1. La Iglesia, según la antigua
tradición, ni hoy ni mañana celebra los sacramentos, excepto la Penitencia y la
Unción de los enfermos.
2. En este día, la comunión se distribuye a los fieles
únicamente en la celebración de la Pasión del Señor; a los enfermos que no
pueden asistir a esta celebración, se les puede llevar la comunión en cualquier
momento del día.
3. El altar debe estar totalmente despojado: sin cruz, sin
candelabros y sin manteles.
Celebración de la Pasión del Señor
4. Después del mediodía, alrededor de
las tres de la tarde, a no ser que alguna razón pastoral aconseje un horario más
tardío, se realiza la Celebración de la Pasión del Señor, que consta de tres
partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz, y Sagrada Comunión.
5. La celebración comienza en silencio. Si hay que decir
algunas palabras de introducción, debe hacerse antes de la entrada de los
ministros. El sacerdote y el diácono, revestidos con ornamentos rojos como para
la Misa, se dirigen en silencio al altar, hacen reverencia y se postran rostro
en tierra o, según las circunstancias, se arrodillan y oran en silencio. Todos
los demás se ponen de rodillas.
6. Después, el sacerdote, con los ministros, se dirige a
la sede y, vuelto hacia el pueblo, con las manos juntas, dice una de las dos
oraciones siguientes, omitiendo la invitación Oremos.
Oración
Acuérdate, Señor, de tu gran misericordia
y santifica con tu eterna protección
a esta familia tuya por la que Cristo, tu Hijo,
instituyó, por medio de su Sangre, el misterio pascual.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén
O bien:
Señor Dios,
que por la Pasión de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
nos libraste de la muerte heredada de nuestros padres;
concédenos que nosotros, que somos imagen del primer hombre,
recibamos de tu gracia la imagen celestial.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Primera parte:
Liturgia de la palabra
7. Todos toman asiento y se proclama la
primera lectura, tomada de libro de Isaías (52, 13 _ 53, 12) con el salmo
correspondiente.
8. Sigue la segunda lectura, tomada de la Carta a los
Hebreos (4, 14-16; 5, 7-9), y el canto antes del Evangelio.
9. Luego se lee la historia de la Pasión del Señor según
san Juan (18, 1 - 19, 42), del mismo modo que el domingo precedente.
10. Concluida la lectura de la Pasión, hágase una breve
homilía, y terminada ésta los fieles pueden ser invitados a hacer un tiempo de
oración en silencio.
Oración Universal
11. La Liturgia de la Palabra concluye
con la Oración universal que se hace de este modo: el diácono o, en su ausencia,
un laico, desde el ambón, dice la invitación que expresa la intención; después
todos oran en silencio durante unos momentos y, seguidamente, el sacerdote,
desde la sede o, si parece más oportuno, desde el altar, con las manos
extendidas, reza la oración. Los fieles pueden permanecer de rodillas o de pie
durante toda la oración.
12. También puede conservarse la costumbre antigua de
alternar la postura de los fieles, para lo cual el diácono, después de la
monición, dice Nos ponemos de rodillas,
permaneciendo todos en esa posición, en silencio, hasta que el diácono invita
diciendo Nos ponemos de pie, para escuchar la
oración que pronuncia el sacerdote.
Las Conferencias Episcopales pueden establecer otras
invitaciones para introducir la oración del sacerdote.
13. Ante una grave necesidad pública, el Obispo diocesano
puede permitir o mandar que se añada una intención especial.
