Texto comentado: en azul; lo que he querido resaltar del texto del mismo Documento está en negrita.
El siguiente Documento de la Santa Sede (en adelante, GGC), ofrece los lineamientos principales que hay que tener en cuenta para las grandes celebraciones litúrgicas. No se añaden normas litúrgicas a las ya conocidas, sino que se esclarecen muchas, y se ofrecen consejos pastorales que posibilitan su más efectivo cumplimiento.
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
El siguiente Documento de la Santa Sede (en adelante, GGC), ofrece los lineamientos principales que hay que tener en cuenta para las grandes celebraciones litúrgicas. No se añaden normas litúrgicas a las ya conocidas, sino que se esclarecen muchas, y se ofrecen consejos pastorales que posibilitan su más efectivo cumplimiento.
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
Prot. N. 371/14
La reflexión sobre la atención necesaria que se debe prestar a
particulares celebraciones litúrgicas en las cuales, además de un elevado número
de fieles, se encuentran también muchos sacerdotes concelebrantes, ya había sido
considerada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos tras las observaciones sobre este tema, que surgieron en el Sínodo
de los Obispos del 2005 y retomado, por tanto, en el n. 61 de la Exhortación
apostólica
Sacramentum caritatis de Benedicto XVI.
Como puede advertirse, el binomio "elevado número de fieles y "muchos sacerdotes concelebrantes", es el que expresa las "grandes celebraciones" a las que se refiere esta "Guía".
Como puede advertirse, el binomio "elevado número de fieles y "muchos sacerdotes concelebrantes", es el que expresa las "grandes celebraciones" a las que se refiere esta "Guía".
Escuchado el parecer de consultores y peritos, como también el de
Organismos de la Sede Apostólica implicados en esta materia, una primera
contribución, titulada “Las grandes celebraciones: una reflexión en curso”, fue
ofrecida en Notitiae 43 (2007) 535-542. (Notitiae es la revista oficial de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos).
La atención al tema prosiguió hasta la elaboración de la presente
“Guía para las grandes celebraciones” que ahora viene publicada (en estas páginas
de Notitiae). El texto, sometido en diversas ocasiones a los Emmos.
Miembros del Dicasterio, ha recibido el parecer positivo de los Emmos. Padres en
la Reunión Ordinaria del 22 de noviembre de 2013 y recibió el beneplácito del
Santo Padre Francisco en la audiencia concedida al Card. Prefecto el pasado 7 de
junio de 2014.
Esta Congregación espera que la Guía, en la cual se recuerdan
los criterios, indicaciones y sugerencias que se encuentran en la normativa
vigente, contribuya eficazmente tanto a la diligente preparación como a la
fructuosa celebración de los Santos Misterios en circunstancias particulares,
caracterizadas por el elevado número de sacerdotes y fieles laicos
participantes.
En la Sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina
de los Sacramentos, a 13 de junio de 2014, memoria de san Antonio, presbítero y
doctor de la Iglesia.
Antonio Card. Cañizares Llovera
Prefecto
+ Arthur Roche
Arzobispo Secretario
a) Preparación remota y próxima
b) Una comunidad orante
c) Espíritu de conversión
d) Los medios de comunicación
a) La elección de un modelo adecuado de celebración
b) La concelebración eucarística
c) Liturgia y belleza
d) Sentido del misterio de Dios
e) El canto y la lengua
f) El silencio
g) Las vestiduras litúrgicas
a) Celebraciones al aire libre o en lugares no sagrados
b) El altar
c) El presbiterio
d) El ambón
e) La sede
f) La schola
a) Antes de la celebración
b) Ritos iniciales
c) Liturgia de la Palabra
d) Presentación de los dones
e) Plegaria Eucarística
f) Rito de la paz
g) La Comunión de los concelebrantes
h) La Comunión de los fieles
b) Ritos iniciales
c) Liturgia de la Palabra
d) Presentación de los dones
e) Plegaria Eucarística
f) Rito de la paz
g) La Comunión de los concelebrantes
h) La Comunión de los fieles
Valor, problemáticas y responsabilidades
1. Contemplando la realidad que nos rodea, con sus luces y sus sombras,
descubrimos “la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de
manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con
Cristo”[1]. Y la liturgia es el lugar
privilegiado para este encuentro con Cristo, que vive en la Iglesia. En este
sentido, también las grandes celebraciones han asumido un papel propio.
