En algunos lugares, el 1° de julio se celebra la festividad de la Preciosísima Sangre de Cristo. Incluso todo este mes está dedicado a su culto.
Con la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, dicha fiesta se suprimió del Calendario Romano universal, pues a la Sangre del Señor se la celebra litúrgicamente el día de Corpus Christi, festividad cuyo nombre oficial desde entonces, pasó a ser precisamente "Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor".
La devoción a la Preciosísima Sangre del Señor, ha suscitado numerosos ejercicios de piedad, el más conocido de los cuales es el de las Letanías (v. Infra, n. 9).
La Congregación de los Misioneros de la Preciosa Sangre, principal difusora de este culto, fue fundada por San Gaspar del Búfalo:
Respecto del origen de la devoción y de la fiesta, como así también de los fundamentos del culto a la Sangre de Cristo, quién mejor que un Pontífice Romano santo para explicárnoslo:
CARTA APOSTÓLICA
INDE A PRIMIS DE SU SANTIDAD
SAN JUAN XXIII
A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS,
ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS DE LUGAR
EN PAZ Y COMUNIÓN
CON LA SEDE APOSTÓLICA SOBRE
EL FOMENTO DEL CULTO
A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Venerables Hermanos,
salud y Bendición Apostólica.
salud y Bendición Apostólica.
Muchas veces desde los primeros meses de
nuestro ministerio pontificio —y nuestra palabra, anhelante y sencilla,
se ha anticipado con frecuencia a nuestros sentimientos— ha ocurrido
que invitásemos a los fieles en materia de devoción viva y diaria a
volverse con ardiente fervor hacia la manifestación divina de la
misericordia del Señor en cada una de las almas, en su Iglesia Santa y
en todo el mundo, cuyo Redentor y Salvador es Jesús, a saber, la
devoción a la Preciosísima Sangre.
Esta devoción se nos infundió en el
mismo ambiente familiar en que floreció nuestra infancia y todavía
recordamos con viva emoción que nuestros antepasados solían recitar las Letanías de la Preciosísima Sangre de Cristo.
Fieles a la exhortación saludable del
Apóstol: "Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el
Espíritu Santo os ha constituido obispos, para apacentar la Iglesia de
Dios, que Él adquirió con su sangre" [1],
creemos, venerables Hermanos, que entre las solicitudes de nuestro
ministerio pastoral universal, después de velar por la sana doctrina,
debe tener un puesto preeminente la concerniente al adecuado
desenvolvimiento e incremento de la piedad religiosa en las
manifestaciones del culto público y privado. Por tanto, nos parece muy
oportuno llamar la atención de nuestros queridos hijos sobre la conexión
indisoluble que debe unir a las devociones, tan difundidas entre el
pueblo cristiano, a saber, la del Santísimo Nombre de Jesús y su
Sacratísimo Corazón, con la que tiende a honrar la Preciosísima Sangre
del Verbo encarnado "derramada por muchos en remisión de los pecados" [2].
Sí, pues, es de suma importancia que entre el Credo católico y la acción litúrgica reine una saludable armonía, puesto que lex credendi legem statuat supplicandi (la ley de la fe es la pauta de la ley de la oración) [3] y
no se permitan en absoluto formas de culto que no broten de las fuentes
purísimas de la verdadera fe, es justo que también florezca una armonía
semejante entre las diferentes devociones, de tal modo que no haya
oposición o separación entre las que se estiman como fundamentales y más
santificantes, y al mismo tiempo prevalezcan sobre las devociones
personales y secundarias, en el aprecio y práctica, las que realizan
mejor la economía de la salvación universal efectuada por "el único
Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se
entregó a sí mismo para redención de todos" [4]. Moviéndose en esta atmósfera de fe recta y sana piedad los creyentes están seguros de sentirse cum Ecclesia (sentir
con la Iglesia), es decir, de vivir en unión de oración y de caridad
con Jesucristo, Fundador y Sumo Sacerdote de aquella sublime religión
que junto con el nombre toma de Él toda su dignidad y valor.
Si echamos ahora ,una rápida ojeada
sobre los admirables progresos que ha logrado la Iglesia Católica en el
campo de la piedad litúrgica, en consonancia saludable con el desarrollo
de la fe en la penetración de las verdades divinas, es consolador, sin
duda, comprobar que en los siglos más cercanos a nosotros no han faltado
por parte de esta Sede Apostólica claras y repetidas pruebas de
asentimiento y estímulo respeto a las tres mencionadas devociones; que
fueron practicadas desde la Edad Media por muchas almas piadosas y
propagadas después por varias diócesis, órdenes y congregaciones
religiosas, pero que esperaban de la Cátedra de Pedro la confirmación de
la ortodoxia y la aprobación para la Iglesia universal.