I. Por la santa Iglesia
Oremos, queridos hermanos, por la santa Iglesia de Dios,
que nuestro Dios y Señor le conceda la paz y la unidad,
se digne protegerla en toda la tierra,
y nos conceda glorificarlo
con una vida calma y serena.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos
extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
que en Cristo has revelado tu gloria a todas las naciones:
protege la obra de tu misericordia,
para que la Iglesia, extendida por toda la tierra,
persevere con fe inquebrantable
en la confesión de tu Nombre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
II. Por el Papa
Oremos también por nuestro Santo Padre, el Papa N.,
para que Dios nuestro Señor,
que lo llamó al orden episcopal,
lo asista y proteja en bien de su Iglesia,
para gobernar al pueblo santo de Dios.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos
extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
con tu sabiduría ordenas todas las cosas;
escucha nuestra oración y protege con amor al Papa que nos diste,
para que el pueblo cristiano que tú gobiernas
progrese siempre en la fe, guiado por su pastor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
III. Por el pueblo de Dios y sus ministros
Oremos también por nuestro obispo N.*,
por todos los obispos, presbíteros y diáconos de la Iglesia,
y por todo el pueblo santo de Dios.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos
extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
que con tu Espíritu santificas y gobiernas a la Iglesia,
escucha nuestras súplicas por tus ministros
para que, con ayuda de la gracia, todos te sirvan con fidelidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
IV. Por los catecúmenos
Oremos también por (nuestros)
los catecúmenos:
que Dios nuestro Señor abra los oídos de sus corazones
y les manifieste su misericordia,
de manera que, perdonados sus pecados
por medio del agua bautismal,
sean incorporados a Jesucristo.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos
extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
que fecundas sin cesar a tu Iglesia con nuevos miembros;
acrecienta la fe y la sabiduría de (nuestros)
los catecúmenos,
para que, renacidos en la fuente bautismal,
sean contados entre tus hijos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
V. Por la unidad de los cristianos
Oremos también por todos nuestros hermanos que creen en Cristo;
para que Dios nuestro Señor reúna y conserve en su única Iglesia
a quienes procuran vivir en la verdad.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
que congregas a quienes están dispersos
y conservas en la comunión a quienes ya están unidos,
mira con bondad el rebaño de tu Hijo,
para que la integridad de la fe y el vínculo de la caridad
reúnan a los que han sido consagrados por el único bautismo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén
VI. Por los Judíos
Oremos también por el pueblo judío,
a quien Dios nuestro Señor habló primero,
para que se acreciente en ellos el amor de su Nombre
y la fidelidad a su alianza.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
que confiaste tus promesas a Abraham y a su descendencia,
escucha con bondad las súplicas de tu Iglesia,
para que el pueblo de la primera Alianza
llegue a la plenitud de la salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén
VII. Por quienes no creen en Cristo
Oremos igualmente por quienes no creen en Cristo,
para que, iluminados por el Espíritu Santo,
ellos también puedan encontrar el camino de la salvación.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
concede a quienes no creen en Cristo
que, viviendo en tu presencia con sinceridad de corazón,
encuentren la verdad;
y a nosotros, danos progresar en la caridad fraterna
y en el deseo de conocerte mejor
para ser, ante el mundo, testigos más auténticos de tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén
VIII. Por quienes no creen en Dios
Oremos también por quienes no conocen a Dios,
para que, buscando con sinceridad lo que es recto,
puedan llegar hasta él.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno:
tú has creado al hombre para que te buscara con ansia
y hallara reposo al encontrarte;
concede que todos, aun en medio de las dificultades,
por los signos de tu amor y el testimonio de los creyentes,
se alegren al reconocerte como único Dios verdadero
y Padre de todos los hombres.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén
IX. Por los gobernantes
Oremos también por los gobernantes de las naciones,
para que Dios nuestro Señor
guíe sus mentes y sus corazones, según su voluntad,
hacia la paz verdadera y la libertad de todos.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
en cuyas manos están los corazones de los hombres
y los derechos de las naciones,
asiste con bondad a nuestros gobernantes
para que, con tu protección, afiancen en toda la tierra
la prosperidad de los pueblos, la paz duradera y la libertad religiosa.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
X. Por los que sufren
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso
por todos los que sufren las consecuencias del pecado en el mundo,
para que aleje las enfermedades, alimente a los que tienen hambre,
redima a los encarcelados, libere de la injusticia a los oprimidos,
dé seguridad a los viajeros, conceda el regreso a los ausentes,
la salud a los enfermos y la salvación a los moribundos.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
consuelo de los afligidos y fuerza de los atribulados;
lleguen hasta ti las súplicas de los que te invocan
en cualquier necesidad,
para que puedan alegrarse al experimentar
la cercanía de tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén
Segunda parte:
Adoración de la santa Cruz
14. Concluida la oración universal, se realiza la solemne adoración de la santa Cruz. De las dos formas que se proponen a continuación para mostrar la cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada, de acuerdo con las circunstancias.
