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Bonifacio VIII abre el primer Jubileo de la historia (1300) |
Este es el Rito completo de Apertura del Jubileo del Año Santo 2025, tal y como ha de llevarse a cabo en las Iglesias particulares del orbe:
PRENOTANDOS
El siguiente Rito de Apertura del Jubileo del Año 2025 en las Iglesias particulares concierne a las Iglesias de Rito Romano.
Las Iglesias orientales pueden, si lo desean, elaborar el Rito de Apertura en armonía con su propio ordo litúrgico, salvo el núcleo y la orientación esencial del propio rito.
1. El día
El Santo Padre Francisco, en la Bula Spes non confundit, ha establecido que el Año Jubilar se abra el 24 de diciembre de 2024, Solemnidad de la Natividad del Señor, con la Apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro del Vaticano. El domingo siguiente, 29 de diciembre de 2024, fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, se celebrará la apertura del Jubileo en las Iglesias particulares.
No se puede adelantar esta celebración a la Misa de víspera (sábado 28 de diciembre después de la hora nona). Con permiso del Dicasterio para la Nueva Evangelización, el rito de apertura se puede posponer algunos días.
2. El lugar
La solemne apertura del Año Jubilar tiene lugar con la celebración de la Eucaristía presidida por el obispo diocesano en la iglesia catedral, madre de todas las iglesias de la diócesis. La Eucaristía de apertura del Jubileo es única y se celebra en la catedral. Sin embargo, si en la diócesis, según el Derecho Canónico, hay una concatedral, en ésta también puede tenerse la celebración eucarística de apertura. Para la celebración en la iglesia concatedral, el obispo puede ser sustituido por un delegado designado para la ocasión. Queda excluido que la celebración de apertura tenga lugar en otras iglesias de la diócesis, incluidos santuarios o iglesias insignes.
3. La celebración
La celebración eucarística se configura como una misa estacional (cf. Ceremonial de los obispos, 120). Todos los presbíteros, por tanto, concelebran con el obispo; diáconos, acólitos, lectores y otros ministros desempeñan su servicio (cf. Sacrosanctum Concilium, 26-28; Ceremonial de los obispos, 119). Hay que procurar que la convocatoria llegue a todos los fieles.
4. En el contexto de la celebración eucarística, el signo especial de la solemne apertura del Año Jubilar es la peregrinación con la entrada procesional de la Iglesia diocesana tras la cruz en la catedral, donde el pastor de la diócesis ejerce su magisterio, preside los misterios divinos, la liturgia de alabanza y súplica, y guía a la comunidad eclesial.
5. La procesión se desarrolla en tres momentos:
— la collectio (“reunión”) en una iglesia cercana u otro lugar adecuado;
— la peregrinación;
— la entrada en la catedral.
6. La collectio
Para la collectio del pueblo de Dios, se elegirá, si es posible, una iglesia significativa para la comunidad diocesana, con capacidad suficiente para celebrar en ella los ritos introductorios, y situada a una distancia que permita realizar una verdadera peregrinación.
7. Los momentos constitutivos de la collectio son: la antífona o canto de apertura, el saludo, la invitación a bendecir y alabar a Dios, una exhortación, la oración, la proclamación de la perícopa evangélica y la lectura de fragmentos de la Bula de convocación del Jubileo Ordinario.
8. La peregrinación a la catedral
La peregrinación se dirige hasta la iglesia catedral para celebrar el día del Señor en la fiesta de la Sagrada Familia e inaugurar así el Año Jubilar, acogido como un don de Dios. Es el signo del camino de esperanza del pueblo peregrino tras la cruz de Cristo, como se representa en el logotipo del Jubileo: «En un mundo en el cual progreso y retroceso se cruzan, la Cruz de Cristo sigue siendo el ancla de salvación: signo de la esperanza que no decepciona porque está fundada en el amor de Dios, misericordioso y fiel» (Francisco, Audiencia general, Plaza de San Pedro – 21 de septiembre de 2022). Es el camino de la Sagrada Familia de Dios que, en la Iglesia de hoy, avanza hacia la Jerusalén celestial.
