el ejemplo", mientras que a otros los eximiría? Muchos hablan, por referirme solo a un caso, de las "riquezas de la Iglesia". Afirman que "deberían ser vendidas para darles de comer a los pobres". Jamás escuché dirigir esta admonición a ninguna otra institución u organismo más que a la Iglesia Católica Romana. A los que no creen en Dios, les pregunto: ¿qué ley mandaría a una institución -que ellos consideran pura invención humana- a vender sus bienes, mientras que a todas las demás entidades les reconocería el derecho de poseer los propios? O sea que los críticos de la Iglesia no creen en Dios y por ende, no le reconocen a ella origen divino, pero le piden que dé el ejemplo de lo que un Dios inexistente manda.
Respecto de los ataques de aquellos que, sin declararse "ateos", se pronuncian desde ámbitos no religiosos de la sociedad, como la mayoría de los periodistas en los medios de comunicación, y todos aquellos grupos que implícitamente responden a determinada ideología anticristiana (o al menos, no cristiana), para mí está claro que los ataques a la Iglesia se deben, en
primer lugar, no al comportamiento equivocado de muchos de sus
miembros -que infelizmente, por la debilidad humana, existe y existirá siempre- sino a la incomodidad que significa para todos esta Iglesia que, muchas veces incluso a pesar
esos mismos miembros, dice verdades que al mundo no le conviene escuchar, porque dejan a la
luz las miserias que todos tenemos; según el modo de pensar de estos detractores, estamos ante una Iglesia que, so riesgo de que atentemos flagrantemente contra la coherencia, nos exhorta a dejar de lado ciertos procederes a los que estamos muy acostumbrados.
Cuando el cardenal Joseph Ratzinger era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, es decir, primer colaborador del Papa y custodio de la verdad de la que la Iglesia es depositaria, empezaron a lanzar algunas críticas contra él. Cuando fue elegido Sumo Pontífice y escogió el nombre de Benedicto XVI, esas críticas se convirtieron en un huracán creciente de acusaciones infundadas, de ridículo intento de denuncias penales, de tergiversación de sus palabras y de calumnias e irrespetuosidades de una grosería tal, que por densa -aunque falaz- logró convencer a muchos "adictos" a los medios, receptores pasivos que, enemigos de investigar por su cuenta para corroborar, deglutían con gusto y "sin masticar" cada información que se les ofreciera. Este proceso gradual de descalificación y escarnecimiento de Benedicto XVI, orquestado por la prensa pagana, pero que contó con el aval vergonzoso de muchos católicos "de nombre", tuvo como epílogo las últimas críticas y elucubraciones que fueron consecuencia inmediata de la primera renuncia papal después de siglos, renuncia por todos inesperada. Pero he aquí algo interesante que prueba mi hipótesis de que el ataque, más que contra una persona, se orquesta contra la Iglesia y contra su Suprema Autoridad. Cuando fue elegido el cardenal Bergoglio y asumió el nombre de Francisco, cesaron todas las críticas y acusaciones contra su inmediato Predecesor. Detuvieron su escarnecimiento los medios de comunicación, parecieron esfumarse en la nada -de donde habían surgido- las acusaciones y denuncias. El dejar de ser el Vicario de Cristo -una decisión que solo el mismo Papa podía tomar- lo redimió de toda "culpabilidad atribuida", lo liberó de todo cargo, puso fin a las calumnias y denuncias... Entonces, es evidente que el ataque se dirigía a él por ser Papa, y nada más. Se me objetará que con Francisco es diferente, que fue bien recibido desde el principio. Esto es relativamente (permítanme subrayarlo: solo relativamente) verdad hasta ahora, al menos. Claro, porque no le ha tocado pronunciarse explícitamente sobre las mismas verdades que todo Sucesor de Pedro debe defender. Cuando eso ocurra, y no creo que falte mucho tiempo para ello, el Papa Bergoglio será igualmente atacado por los mismos sectores y por iguales razones.
Cristo fue perseguido, y su Cuerpo, crucificado. Los que creemos que somos miembros de la Iglesia, y que ella es el Cuerpo Místico de Cristo, sabemos que hemos de ser perseguidos y crucificados; más que todos, el Santo Padre, que hace las veces del mismo Cristo.