Presentación de la santa Cruz
Primera forma
15. El diácono u otro ministro idóneo lleva procesionalmente la Cruz, cubierta con un velo morado, por la iglesia hasta el medio del presbiterio, acompañado por dos ministros con cirios encendidos. El sacerdote, de pie ante el altar, recibe la cruz y, descubriéndola en la parte superior, la eleva, invitando a los fieles a adorar la Cruz, con las palabras Este es el árbol de la Cruz, ayudado en el canto por el diácono o si es necesario por el coro. Todos responden Vengan y adoremos. Acabada la aclamación, todos se arrodillan y adoran en silencio, durante unos momentos, la Cruz que el sacerdote, de pie, mantiene en alto.
Este es el árbol de la Cruz
donde estuvo suspendida
la salvación del mundo.
Todos responden: Vengan y adoremos.
Luego, el sacerdote descubre el brazo derecho de la Cruz
y, elevándola nuevamente, comienza la invitación Este es el árbol de la
Cruz, como en la primera vez.
Finalmente, descubre totalmente la Cruz y, elevándola, comienza por tercera vez
la invitación Este es el árbol de la Cruz, y se
hace como en la primera vez.
Segunda forma
16. El sacerdote o el diácono, con los ministros, u otro ministro idóneo, se dirige a la puerta de la iglesia donde toma la Cruz descubierta. Desde allí, se hace la procesión por la iglesia hacia el presbiterio, acompañado por dos ministros con cirios encendidos. Cerca de la puerta, en medio del templo y antes de ingresar al presbiterio, el que lleva la Cruz la eleva y dice la invitación Este es el árbol de la Cruz, a la que todos responden Vengan y adoremos. Después de cada respuesta, todos se arrodillan y adoran en silencio, como se ha indicado antes.
Adoración de la santa Cruz
17. Después, acompañado por dos
ministros con cirios encendidos, el sacerdote lleva la cruz hasta el ingreso del
presbiterio o a otro lugar apto, y allí la coloca o la entrega a los ministros
para que la sostengan, dejando los cirios a ambos lados de la Cruz.
18. Para adorar la Cruz, se acerca primero el sacerdote,
habiéndose quitado la casulla y el calzado, si es oportuno. Después se acercan
procesionalmente el clero, los ministros laicos y los fieles, y veneran la Cruz
con una genuflexión simple o con algún otro signo adecuado según la costumbre
del lugar, por ejemplo, besando la cruz.
19. Para la adoración sólo debe haber una única Cruz. Si
por la gran cantidad de participantes en la celebración, no todos pueden
acercarse individualmente, el sacerdote, después que parte del clero y de los
fieles ha hecho la adoración, toma la Cruz y, de pie ante el altar, invita al
pueblo con breves palabras a adorarla. Luego levanta la Cruz en alto durante
unos momentos y los fieles la adoran en silencio.
20. Mientras se realiza la adoración de la Cruz, se canta
la antífona Señor, adoramos tu Cruz, los
Improperios, el himno Esta es la Cruz de nuestra fe,
u otro canto adecuado. Los fieles, luego de venerar la Cruz, regresan a sus
lugares y se sientan.