9. Por ello, se pide que la cruz que abra la peregrinación sea una cruz significativa para la Iglesia diocesana, desde el punto de vista histórico-artístico o vinculada a la piedad del pueblo. Debe estar debidamente adornada, y si es tan grande que se requieren varias personas para llevarla, se debe disponer de esa manera. Se coloca en el presbiterio, donde permanece durante todo el Año Jubilar para ser venerada por los fieles, cerca del altar: de hecho, «el contenido del Pan partido es la cruz de Jesús, su sacrificio en obediencia amorosa al Padre» (Francisco, Carta apostólica Desiderio Desideravi, 7).
10. El diácono lleva el Evangeliario, cofre de la Palabra viva del Resucitado que, como la columna de fuego del Éxodo (cf. Éx. 13, 21-22), camina delante de su pueblo, luz y guía para sus discípulos, especialmente en este año de gracia.
11. Para acompañar la peregrinación, los llamados «salmos de peregrinación» o «de entrada en el templo», como los salmos 15 (14) («Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?»), 24 (23) («Del Señor es la tierra»), 84 (83) («Qué deseables son tus moradas»), 95 (94) («Venid, aclamemos al Señor»), algunas partes del Salmo 118 (117), en el que se repiten versículos como el 19, 20, 27, que aluden a una procesión ritual, el salmo 122 (121) («Qué alegría, cuando me dijeron») y el salmo 136 (135) («Dad gracias al Señor porque es bueno»). Por su antigua función procesional, también puede proponerse el canto de las letanías de los santos.
12. La entrada en la catedral
La entrada del pueblo de Dios en la catedral tiene lugar por la puerta principal, signo de Cristo (cf. Jn 10, 9). En el umbral, el obispo levanta la cruz y, vuelto hacia el pueblo, con una aclamación lo invita a venerar el «dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza» (himno del Viernes Santo en la Pasión del Señor).
13. Una vez atravesada la puerta, el obispo con los ministros se dirige a la fuente bautismal, desde donde preside el rito de la conmemoración del Bautismo, mientras los fieles se colocan en la nave mirando hacia a la fuente bautismal. Si no es posible realizar la conmemoración del Bautismo en la fuente bautismal, se hace en el presbiterio. El obispo, entonces, con los ministros procede procesionalmente al altar; los fieles van a sus asientos asignados. La aspersión con agua es la memoria viva del Bautismo, la puerta de entrada al camino de la iniciación sacramental y a la Iglesia. El Bautismo, en efecto, es el «primer sacramento de la nueva Alianza. Por él, los hombres, adhiriéndose a Cristo por la fe y recibiendo el espíritu de hijos adoptivos, se llaman y son hijos de Dios; unidos a Cristo en una muerte y resurrección como la suya, forman con Él un mismo cuerpo; ungidos con la efusión del Espíritu, se convierten en templo santo de Dios y miembros de la Iglesia, en un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios (Bendicional, 933).
14. Si el baptisterio está fuera, el recuerdo del bautismo precede a la entrada solemne en la catedral.
15. La celebración eucarística
La celebración de la misa constituye el vértice del rito de apertura del Año Jubilar. «Como acción de Cristo y del pueblo de Dios, ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente, ya que en ella se culmina la acción con que Dios santifica al mundo en Cristo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándolo por medio de Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo» (Ordenación General del Misal Romano, 16). La celebración se desarrolla como de costumbre, utilizando el formulario de la misa de la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Debe predisponerse la celebración con especial cuidado en la preparación de lo necesario, la participación de los ministros, la preparación de los cantos, la oración de los fieles, la presentación de las ofrendas y las posibles moniciones breves.