2. El Sínodo de los Obispos, celebrado en octubre de 2005, hizo
aflorar la temática de las grandes concelebraciones, caracterizadas por la
afluencia de muchos sacerdotes y numerosos fieles[2].
La Exhortación Apostólica postsinodal de Benedicto XVI
Sacramentum caritatis,
de 22 de febrero de 2007, retomó el argumento señalando aspectos positivos y
límites[3].
El siguiente párrafo menciona explícitamente los objetivos de esta GGC:
El siguiente párrafo menciona explícitamente los objetivos de esta GGC:
La presente “Guía” ofrece indicaciones y sugerencias para ayudar a los Obispos
a preparar y regular en sus diócesis este tipo de celebraciones, de tal modo que
sean ocasión para la evangelización, el testimonio misionero y la experiencia de
lo que es la Iglesia.
3. El concilio Vaticano II puso particular énfasis en la
participación activa, plena y fructuosa de todo el Pueblo de Dios en la
liturgia.[4] Evidentemente también en
las grandes celebraciones se tiene que tener presente la calidad de la
participación, considerada a partir de una mayor toma de conciencia del misterio
que se está celebrando y de su relación con la vida diaria.[5]
De la exigencia de participación activa “no se deduce necesariamente que todos
deban realizar otras cosas, en sentido material, además de los gestos y posturas
corporales, como si cada uno tuviera que asumir, necesariamente, una tarea
litúrgica específica”.[6] El objetivo
a alcanzar es que cuantos participan “formen, pues, un solo cuerpo, al escuchar
la Palabra de Dios, al participar en las oraciones y en el canto, y
principalmente en la común oblación del sacrificio y en la común participación
de la mesa del Señor”.[7] Tal
objetivo es más difícil de alcanzar en el caso de una asamblea heterogénea, no
habituada a rezar en común, reunida en un espacio que no está concebido
directamente para la celebración litúrgica; asamblea, además, compuesta por un
número tan elevado de personas, que no favorece el contacto directo con el
altar, el ambón o con aquel que preside y que tampoco facilita las normales
posturas rituales (sentarse, arrodillarse, desplazarse procesionalmente).
Los que hemos participado en Roma o en alguna otra parte del mundo de celebraciones presididas por el Papa a la intemperie, entendemos bien a qué se refiere el párrafo precedente cuando habla de la heterogeneidad de la asamblea "no habituada a rezar en común", y en un espacio "no concebido directamente para la celebración litúrgica". En efecto, es toda una experiencia participar de la celebración con hermanos de diferentes culturas y lugares, a veces muy lejos del Altar central, y a través de pantallas gigantes. Recuerdo que en las Misas de beatificación de Juan Pablo II y de canonización suya y de Juan XXIII, en los tramos medio y lejano con respecto al Altar, no solamente no había lugar para adoptar las "normales posturas rituales", sino que apenas podía permanecerse cómodamente de pie, debido a la innumerable cantidad de peregrinos, muchos de los cuales, en la lejanía, se encontraban en un lugar desde el cual difícilmente se veía alguna de las muchas pantallas gigantes distribuidas por la Urbe.
Los que hemos participado en Roma o en alguna otra parte del mundo de celebraciones presididas por el Papa a la intemperie, entendemos bien a qué se refiere el párrafo precedente cuando habla de la heterogeneidad de la asamblea "no habituada a rezar en común", y en un espacio "no concebido directamente para la celebración litúrgica". En efecto, es toda una experiencia participar de la celebración con hermanos de diferentes culturas y lugares, a veces muy lejos del Altar central, y a través de pantallas gigantes. Recuerdo que en las Misas de beatificación de Juan Pablo II y de canonización suya y de Juan XXIII, en los tramos medio y lejano con respecto al Altar, no solamente no había lugar para adoptar las "normales posturas rituales", sino que apenas podía permanecerse cómodamente de pie, debido a la innumerable cantidad de peregrinos, muchos de los cuales, en la lejanía, se encontraban en un lugar desde el cual difícilmente se veía alguna de las muchas pantallas gigantes distribuidas por la Urbe.