La mayoría de los que forman parte de este grupo son contestatarios con respecto a la moral católica. Ahora bien, si no la admiten, ¿por qué razón desean que mudemos el pensamiento los que sí la admitimos? ¿Por qué nos critican a los que adherimos a ella? Si no quieren seguirla, ¿por qué pretenden que tampoco nosotros la sigamos"
Ataques de parte de los hermanos que se confiesan cristianos "no católicos"
No son menos feroces ni tampoco menos malintencionados los ataques de los hermanos cristianos no católicos que los de los que se confiesan no creyentes. Las principles críticas se orientan a cuestiones doctrinales. Son secundarias las que se refieren a los pecados personales de los católicos, sacerdotes y laicos, por el simple hecho de que es difícil acusar de faltas en este orden a católicos de las que no sean también culpables muchos no católicos.
En lo que se refiere a la doctrina, la principal acusación es la de la idolatría. Se dice que los católicos somos "idólatras" porque "adoramos" imágenes "hechas por la mano del hombre" o rendimos culto a objetos, contrariamente a lo que dice la Ley de Dios. Expresadas así las cosas, también yo acusaría a los católicos, si no profesara esta fe (y quizás, si fuera fiel a la verdad, también me espetaría a mí mismo dicha acusación, siendo católico).
El problema es que los "acusadores", al partir de premisas falsas, arriban temerariamente a conclusiones que también lo son. En primer lugar, ningún católico jamás adora a alguien, ni mucho menos a algo distinto de Dios, Padre, Hijo o Espíritu Santo. Lo que hacemos es venerar, es decir, manifestar un respeto especial a todo aquello que, por estar relacionado con Dios de una u otra manera, a Él nos conduce. La Madre del Señor ocupa el primer lugar en esa veneración que tributamos. No hacemos sino imitar al mismo Redentor que escogió, amó y veneró a su Madre y a su padre adoptivo -de ahí se derivan también nuestra devoción y gratitud a José de Nazaret- más que a ninguna otra criatura, y no consideró deshonra ni menoscabo de su Divinidad el permanecerles sujeto aquí en la Tierra, como consta explícitamente en el Evangelio (Cf. Lc. 2, 51). Aquellos que niegan la legitimidad de tal veneración deberían revisar qué es lo que sienten y cómo lo manifiestan con respecto a sus seres más queridos, y hasta con animales, proyectos y objetos. Quizás se encuentren también en el mismo "error" que adjudican a los católicos. Los que fustigan la veneración de imágenes deberían además, revisar su conciencia y preguntar si en sus momentos de oración jamás se han imaginado cómo es Jesús, por ejemplo. Ahora bien, esa "imagen" de Jesús por la imaginación de ellos trazada, obviamente no es el Jesús real sino que es el modo como ellos Lo conciben. ¿Qué diferencia hay entre orar ante esta "creación" de la imaginación y hacerlo ante una obra de tal o cual material? ¿Habrá alguien tan ignorante que suponga que el que así ore confunde alguna de esas creaciones con la realidad a la que remiten? Así las cosas, o los católicos y sus detractores son idólatras, o ninguno lo es, pues aunque de diferentes maneras, dirigen directamente su oración, su veneración, a la "construcción" que ellos han hecho de lo sagrado.
Otra crítica frecuente que se hace a los católicos, es el que llamemos "padre" a nuestros sacerdotes, pues es cierto que Jesús dijo que a nadie llamásemos así porque uno solo es el Padre que está en el Cielo (Cf. Mt. 23, 9). Lo inexplicable de esta crítica es que quienes no llaman "padre" a sus pastores, no dejan de dirigirse de esa manera a su progenitor. Los católicos entendemos bien a lo que el Señor se refiere cuando pide esto. Que nadie ocupe el lugar de su Padre que está en los Cielos. Eso no significa negar las "paternidades" espirituales ni naturales que hay entre los hombres. Cuando María reprochó dulcemente la actitud de Jesús, que se había quedado en el Templo sin darles aviso a ella ni al justo José, el Señor respondió que debía ocuparse de las cosas de su Padre Celestial pero sin desconocer en ningún momento la paternidad adoptiva de José, su padre terrenal, a la que la Virgen había aludido.