16. En la sacristía de la iglesia, donde comienza la peregrinación a la catedral, se preparan:
— vestiduras litúrgicas para el obispo, con capa pluvial de color blanco;
— vestiduras litúrgicas para los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los otros ministros;
— la cruz, debidamente adornada, con los cirios o antorchas que la acompañarán;
— el Evangeliario;
— el incensario y naveta con incienso;
— antorchas o lámparas u otros signos, según las costumbres locales, para los fieles en caso de que la celebración tenga lugar después de la puesta del sol.
RITOS INICIALES
17. El 29 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, a la hora señalada, los fieles se reúnen en una iglesia cercana o en otro lugar adecuado, fuera de la iglesia catedral a la que se dirigirán. Si la reunión está prevista después de la puesta del sol, pueden utilizarse antorchas o lámparas encendidas.
18. Los ministros usan ornamentos de color blanco. El obispo lleva capa pluvial, que se quitará después de la procesión.
19. Mientras el obispo y los ministros llegan a las sedes preparadas para ellos, se puede cantar el "Himno del Jubileo" u otro canto apropiado.
Saludo al pueblo congregado
20. Finalizado el canto, el obispo deja el báculo y la mitra y, en pie y vuelto hacia el pueblo, mientras todos se santiguan con la señal de la cruz, dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo,
y del Espíritu Santo.
Todos responden: Amén.
El obispo, extendiendo las manos, saluda al pueblo, diciendo:
El Dios de la esperanza,
que en el Verbo hecho carne
nos llena de toda alegría y paz en la fe,
por el poder del Espíritu Santo,
esté con todos vosotros.
Todos responden: Y con tu espíritu.
Alabanza
21. El obispo invita a bendecir y alabar a Dios con una de las siguientes fórmulas.
I
Sal 32, 20-22
El obispo:
Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo.
Todos responden:
Bendito el Señor, nuestra esperanza.
El obispo:
Con Él se alegra nuestro corazón, en su santo Nombre confiamos.
Todos responden:
Bendito el Señor, nuestra esperanza.
El obispo:
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Todos responden:
Bendito el Señor, nuestra esperanza.
II
El obispo:
Bendito el Padre:
que enviando a su Verbo, lo ha hecho signo de esperanza
y sacramento de redención para la humanidad.
Todos responden:
Bendito el Señor, nuestra esperanza.
El obispo:
Bendito el Hijo:
que naciendo de la Virgen María,
nos ha abierto la puerta de la esperanza a una vida nueva.
Todos responden:
Bendito el Señor, nuestra esperanza.
El obispo:
Bendito el Espíritu Santo:
que manifestado en la Encarnación,
nos ha hecho herederos
por el Bautismo de la esperanza en la vida eterna.
Todos responden:
Bendito el Señor, nuestra esperanza.
Monición
22. Después el obispo, con las manos juntas, se dirige al pueblo con estas palabras:
Hermanos y hermanas, el Misterio de la Encarnación de nuestro Salvador Jesucristo, conservado en la comunión de amor de la Sagrada Familia de Nazaret, es para nosotros fuente de profunda alegría y de certera esperanza.
En comunión con la Iglesia universal, mientras celebramos el amor del Padre manifestado en la carne del Verbo hecho hombre y en el signo de la cruz, ancla de salvación, abrimos solemnemente el Año Jubilar para nuestra Iglesia de N.
Este rito es para nosotros el preludio de una rica experiencia de gracia y misericordia, siempre dispuestos a responder a cualquiera que nos pregunte por la esperanza que hay en nosotros, especialmente en estos tiempos de guerra y desorden.
Cristo, nuestra paz y nuestra esperanza, sea nuestro compañero de viaje en este año de gracia y consuelo.
El Espíritu Santo, que hoy comienza en nosotros y con nosotros esta obra, la lleve a término hasta el día de Cristo Jesús.
Oración
23. Acabada la monición, el obispo, con las manos juntas, canta o dice:
Oremos.
Y todos oran en silencio durante un breve espacio de tiempo.