Pueden ser de gran ayuda unas oportunas moniciones, encaminadas a favorecer la
participación interior y exterior de todos y el correcto desenvolvimiento de los
ritos.[8] En esta Guía nos
referiremos en particular a la monición antes de la Comunión de los fieles.
a) Preparación remota y próxima
4. Las grandes celebraciones dan mayor fruto espiritual y apostólico
si se realizan como la culminación de un programa que se va cumpliendo a partir
de encuentros preparatorios de tipo espiritual y catequético. A tal fin resulta
muy eficaz tanto la preparación hecha con gran anticipación, por ejemplo en las
parroquias, como la próxima, realizada en los días previos al evento. Resulta
además decisiva la preparación inmediata de la celebración, que puede incluir el
ensayo de los cantos, la escucha de textos apropiados, momentos de silencio y de
oración, con letanías, el Rosario u otros ejercicios de piedad.
La "preparación hecha con gran anticipación" puede llevar hasta meses; en el caso de visitas papales, suele exceder el año de antelación.
La "preparación próxima" más común, suele enmarcarse en el ejercicio piadoso de la novena, que, sin confundirse con la celebración litúrgica, a ella se orienta; le sigue en frecuencia el triduo. Tanto en esta preparación como en la remota, no raramente suelen tener un rol preponderante las más variadas iniciativas pastorales y hasta actos culturales, que a veces cuentan con la adhesión de entidades civiles.
Por "participación inmediata" se entiende aquí la que se realiza en el mismo lugar de la celebración, con la asamblea ya congregada, poco tiempo antes de la Misa. Las más solemnes y concurridas Eucaristías papales jamás carecen de una preparación de este tipo, cuyos esquemas devocionales a veces se incluyen en la primera parte del llamado "Librito de la celebración" que se imprime y se distribuye siempre gratuitamente entre los presentes.
La "preparación hecha con gran anticipación" puede llevar hasta meses; en el caso de visitas papales, suele exceder el año de antelación.
La "preparación próxima" más común, suele enmarcarse en el ejercicio piadoso de la novena, que, sin confundirse con la celebración litúrgica, a ella se orienta; le sigue en frecuencia el triduo. Tanto en esta preparación como en la remota, no raramente suelen tener un rol preponderante las más variadas iniciativas pastorales y hasta actos culturales, que a veces cuentan con la adhesión de entidades civiles.
Por "participación inmediata" se entiende aquí la que se realiza en el mismo lugar de la celebración, con la asamblea ya congregada, poco tiempo antes de la Misa. Las más solemnes y concurridas Eucaristías papales jamás carecen de una preparación de este tipo, cuyos esquemas devocionales a veces se incluyen en la primera parte del llamado "Librito de la celebración" que se imprime y se distribuye siempre gratuitamente entre los presentes.
b) Una comunidad orante
5. La primera condición para una buena celebración será que tanto los ministros
ordenados como los fieles entren en ella superando las tentaciones del anonimato
y la dispersión, tan frecuentes en los encuentros de masas.
La presencia de numerosos fieles es un don de Dios que hemos de saber apreciar.
Pero no puede reducirse a una manifestación de masa, que descanse solamente en
signos puramente externos: la liturgia ama tanto que se dé la implicación de
todo el pueblo de Dios como el recogimiento espiritual; necesita actitudes del
cuerpo y del espíritu conformes con la dignidad de los misterios celebrados.
Efectivamente, “toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de
Dios con su Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa
como un diálogo a través de acciones y de palabras”.[9]
c) Espíritu de conversión
6. Entre las actitudes personales que favorecen la participación fructuosa en
los santos misterios se cuenta el espíritu de conversión constante, que afecta a
todos, sacerdotes y laicos: “un corazón reconciliado con Dios permite la
verdadera participación”.[10]
La íntima relación de implicancia entre el sacramento de la Confesión y la Santa Misa, en la que los sagrados ministros "confeccionan" el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, se hace particularmente patente en la siguiente exhortación:
La íntima relación de implicancia entre el sacramento de la Confesión y la Santa Misa, en la que los sagrados ministros "confeccionan" el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, se hace particularmente patente en la siguiente exhortación:
Por lo tanto, mirando a las grandes celebraciones, los Ordinarios del lugar y,
por encargo de ellos, los organizadores del evento, asegurarán la más amplia
posibilidad y facilidad para el acceso a la confesión sacramental. Se recomienda
la visibilidad, en concreto, de los sacerdotes que estén confesando y la
disponibilidad para ejercer este ministerio, tanto en los días precedentes como
en la preparación inmediata; según las características reales del lugar, facilítese la
posibilidad de confesar incluso durante la Misa, en lugares específicos e
idóneos para el sacramento.[11]
d) Los medios de comunicación
7. Si la celebración va a desarrollarse en un espacio muy amplio será de ayuda
el uso de grandes pantallas que permitan, incluso a los más alejados, la visión
de cuanto sucede. Los encargados de las tomas de imágenes han de poseer
información sobre la celebración, de modo que en los diversos momentos, la
atención se centre en las acciones litúrgicas y en las personas que las
realizan, así como en los focos implicados, es decir, el ambón durante la
liturgia de la Palabra y el altar para la liturgia eucarística. Se ha de evitar
el distraer la mirada de los fieles respecto a la celebración en acto
presentando imágenes incongruentes de personas presentes o de realidades
extrañas a la celebración.