Otra crítica frecuente que se hace a los católicos, es el que llamemos "padre" a nuestros sacerdotes, pues es cierto que Jesús dijo que a nadie llamásemos así porque uno solo es el Padre que está en el Cielo (Cf. Mt. 23, 9). Lo inexplicable de esta crítica es que quienes no llaman "padre" a sus pastores, no dejan de dirigirse de esa manera a su progenitor. Los católicos entendemos bien a lo que el Señor se refiere cuando pide esto. Que nadie ocupe el lugar de su Padre que está en los Cielos. Eso no significa negar las "paternidades" espirituales ni naturales que hay entre los hombres. Cuando María reprochó dulcemente la actitud de Jesús, que se había quedado en el Templo sin darles aviso a ella ni al justo José, el Señor respondió que debía ocuparse de las cosas de su Padre Celestial pero sin desconocer en ningún momento la paternidad adoptiva de José, su padre terrenal, a la que la Virgen había aludido.
La idolatría es, ante todo, una actitud de corazón, que solamente Dios puede constatar. Pienso en los paganos de la antigua Roma que colocaban recipientes con incienso en manos de débiles mujeres cristianas y con fuerza las obligaban a sostenerlos ante las estatuas de los ídolos. Es evidente que el corazón y la voluntad de las cristianas no estaban allí sino en el único Dios al que reconocían. Lo que exteriormente se veía no era lo que Dios observaba. ¡Cuántos hay que, arrodillados ante imágenes, tienen su corazón orientado a ese Dios verdadero! ¡Y cuántos que jamás se arrodillarían ante imágenes, sino que elevan su voz y sus brazos a Dios mientras que su corazón está en las cosas del mundo! Solamente el Señor, que conoce el corazón de sus hijos, sabe en qué grupos están unos y en cuál otros, quién es idólatra y quién no. Pienso, y es una simple opinión, que la mayoría de los que nos llamamos cristianos, al menos alguna vez, hemos actuado como idólatras, quizás inconscientemente.
De modo que muchos cristianos no católicos, como también nosotros, antes de dirigir el dedo acusador al hermano, deberíamos preguntarnos si de veras no hemos practicado la idolatría.
Otro caso digno de reflexión, por poner solo un ejemplo más, es la reacción de muchos sectores "no católicos" cuando quieren objetar la beatificación o canonización* de algún hijo de la Iglesia, pretendiendo poner en tela de juicio la heroicidad de las virtudes del candidato, requerimiento indispensable para su elevación a los altares. Quizás tengan razones más o menos fundadas para interrogarse acerca de la idoneidad de los candidatos. Son conocidas, por ejemplo, las objeciones realizadas hace un tiempo a las causas de Josemaría Escrivá de Balaguer, hoy felizmente santo; o a la del venerable Pío XII, objeciones aún en el presente esgrimidas.
A lo que no le veo la razón es a la preocupación de los objetores respecto de la feliz consecución de las causas, que se manifiesta con el visto bueno del Sumo Pontífice, lo cual hace efectiva la beatificación o la canonización. En efecto, si tales objetores desconocen explícitamente la Dignidad y la Autoridad del Vicario de Cristo, y por ende, no creen en el carácter definitorio de estos ritos, ¿qué es lo que pretenden impugnar, entonces? ¿en qué se modifica la historia personal del candidado elegido, por la simple declaración hecha en papel y firmada por quienes para ellos es un mero "Jefe de Estado" como el Papa?
Cuando afirman: "Ese candidato no merece ser beatificado/canonizado" por tal o cual razón, me deja estupefacto la "profesión de fe católica" que están realizando con tal aserción. De hecho, con dichas palabras manifiestan que creen: 1- que la beatificación y canonizacion de los elegidos requiere de ciertos "merecimientos"; 2- que así como a su criterio estos no, hay muchos otros candidatos que sí merecen ser beatificados o canonizados, y por ello, no los objetan; 3- que la declaración del Papa, y por ende, la Suprema Autoridad Apostólica de la que ha sido investido, gozan de plena validez y efectividad; 4- como consecuencia de lo siguiente, que la mentada declaración papal surte determinado efecto, esto es, produce un cambio en el estado de las cosas.