Entonces el obispo, con las manos extendidas, canta o dice:
Oh, Padre,
esperanza que no decepciona,
principio y fin de todas las cosas,
bendice el inicio de nuestra peregrinación
tras la Cruz gloriosa de tu Hijo,
en este tiempo de gracia;
venda las heridas de los corazones rotos,
afloja las cadenas que nos mantienen esclavos
del pecado y prisioneros del odio
y concede a tu pueblo la alegría del Espíritu
para que camine con renovada esperanza hacia la meta deseada,
Cristo tu Hijo y nuestro Señor.
Junta las manos.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Todos responden: Amén.
Evangelio
Jn 14, 1-7
Creed en Dios y creed también en mí; yo soy el camino y la verdad y la vida.
24. Seguidamente, el diácono proclama el Evangelio de la forma habitual.
Si se juzga oportuno, el obispo pone incienso en el incensario.
El diácono que va a proclamar el Evangelio, profundamente inclinado ante el obispo, pide la bendición, diciendo en voz baja:
Padre, dame tu bendición.
El obispo, en voz baja, dice:
El Señor esté en tu corazón y en tus labios,
para que anuncies dignamente su Evangelio;
en el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo.
El diácono se signa con la señal de la cruz y responde:
Amén.
El obispo recibe el báculo, y el diácono se dirige al ambón [acompañado por los ministros que llevan el incienso y los cirios, si es oportuno, y, con las manos juntas, saluda al pueblo:
El Señor esté con vosotros.
Todos responden:
Y con tu espíritu.
El diácono:
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
Y, mientras tanto, hace la señal de la cruz sobre el libro y sobre su frente, labios y pecho.
Todos responden:
Gloria a ti, Señor.
Luego el diácono, [si se usa incienso, inciensa el libro y] proclama el Evangelio.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar.
Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Palabra del Señor.
Todos responden:
Gloria a ti, Señor Jesús.
25. Finalizado el Evangelio, el diácono presenta el Evangeliario al obispo para que lo bese, quien dice en voz baja:
Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados.
El obispo deja el báculo y recibe la mitra.
26. Todos se sientan y se hace una breve pausa de silencio.
Lectura de la bula
27. A continuación, un lector lee algunos párrafos de la bula de convocación del Jubileo Ordinario, elegidos entre los que se proponen.
De la bula de convocación del Jubileo Ordinario.
Spes non confundit (1; 3; 7; 25).
n. 1. «Spes non confundit», «la esperanza no defrauda» (Rom 5,5). Bajo el signo de la esperanza, el apóstol Pablo infundía aliento a la comunidad cristiana de Roma. La esperanza también constituye el mensaje central del próximo Jubileo, que según una antigua tradición, el Papa convoca cada veinticinco años. Pienso en todos los peregrinos de esperanza que llegarán a Roma para vivir el Año Santo y en cuantos, no pudiendo venir a la ciudad de los apóstoles Pedro y Pablo, lo celebrarán en las Iglesias particulares. Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación (cf. Jn 10, 7. 9); con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tim 1, 1).
Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones. Dejémonos conducir por lo que el apóstol Pablo escribió precisamente a los cristianos de Roma.
n. 3. La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rom 5, 10). Y su vida se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo; se desarrolla en la docilidad a la gracia de Dios y, por tanto, está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo.
En efecto, el Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino.
n. 7. Además de alcanzar la esperanza que nos da la gracia de Dios, también estamos llamados a redescubrirla en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece. Como afirma el Concilio Vaticano II, «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas». Por ello, es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. En este sentido, los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza.
n. 25. Dejémonos atraer desde ahora por la esperanza y permitamos que a través de nosotros sea contagiosa para cuantos la desean. Que nuestra vida pueda decirles: «Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor» (Sal 27, 14). Que la fuerza de esa esperanza pueda colmar nuestro presente en la espera confiada de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la alabanza y la gloria ahora y por los siglos futuros.
Procesión a la catedral
28. Al final de la lectura, el obispo pone incienso en el incensario y el diácono inicia la procesión con estas palabras:
Hermanos y hermanas, avancemos en nombre de Cristo: camino que conduce al Padre, verdad que nos hace libres, vida que ha vencido a la muerte.