Baste recordar que nuestros Predecesores
desde el siglo XVI enriquecieron con gracias espirituales la devoción
al Nombre de Jesús, cuyo infatigable apóstol en el siglo pasado fue, en
Italia, San Bernardino de Sena. En honor de este Santísimo Nombre se
aprobaron de modo especial el Oficio y la Misa y a continuación las
Letanías [5].
No menores fueron los privilegios concedidos por los Romanos Pontífices
al culto del Sacratísimo Corazón, en cuya admirable propagación
tuvieron tanta influencia las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa
Margarita María Alacoque [6].
Y tan alta y unánime ha sido la estima de los Sumos Pontífices por esta
devoción, que se complacieron en explicar su naturaleza, defender su
legitimidad, inculcar la práctica con muchos actos oficiales a los que
han dado remate tres importantes Encíclicas sobre el misma tema [7].
Asimismo la devoción a la Preciosísima
Sangre, cuyo propagador admirable fue en el siglo pasado; el sacerdote
romano San Gaspar del Búfalo, obtuvo merecido asentimiento de esta Sede
Apostólica. Conviene recordar que por mandato de Benedicto XIV se
compusieron la Misa y el Oficio en honor de la Sangre adorable del
Divino Salvador; y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en
Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia universal [8].
Por último Pío XI, de feliz memoria, como recuerdo del XIX Centenario
de la Redención, elevó dicha fiesta a rito doble de primera clase, con
el fin de que, al incrementar la solemnidad litúrgica, se intensificase
también la devoción y se derramasen más copiosamente sobre los hombres
los frutos de la Sangre redentora.
Por consiguiente, secundando el ejemplo
de nuestros Predecesores, con objeto de incrementar más el culto a la
preciosa Sangre del Cordero inmaculado, Cristo Jesús, hemos aprobado las
Letanías, según texto redactado por la Sagrada Congregación de Ritos [9],
recomendando al mismo tiempo se reciten en todo el mundo católico ya
privada ya públicamente con la concesión de indulgencias especiales [10].
¡Ojalá que este nuevo acto de la "solicitud por todas las Iglesias" [11],
propia del Supremo Pontificado, en tiempos de más graves y urgentes
necesidades espirituales, cree en las almas de los fieles la convicción
del valor perenne, universal, eminentemente práctico de las tres
devociones recomendadas más arriba!
Así, pues, al acercarse la fiesta y el
mes consagrado al culto de la Sangre de Cristo, precio de nuestro
rescate, prenda de salvación y de vida eterna, que los fieles la hagan
objeto de sus más devotas meditaciones y más frecuentes comuniones
sacramentales. Que reflexionen, iluminados por las saludables enseñanzas
que dimanan de los Libros Sagrados y de la doctrina de los Santos
Padres y Doctores de la Iglesia en el valor sobreabundante, infinito, de
esta Sangre verdaderamente preciosísima, cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere (de la cual una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado) [12], como canta la Iglesia con el Doctor Angélico y como sabiamente lo confirmó nuestro Predecesor Clemente VI [13].
Porque, si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita
la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su
nacimiento y después con mayor abundancia en la agonía del huerto [14],
en la flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y
en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como
símbolo de esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos
de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute
homenaje de adoración y de amorosa gratitud por parte de los que han
sido regenerados con sus ondas saludables.
Y al culto de latría, que se debe al Cáliz de la Sangre del
Nuevo Testamento, especialmente en el momento de la elevación en el
sacrificio de la Misa, es muy conveniente y saludable suceda la Comunión
con aquella misma Sangre indisolublemente unida al Cuerpo de Nuestro
Salvador en el Sacramento de la Eucaristía. Entonces los fieles en unión
con el celebrante podrán con toda verdad repetir mentalmente las
palabras que él pronuncia en el momento de la Comunión: Calicem
salutaris accipiam et nomem Domini invocabo... Sanguis Domini Nostri
Iesu Christi custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen. Tomaré
el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor... Que la Sangre de
Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Así sea.
De tal manera que los fieles que se acerquen a él dignamente percibirán
con más abundancia los frutos de redención, resurrección y vida eterna,
que la sangre derramada por Cristo "por inspiración del Espíritu Santo" [15] mereció
para el mundo entero. Y alimentados con el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, hechos partícipes de su divina virtud que ha suscitado legiones
de mártires, harán frente a las luchas cotidianas, a los sacrificios,
hasta el martirio, si es necesario, en defensa de la virtud y del reino
de Dios, sintiendo en sí mismos aquel ardor de caridad que hacía
exclamar a San Juan Crisóstomo: "Retirémonos de esa Mesa como leones que
despiden llamas, terribles para el demonio, considerando quién es
nuestra Cabeza y qué amor ha tenido con nosotros... Esta Sangre,
dignamente recibida, ahuyenta los demonios, nos atrae a los ángeles y al
mismo Señor de los ángeles... Esta Sangre derramada purifica el
mundo... Es el precio del universo, con ella Cristo redime a la
Iglesia... Semejante pensamiento tiene que frenar nuestras pasiones.