Cantos para la adoración de la santa Cruz
Señor, adoramos tu Cruz,
alabamos y glorificamos tu santa Resurrección.
Porque gracias al árbol de la Cruz
el gozo llegó al mundo entero.
Cf. Sal 66, 2
V. El Señor tenga piedad y nos bendiga,
haga brillar su rostro sobre nosotros.
Y se repite la antífona: Señor, adoramos tu Cruz,...
Improperios
Las partes que corresponden al primer coro se indican con el número 1; las que corresponden al segundo, con el número 2; las partes que deben ser cantadas por ambos coros se indican con los números 1 y 2. También pueden cantarlos dos cantores.
I
1 y 2: ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
1.Yo te saqué de Egipto;
tú preparaste una cruz para tu Salvador.
1.Hágios o Theós.
2.Santo es Dios.
1.Hágios Ischyrós.
2.Santo y Fuerte.
1.Hágios Athánatos, eléison himás.
2.Santo e Inmortal, ten piedad de nosotros.
1 y 2:Yo te guié cuarenta años por el desierto,
te alimenté con el maná,
te introduje en una tierra excelente;
tú preparaste una Cruz para tu Salvador.
1. Hágios o Theós.
2. Santo es Dios.
1. Hágios Ischyrós.
2. Santo y Fuerte.
1. Hágios Athánatos, elèison himás.
2. Santo e Inmortal, ten piedad de nosotros.
1 y 2: ¿Qué más pude hacer por ti?
Yo te planté como viña mía
escogida y hermosa.
¡Qué amarga te has vuelto!
Para mi sed me diste vinagre,
con la lanza traspasaste el costado de tu Salvador.
1. Hágios o Theós.
2. Santo es Dios.
1. Hágios Ischyrós.
2. Santo y Fuerte.
1. Hágios Athánatos, eléison himás.
2. Santo e Inmortal, ten piedad de nosotros.
II
Cantores
Yo por ti azoté a Egipto y a sus primogénitos;
tú me entregaste para que me azotaran.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
Cantores
Yo te saqué de Egipto,
sumergiendo al Faraón en el Mar Rojo;
tú me entregaste a los sumos sacerdotes.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
Cantores
Yo abrí el mar delante de ti;
tú, con una lanza, abriste mi costado.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
Cantores
Yo te guiaba como una columna de nubes;
tú me guiaste al pretorio de Pilato.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
Cantores
Yo te sustenté con maná en el desierto;
tú me abofeteaste y me azotaste.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
Cantores
Yo te di a beber el agua salvadora
que brotó de la peña;
tú me diste a beber hiel y vinagre.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
Cantores
Yo por ti herí a los reyes cananeos;
tú me heriste la cabeza con la caña.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
Cantores
Yo te di un cetro real;
tú me pusiste una corona de espinas.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
Cantores
Yo te levanté con gran poder;
tú me colgaste del patíbulo de la Cruz.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
Himno a la Cruz
Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.
¡Árbol precioso, benditos clavos, que llevan tan dulce carga!
Cantores:
Que canten nuestras voces la victoria de este glorioso combate;
que celebren el triunfo de Cristo en el nuevo trofeo de la cruz,
donde el Redentor del mundo se inmoló como vencedor.
Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.
Cantores:
El Creador tuvo compasión de Adán, nuestro padre pecador,
que al comer el fruto prohibido se precipitó hacia la muerte;
y para reparar los daños de ese árbol, Dios eligió el árbol de la Cruz.
Todos:
¡Árbol precioso, benditos clavos, que llevan tan dulce carga!
Cantores:
En el plan de nuestra salvación estaba previsto de antemano
que los engaños del demonio fueran desbaratados por Dios,
sacando el remedio de un árbol, así como de un árbol vino el mal.
Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.