Todos se ponen de pie y el obispo recibe el báculo.
29. A continuación, comienza la procesión hacia la catedral, del siguiente modo:
— turiferario con el incensario humeante;
— otro acólito que lleva la cruz, con la imagen del crucificado hacia delante, y colocada en medio de acólitos con cirios o antorchas encendidas;
— el diácono que lleva el Evangeliario;
— el obispo, que avanza solo;
— un poco detrás del obispo, dos diáconos que asisten;
— los presbíteros concelebrantes de dos en dos;
— otros diáconos, si los hubiere, de dos en dos;
— los clérigos de dos en dos;
— los demás ministros;
— finalmente, los fieles [con antorchas o lámparas encendidas].
30. Durante la procesión, el coro y el pueblo cantan las letanías de los santos o himnos adecuados o algunos salmos con las antífonas siguientes u otras elegidas convenientemente:
Antífona 1 Cf. Heb 13, 8. 21
Jesucristo ayer, hoy y siempre.
A él honor y gloria por los siglos de los siglos.
Antífona 2 Cf. Zac 2, 14
Alégrate, Virgen hija de Sión:
de ti nació Cristo, sol de justicia,
por ti brilla la salvación del mundo.
Antífona 3 Ap 15, 3
Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos.
31. Llegados a la catedral, la procesión entra por la puerta principal.
En el umbral, el obispo deja el báculo, y tomando la cruz que ha sido llevada en procesión (con la ayuda, si es necesario, de algunos ministros) la levanta y, de cara al pueblo, invita a venerarla con la siguiente aclamación u otra similar:
Salve, cruz de Cristo, única esperanza.
Todos responden:
En ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre.
32. A continuación, el obispo devuelve la cruz y toma el báculo y, con los ministros, se dirige a la fuente bautismal, mientras los fieles se colocan en la nave frente a la fuente.
Si el baptisterio se encuentra en el exterior, la conmemoración del Bautismo precede a la entrada solemne en la catedral.
Si no es posible realizar la conmemoración del Bautismo en la fuente bautismal, se hace como se indica más adelante.
Conmemoración del Bautismo
33. El obispo deja el báculo y la mitra, e invita al pueblo a orar con estas o parecidas palabras:
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos a Dios, Padre todopoderoso, para que bendiga esta agua, que va a ser derramada sobre nosotros en memoria de nuestro bautismo y pidámosle que nos renueve interiormente.
Después de un breve silencio, el obispo prosigue diciendo con las manos extendidas:
Dios todopoderoso,
fuente y origen de la vida del alma y del cuerpo,
bendice ✠ esta agua, que vamos a usar con fe
para implorar el perdón de nuestros pecados
y alcanzar la ayuda de tu gracia
contra toda enfermedad y asechanza del enemigo.
Concédenos, Señor, por tu misericordia,
que las aguas vivas siempre broten salvadoras,
para que podamos acercarnos a ti
con el corazón limpio
y evitemos todo peligro de alma y cuerpo.
Junta las manos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
34. El obispo recibe la mitra y un ministro pone el agua que se ha bendecido en el acetre.
El obispo recibe el hisopo, que le ofrece el diácono, y se asperja a sí mismo, a los concelebrantes, a los ministros y al pueblo, atravesando la nave de la catedral precedido por la cruz y el Evangeliario.
Mientras tanto se canta una de las antífonas siguientes u otro himno apropiado:
Antífona 1 Cf. Sal 50, 9
Rocíame con el hisopo, Señor: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Antífona 2 Cf. Sal 50, 9
Lávame, Señor: quedaré más blanco que la nieve.
Antífona 3 Ez 36, 25-26
Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará:
de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar;
y os daré un corazón nuevo, dice el Señor.
Terminado el canto, el obispo, de cara al pueblo, con las manos juntas, dice:
Que Dios todopoderoso nos purifique del pecado
y, por la celebración de esta Eucaristía,
nos haga dignos de participar del banquete de su reino.
Todos responden:
Amén.
El obispo toma el báculo.