Pues ¿hasta cuándo permaneceremos inertes? ¿Hasta cuándo dejaríamos de
pensar en nuestra salvación? Consideremos los beneficios que el Señor se
ha dignado concedernos, seamos agradecidos, glorifiquémosle no sólo con
la fe, sino también con las obras" [16].
¡Ah! Si los cristianos reflexionasen con
más frecuencia en la advertencia paternal del primer Papa: "Vivid con
temor todo el tiempo de vuestra peregrinación, considerando que habéis
sido rescatados de vuestro vano vivir no con plata y oro, corruptibles,
sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni
mancha!" [17].
Si prestasen más atento oído a la exhortación del Apóstol de las
gentes: "Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios
en vuestro cuerpo" [18].
¡Cuánto más dignas, más edificantes
serían sus costumbres; cuánto más saludable sería para el mundo la
presencia de la Iglesia de Cristo! Y si todos los hombres secundasen las
invitaciones de la gracia de Dios, que quiere que todos se salven [19],
pues ha querido que todos sean redimidos con la Sangre de su Unigénito y
llama a todos a ser miembros de un único Cuerpo místico, cuya Cabeza es
Cristo, ¡cuánto más fraternales serían las relaciones entre los
individuos, los pueblos y las naciones; cuánto más pacífica, más digna
de Dios y de la naturaleza humana, creada a imagen y semejanza del
Altísimo [20], sería la convivencia social!
Debemos considerar esta sublime vocación
a la que San Pablo invitaba a los fieles procedentes del pueblo
escogido, tentados de pensar con nostalgia en un pasado que sólo fue una
pálida figura y el preludio de la Nueva Alianza: "Vosotros os habéis
acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén
celestial y a las miríadas de ángeles, a la asamblea, a la congregación
de los primogénitos, que están escritos en los cielos, y a Dios, Juez de
todos, y a los espíritus de los justos perfectos, y al Mediador de la
nueva Alianza, Jesús, y a la aspersión de la sangre, que habla mejor que
la de Abel" [21].
Confiando plenamente, venerables
Hermanos, en que estas paternales exhortaciones nuestras, que daréis a
conocer de la manera que creáis más oportuna al Clero y a los fieles
confiados a vosotros, no sólo serán puestas en práctica de buen grado,
sino también con ferviente celo, como auspicio de las gracias
celestiales y prenda de nuestra especial benevolencia, con efusión de
corazón impartimos la Bendición Apostólica a cada uno de vosotros y toda
vuestra grey, y de modo especial a todos los que respondan generosa y
plenamente a nuestra invitación.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el treinta de junio de 1960, vigilia de la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, segundo año de nuestro Pontificado.
IOANNES PP.XXIII.
Notas
[1] Act. 20, 28.
[2] Math. 26,28.
[4] 1 Tim. 2,5-6.
[5] AAS. XVIII, 1886, pág. 504.
[6] Off. festi SS. Cordis Iesu, II Noct, leet. V.
[7] Enc. Annum Sacrum, Acta Leonis, 1899, vol. XIX, págs. .71 y ss.; Enc. Miserentissimus Redemptor, AAS. 1928, vol. 20, págs. 165 y ss.; Enc. Haurietis aquas, AAS. 1956, vol. 48, págs. 309 y ss.
[8] Decret. Redempti sumus, 10 de agosto de 1849; cf. Arch. de la S. Congregación de RitosDecret. ann. 1848-1849, fol. 209.
[9] AAS. 1960, vol. LII, págs. 412-413.
[10] Decret. S. Poenit. Apost., 3 de agosto de 1960; AAS. 1960, vol. LII, pág. 420
[12]) Himno Adoro te, devote.
[14] Luc. 22,43. )
[15] Hebr. 9,14.
[20] Gen. 1,26.
Ntra. Sra. de la Preciosísima Sangre |
1° de julio de 2012, domingo XIII "durante el año".
Día devocional de la Preciosísima Sangre.
Comienzo del mes dedicado a Ella.
En la siguiente foto, vemos al Santo Padre Benedicto XVI Papa Emérito, durante el rito de la elevación de la Sangre de Cristo, en la Misa celebrada en Valencia, con motivo del V Encuentro Mundial de las Familias (2006). El Cáliz que eleva el Papa es, según la tradición, el mismo que usó nuestro Señor durante la Última Cena. Se venera en la Capilla que lleva su nombre, en la Catedral valenciana.
(Última actualización de la entrada: 30/06/19).
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