Cantores:
Por eso, cuando se cumplió el tiempo señalado por Dios,
el Padre envió desde el Cielo a su Hijo creador del mundo,
y éste revistiéndose de nuestra carne nació del seno de la Virgen.
Todos:
¡Árbol precioso, benditos clavos, que llevan tan dulce carga!
Cantores:
Llora y gime el niño, recostado en estrecho pesebre;
la Virgen Madre lo envuelve con unos pobres pañales,
y así quedan atados las manos y los pies de un Dios.
Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.
Cantores:
Al cumplir los treinta años de su vida en este mundo,
el Redentor se entregó libremente para sufrir su Pasión:
como un cordero fue elevado en la cruz, inmolándose por todos.
Todos:
¡Árbol precioso, benditos clavos, que llevan tan dulce carga!
Cantores:
Cuando ya estaba agotado, le dieron a beber hiel;
las espinas, los clavos y la lanza traspasaron su bendito cuerpo,
haciendo manar el agua y la sangre
que lavan la tierra, el mar y los astros.
Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.
Cantores:
Doblega tus ramas, árbol altivo, ablanda tus tensas fibras,
suaviza la rigidez que te dio la naturaleza,
y ofrece un apoyo más suave a los miembros del Rey celestial.
Todos:
¡Árbol precioso, benditos clavos, que llevan tan dulce carga!
Cantores:
Tú sólo fuiste digno de llevar la Víctima del mundo;
tú eres el arca que nos conduce al puerto de la salvación;
tú fuiste empapado en la sangre divina
brotada del cuerpo del Cordero.
Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.
La conclusión nunca debe omitirse:
Todos:
¡Demos gloria eterna a la santa Trinidad!
¡Gloria igual al Padre y al Hijo, gloria al Espíritu Santo!
Que todos celebren el nombre de un solo Dios en tres personas.
Amén.
20 bis. Según la tradición y costumbre del lugar, y si
pastoralmente parece oportuno, puede cantarse el himno Stabat Mater
o algún otro canto alusivo conmemorando los dolores de la
Santísima Virgen.
Memoria de los dolores de la Santísima
Virgen María
Junto a la Cruz
Según una antigua tradición, en la tarde del Viernes santo se
realizaba en nuestras iglesias un piadoso ejercicio en memoria de los dolores
sufridos por la Santísima Virgen María junto a la Cruz de su Hijo y de su estado
de profunda soledad después de la muerte de Jesús.
Donde se considere oportuno conservar este ejercicio tradicional, realícese de
tal manera que, en su forma exterior, en el tiempo elegido y en otras
particularidades, de ningún modo reste importancia a la solemne Acción litúrgica
con que la Iglesia celebra en este día la Pasión y la Muerte del Señor.
En lugar del piadoso ejercicio tradicional, será más conveniente insertar la
memoria del dolor de María en la misma Acción litúrgica con la que se celebra la
Pasión del Señor; de esta manera aparecerá con más evidencia que la Virgen María
está unida indisolublemente a la obra de salvación realizada por su Hijo.
Después de la Adoración de la Cruz, el celebrante se dirige brevemente a los
fieles con estas palabras u otras semejantes:
Queridísimos hermanos:
Hemos adorado solemnemente la Cruz, en la cual nuestro Señor Jesucristo,
muriendo, redimió al género humano.
También María estaba junto a la Cruz del Hijo, por voluntad de Dios Padre. Sobre
todo en aquel momento, la espada profetizada por Simeón le traspasó el alma; y
aquella fue la hora de la cual le había hablado Jesús en Caná.
Junto a la Cruz, la Madre fuerte en el inmenso dolor que sufría con su Hijo
único, asociándose con ánimo maternal a su sacrificio, compartió amorosamente la
inmolación y aceptó del Hijo moribundo, como testamento de la caridad divina,
ser la Madre de todos los hombres.