En realidad, en este asunto puntual, los que se declaran "no católicos", con aseveraciones de esta naturaleza, demuestran creer mucho más que los mismos católicos en la Autoridad del Sucesor de Pedro y en la validez de los ritos de beatificación y canonización.
Otro caso digno de reflexión, por poner solo un ejemplo más, es la reacción de muchos sectores "no católicos" cuando quieren objetar la beatificación o canonización* de algún hijo de la Iglesia, pretendiendo poner en tela de juicio la heroicidad de las virtudes del candidato, requerimiento indispensable para su elevación a los altares. Quizás tengan razones más o menos fundadas para interrogarse acerca de la idoneidad de los candidatos. Son conocidas, por ejemplo, las objeciones realizadas hace un tiempo a las causas de Josemaría Escrivá de Balaguer, hoy felizmente santo; o a la del venerable Pío XII, objeciones aún en el presente esgrimidas.
A lo que no le veo la razón es a la preocupación de los objetores respecto de la feliz consecución de las causas, que se manifiesta con el visto bueno del Sumo Pontífice, lo cual hace efectiva la beatificación o la canonización. En efecto, si tales objetores desconocen explícitamente la Dignidad y la Autoridad del Vicario de Cristo, y por ende, no creen en el carácter definitorio de estos ritos, ¿qué es lo que pretenden impugnar, entonces? ¿en qué se modifica la historia personal del candidado elegido, por la simple declaración hecha en papel y firmada por quienes para ellos es un mero "Jefe de Estado" como el Papa?
Cuando afirman: "Ese candidato no merece ser beatificado/canonizado" por tal o cual razón, me deja estupefacto la "profesión de fe católica" que están realizando con tal aserción. De hecho, con dichas palabras manifiestan que creen: 1- que la beatificación y canonizacion de los elegidos requiere de ciertos "merecimientos"; 2- que así como a su criterio estos no, hay muchos otros candidatos que sí merecen ser beatificados o canonizados, y por ello, no los objetan; 3- que la declaración del Papa, y por ende, la Suprema Autoridad Apostólica de la que ha sido investido, gozan de plena validez y efectividad; 4- como consecuencia de lo siguiente, que la mentada declaración papal surte determinado efecto, esto es, produce un cambio en el estado de las cosas.
En realidad, en este asunto puntual, los que se declaran "no católicos", con aseveraciones de esta naturaleza, demuestran creer mucho más que los mismos católicos en la Autoridad del Sucesor de Pedro y en la validez de los ritos de beatificación y canonización.
Ataques de los cristianos que se dicen "católicos"
Me refiero aquí a los hermanos que se llaman a sí mismos "católicos", pero que en realidad no lo son, aunque algunos sean quizás mejores personas que los que confesamos esta fe. Se trata de cristianos que niegan verdades del dogma o de la moral que son inherentes a la fe católica.
Están también quienes se oponen a aspectos atinentes a la disciplina de la Iglesia. Como se trata de puntos que no afectan directamente a las verdades reveladas por Dios para nuestra salvación, no se puede decir que esos "opositores" hayan caído en herejía.
Los que niegan cuestiones dogmáticas, es decir, verdades que los católicos consideran reveladas por el mismo Dios, son ante todo, los teólogos llamados "liberales", que creen que son los "administratores" y "correctores" del Magisterio de la Iglesia. Muchos de ellos, en vez de proponer nuevos modos de decir la única verdad, el depósito de la fe, a las generaciones presentes, se arrogan el derecho de hacer tambalear sus fundamentos, cuando no de negarla audazmente, desoyendo las enseñanzas de todos los Papas y de los obispos en comunión con ellos, que son los únicos a quienes Jesucristo les confirió la facultad de interpretar y la misión de enseñar la Palabra de Dios y de dar a conocer la recta moral. Aunque muy numerosos fueran los hombres y mujeres, teólogos o no, e incluso sacerdotes -y hasta obispos- que implícita o explícitamente incurrieren en ese tipo de herejías, siempre serán más los miembros de la única Iglesia de Dios de ayer, hoy y siempre (Pontífices Romanos, santos, beatos y demás fieles de todas las épocas, lugares y condiciones sociales, que mantuvieron y mantendrán intacto el patrimonio santísimo de la fe, custodiándolo celosamente hasta el final de los tiempos).