35. Mientras tiene lugar el canto de entrada o suenan los instrumentos musicales, el turiferario pone de nuevo incienso en el incensario, y se realiza la procesión desde la fuente bautismal al presbiterio del mismo modo que se indica en el n. 27.
El pueblo ocupa su lugar en la iglesia, y el resto se hace del siguiente modo:
— la cruz se coloca cerca del altar, en un lugar bien visible, donde permanecerá, como única cruz en el presbiterio, durante todo el Año Jubilar para la veneración del pueblo de Dios;
— el Evangeliario se coloca sobre el altar;
— al entrar en el presbiterio, todos de dos en dos, hacen una reverencia profunda al altar, los diáconos y los presbíteros lo besan, y luego se dirigen a su lugar;
— el obispo, deja el báculo y la mitra, besa el altar al mismo tiempo que los dos diáconos que lo acompañan; y después, una vez que el turiferario, si es preciso, ha puesto de nuevo incienso en el incensario, el obispo inciensa el altar y la cruz, acompañado de los dos diáconos.
Luego, el obispo se dirige a la cátedra, deja la capa pluvial y recibe la casulla.
A continuación, se canta el himno Gloria a Dios.
Cuando no es posible realizar la conmemoración del Bautismo en la fuente bautismal
Tras la mostración de la cruz, mientras tiene lugar el canto de entrar o suenan los instrumentos musicales, el turiferario pone de nuevo incienso en el incensario, se realiza la procesión hacia el presbiterio del mismo modo que se indica en el n. 27.
El pueblo ocupa su lugar en la iglesia, y el resto se hace del siguiente modo:
— la cruz se coloca cerca del altar, en un lugar bien visible, donde permanecerá, como única cruz en el presbiterio, durante todo el Año Jubilar para la veneración del pueblo de Dios;
— el Evangeliario se coloca sobre el altar;
— al entrar en el presbiterio, todos de dos en dos, hacen una reverencia profunda al altar, los diáconos y los presbíteros lo besan, y luego se dirigen a su lugar;
— el obispo, deja el báculo y la mitra, besa el altar al mismo tiempo que los dos diáconos que lo acompañan; y después, una vez que el turiferario, si es preciso, ha puesto de nuevo incienso en el incensario, el obispo inciensa el altar y la cruz, acompañado de los dos diáconos.
Luego, el obispo se dirige a la cátedra, deja la capa pluvial y recibe la casulla.
Conmemoración del Bautismo
Un ministro presenta al obispo el acetre con agua para bendecir, y el obispo invita al pueblo a orar con estas o parecidas palabras:
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos a Dios, Padre todopoderoso, para que bendiga esta agua, que va a ser derramada sobre nosotros en memoria de nuestro bautismo y pidámosle que nos renueve interiormente.
Después de un breve silencio, el obispo prosigue diciendo con las manos extendidas:
Dios todopoderoso,
fuente y origen de la vida del alma y del cuerpo,
bendice ✠ esta agua, que vamos a usar con fe
para implorar el perdón de nuestros pecados
y alcanzar la ayuda de tu gracia
contra toda enfermedad y asechanza del enemigo.
Concédenos, Señor, por tu misericordia,
que las aguas vivas siempre broten salvadoras,
para que podamos acercarnos a ti
con el corazón limpio
y evitemos todo peligro de alma y cuerpo.
Junta las manos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
El obispo recibe la mitra, toma el hisopo que le ofrece el diácono, y se asperja a sí mismo, a los concelebrantes, a los ministros y al pueblo, atravesando la nave de la catedral.
Mientras tanto se canta una de las antífonas siguientes u otro himno apropiado:
Antífona 1 Cf. Sal 50, 9
Rocíame con el hisopo, Señor: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Antífona 2 Cf. Sal 50, 9
Lávame, Señor: quedaré más blanco que la nieve.
Antífona 3 Ez 36, 25-26
Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará:
de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar;
y os daré un corazón nuevo, dice el Señor.
Todos responden:
Amén.
A continuación, se canta el himno Gloria a Dios.