Así, María, la nueva Eva, sostenida por la fe, fortalecida por la esperanza y
llena de amor, llegó a ser modelo para toda la Iglesia. Por tanto, adorando el
eterno plan de Dios Padre, nosotros que hemos celebrado la memoria de la Pasión
del Hijo, recordamos también el dolor de la Madre.
Después de la introducción, el diácono, o el mismo
sacerdote, invita a los fieles a recogerse en silenciosa plegaria.
Después de la pausa de silencio, pueden cantarse algunas estrofas del
Stabat Mater u otro canto que sea realmente adecuado a
esta celebración por el contenido, expresión literal y musical.
21. Finalizada la adoración, el diácono o un ministro
coloca la Cruz delante del altar o sobre él. Junto a la Cruz, se colocan dos
velas.
Tercera parte:
Sagrada comunión
22. Sobre el altar se extiende el
mantel y se colocan el corporal y el Misal. Luego el diácono o, en su defecto,
el mismo sacerdote, con el velo humeral trae el Santísimo Sacramento desde el
lugar de la reserva por el camino más breve, mientras todos permanecen de pie y
en silencio. Dos ministros acompañan al Santísimo Sacramento con cirios
encendidos, que colocan junto al altar o sobre el mismo.
Una vez colocado el Santísimo Sacramento sobre el altar y descubierto el copón,
el sacerdote se acerca, hace genuflexión y sube al altar.
23. El sacerdote, con las manos juntas, dice en alta voz:
Fieles a la recomendación del Salvador
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
El sacerdote con las manos extendidas continúa junto con
el pueblo:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
24. El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue él
solo:
Líbranos de todos los males, Señor,
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.
Junta las manos.
El pueblo concluye la oración, aclamando:
Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
25. A continuación el sacerdote, con las manos juntas,
dice en secreto:
Señor Jesucristo,
la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre
no sea para mí un motivo de juicio y condenación,
sino que, por tu piedad,
sirva para defensa de alma y cuerpo
y como remedio saludable.
26. El sacerdote hace genuflexión, toma una hostia
consagrada y, sosteniéndola un poco elevada sobre el copón, la muestra al pueblo
diciendo:
Éste es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Y, juntamente con el pueblo, añade:
Señor, no soy digno
de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya
bastará para sanarme.
27. Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo, diciendo
en voz baja:
El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.
28. Después distribuye la comunión a los fieles. Durante
la comunión se puede cantar el Salmo 21 u otros cantos apropiados.
29. Concluida la distribución de la comunión, el diácono o
un ministro idóneo lleva el copón al lugar preparado especialmente fuera de la
iglesia, o bien, si lo exigen las circunstancias, es colocado en el sagrario.
30. Después el sacerdote dice: Oremos;
según las circunstancias, se hace una pausa de sagrado silencio; luego el
sacerdote dice la siguiente oración:
Dios todopoderoso y eterno,
tú nos has redimido
por la santa muerte y la resurrección de Jesucristo;
mantén viva en nosotros la obra de tu misericordia
para que, por la participación de este misterio,
permanezcamos dedicados a tu servicio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
31. Para despedir al pueblo, el diácono o en su defecto el
mismo sacerdote puede invitar con estas palabras: Inclinémonos para
recibir la bendición.
Luego el sacerdote, de pie y mirando hacia el pueblo, con las manos extendidas
sobre él, dice la siguiente Oración sobre el pueblo:
Te pedimos, Señor,
que descienda una abundante bendición sobre tu pueblo,
que ha recordado la muerte de tu Hijo
con la esperanza de su Resurrección.
Llegue a él tu perdón, concédele tu consuelo,
acrecienta su fe y asegúrale la eterna salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
32. Después de hacer genuflexión delante de la Cruz, se
retiran todos en silencio.
33. Luego de la celebración, se despoja el altar, quedando
solamente la Cruz y los dos o cuatro candeleros.
34. Los que han participado de la solemne Acción litúrgica
de la tarde no celebran el Oficio de Vísperas.
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