Las cuestiones relativas a la moral católica, aunque parezca paradójico, suelen encontrar más "simpatizantes" en confesiones cristianas no católicas, que en los mismos católicos. Las críticas al repecto provienen más -aunque no solamente- de los comúnmente llamados "católicos no practicantes" (lamentable expresión, solamente acuñada, por desgracia- en el catolicismo). Los medios de comunicación y las ideologías de turno ofrecen a estos grupos de "católicos", un sinnúmero de argumentos, no pocas veces falaces, para que esgriman contra la Iglesia a diestra y siniestra, bajo el ropaje de "lícita solicitud de derechos". Algunos de los "botones" que bastan para la muestra de estos "católicos" de nombre, son los siguientes: grupos abortistas, o los que consideran que el mal llamado "matrimonio gay" es un derecho, o los que solicitan la "ordenación sacerdotal" de mujeres (solicitud, por cierto, con pretensiones ilusorias, pues ya es una cuestión definitiva).
Particularmente curiosas, aunque no tan nocivas como las anteriores -por ser asuntos mudables según los requerimientos del tiempo y de las circunstancias- me parecen las críticas negativas de los que se dicen "católicos" a las cuestiones disciplinares de la Iglesia. Dicen pertenecer a la institución y se consideran con el derecho de ejercer en ella una autoridad que nadie les ha conferido. Es seguro que en cualquier otra institución a la que pertenezcan, salvo que ejerzan en ella algún tipo de autoridad -y a veces, ni aun así-, no podrán decidir cuáles de sus normativas cumplen y cuáles no. Por el contrario, deberán adaptarse a lo que ha sido establecido por la legítima autoridad, y regirse de acuerdo con ello.
Muy distinta es, claro, la actitud de quienes sana y constructivamente, proponen lo que ellos, de buena voluntad, entienden como "mejoras" y aguardan con espíritu de comprensión y respeto, la evaluación y la decisión de la autoridad competente.
*Se trata de dos ritos (beatificación y canonización) pero de un único proceso; este, completo, recibe el nombre del segundo rito, pues es la meta final: (El "Proceso de canonización" incluye la incoación de la causa, que habilita a llamar "siervo de Dios" al candidato; la declaración de las heroicidad de las virtudes teologales y cardinales, con la que concluye el estudio de su vida y escritos, y el elegido es llamado "venerable"; la obtención de un milagro por la intercesión del candidato -si no ha sido mártir-, que posibilita su beatificación hecha por el Papa, o en su nombre, por un delegado suyo; y la obtención de un segundo milagro, que faculta la canonización llevada a cabo por el mismo Sumo Pontífice).
*Se trata de dos ritos (beatificación y canonización) pero de un único proceso; este, completo, recibe el nombre del segundo rito, pues es la meta final: (El "Proceso de canonización" incluye la incoación de la causa, que habilita a llamar "siervo de Dios" al candidato; la declaración de las heroicidad de las virtudes teologales y cardinales, con la que concluye el estudio de su vida y escritos, y el elegido es llamado "venerable"; la obtención de un milagro por la intercesión del candidato -si no ha sido mártir-, que posibilita su beatificación hecha por el Papa, o en su nombre, por un delegado suyo; y la obtención de un segundo milagro, que faculta la canonización llevada a cabo por el mismo Sumo Pontífice).
S. S. Francisco bendice en el trono papal de la Basílica de Letrán |
9 de noviembre de 2015, fiesta de la Dedicación de la Archibasílica de San Juan de Letrán, Catedral del Obispo de Roma. Entrada dedicada a Sus Santidades Francisco, Sumo Pontífice, y Benedicto XVI, Papa Emérito.
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