36. A continuación, se canta el himno Gloria a Dios.
Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos,
te bendecimos,
te adoramos,
te glorificamos,
te damos gracias,
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso.
Señor, Hijo único, Jesucristo,
Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;
tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros;
porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo,
con el Espíritu Santo, en la Gloria de Dios Padre.
Amén.
Oración colecta
37. Acabado el himno, el obispo, con las manos juntas, canta o dice:
Oremos.
Y todos oran en silencio durante un breve espacio de tiempo.
Entonces el obispo, con las manos extendidas, canta o dice:
Oh, Dios, que nos has propuesto a la Sagrada Familia
como maravilloso ejemplo,
concédenos, con bondad,
que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor,
lleguemos a gozar de los premios eterno en el hogar del cielo.
Junta las manos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.
LITURGIA DE LA PALABRA
38. Todo se hace como de costumbre.
Profesión de fe
39. Terminada la homilía, el obispo deja la mitra y el báculo, se levanta y, estando todos de pie, se canta o se dice el Símbolo o Profesión de fe:
Creo en un solo Dios,
Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación
bajó del cielo,
En las palabras que siguen, hasta se hizo hombre, todos se inclinan.
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.
Oración universal
40. El obispo, con las manos juntas, invita a los fieles a la oración universal:
Oremos al Señor, nuestro Dios, Padre de la gran familia humana.
41. Uno de los diáconos propone las intenciones.
42. Luego, el obispo, con las manos extendidas, dice:
Dios todopoderoso y eterno,
ardiente deseo del corazón humano,
escucha nuestras oraciones
y mira con bondad a tu pueblo peregrino
en este año de gracia que hoy iniciamos,
para que, unido a Cristo, roca de salvación,
pueda llegar con alegría
a la meta de la bienaventurada esperanza.
Junta las manos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
43. El obispo se sienta y recibe la mitra; de igual modo se sientan los concelebrantes y los fieles.
44. Se celebra la liturgia eucarística como de costumbre.
LITURGIA EUCARÍSTICA
Oración después de la comunión
45. Después de la comunión, el obispo, de pie en la cátedra o regresando al altar con los diáconos, con las manos juntas, canta o dice:
Oremos.
Y todos oran en silencio durante unos momentos, a no ser que este silencio ya se haya hecho antes.
Entonces el obispo, con las manos extendidas, dice:
Padre misericordioso,
concede a cuantos has renovado con estos divinos sacramentos
imitar fielmente los ejemplos de las Sagrada Familia
para que, después de las tristezas de esta vida,
podamos gozar de su eterna compañía en el cielo.
Junta las manos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
RITO DE CONCLUSIÓN
Bendición modo episcopal
46. El obispo toma la mitra, y extendiendo las manos, dice:
El Señor esté con vosotros.
Todos responden:
Y con tu espíritu.
El obispo dice:
Bendito sea el nombre del Señor.
Todos responden:
Ahora y por todos los siglos.
El obispo dice:
Nuestro auxilio es el nombre del Señor.
Todos responden:
Que hizo el cielo y la tierra.
Después, el obispo toma el báculo y dice:
La bendición de Dios todopoderoso,
Padre
✠, Hijo
✠, y Espíritu ✠ Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Todos responden:
Amén.
Despedida
47. El diácono, con las manos juntas, dice:
Glorificad al Señor con vuestra vida. Podéis ir en paz.
Todos responden:
Demos gracias a Dios.
48. Después, el obispo besa el altar de la forma acostumbrada y le hace la debida reverencia. También los concelebrantes y cuantos se encuentran en el presbiterio saludan al altar, como al inicio, y vuelven procesionalmente a la sacristía mayor en el orden habitual.
49. La cruz no se usa en la procesión y permanecerá en el presbiterio durante todo el Año Jubilar para la veneración del pueblo de Dios.
24 de diciembre de 2024.
Última Feria Mayor de Adviento.
Conmemoración de los Antepasados de Cristo.
Entrada dedicada a ellos.
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