a) La elección de un modelo adecuado de celebración
8. La celebración de una Misa supone y exige que cuantos se reúnen en el nombre
del Señor puedan sentirse parte de una concreta asamblea orante y que los
sacerdotes concelebrantes puedan expresar su necesario vínculo con el altar.
Si bien la Misa es el más importante Acto de culto, no siempre es el más adecuado. A veces, como se da a entender en el párrafo siguiente, es solamente el primero de entre otros actos litúrgicos y de piedad, de entre los que se puede optar, de acuerdo con las circunstancias particulares. En caso de que se trate de un día de precepto y que la celebración festiva sea presumiblemente la única de la que los fieles vayan a participar, debe oficiarse la Santa Misa:
Si bien la Misa es el más importante Acto de culto, no siempre es el más adecuado. A veces, como se da a entender en el párrafo siguiente, es solamente el primero de entre otros actos litúrgicos y de piedad, de entre los que se puede optar, de acuerdo con las circunstancias particulares. En caso de que se trate de un día de precepto y que la celebración festiva sea presumiblemente la única de la que los fieles vayan a participar, debe oficiarse la Santa Misa:
Por ello, en algunas ocasiones, conviene sopesar la conveniencia o no de
celebrar la Misa, y si no es preferible, dados los condicionantes, optar por
otro tipo de celebración litúrgica o de oración. Algunos encuentros de
repercusión nacional o internacional pueden encontrar adecuada expresión orante,
sea en la Liturgia de las Horas, sea en una Celebración de la Palabra, o en una
procesión, exposición o bendición con el Santísimo Sacramento, así como en una
vigilia de oración, como sucede en conocidos santuarios, particularmente si no
es día de precepto.
La decisión corresponde al Obispo diocesano, tras escuchar el parecer de la
Conferencia Episcopal, en el caso de encuentros nacionales, o el del Organismo
competente, en el caso de reuniones internacionales.
b) La concelebración eucarística
9. Si se opta por la Misa, se ha de considerar objetivamente la cuestión de la
admisión de los sacerdotes a la concelebración. Junto al alto valor de la
concelebración, especialmente manifiesto cuando se trata del Obispo diocesano
que preside, rodeado por su presbiterio y por los diáconos,[12]
se ha de tener en cuenta que “se pueden producir problemas por lo que se refiere
a la expresión sensible de la unidad del presbiterio, especialmente en la
Plegaria eucarística”.[13] Con
frecuencia, el elevado número de concelebrantes no permite asignarles un sitio
cerca del altar, llegando a estar tan lejos del mismo que la relación con él se
torna problemática.[14]
Según la normativa del derecho, corresponde al Obispo regular la disciplina de
la concelebración en su diócesis.[15]
Por tanto, tras una atenta consideración, para no mermar el signo de la
concelebración eucarística, conviene que el número de concelebrantes sea
adecuado a la capacidad del presbiterio o del espacio que hace sus veces. Puede
adoptarse el criterio de abrir la concelebración sólo a un grupo representativo
de concelebrantes.[16] Para los
demás sacerdotes se sugiere prever concelebraciones en iglesias y lugares
diversos, durante momentos aptos de la jornada.[17].
c) Liturgia y belleza
10. Para que los signos resplandezcan por su noble sencillez,[18]
se ha de preparar con esmero la disposición del espacio y la decoración de los
lugares. La sencillez no ha de degenerar en un empobrecimiento de los signos.[19]
La presencia del Crucifijo no ha de faltar. Lo dicen las normas litúrgicas de cualquier Misa. Por otra parte, es algo mundialmente acostumbrado que siempre haya una imagen de la Santísima Virgen, a menudo la de la patrona del lugar; algunas veces suele ser la de la advocación que eventualmente se celebre ese día. También puede ser la del santo patrono del lugar o del santo del día. A veces hay también insignes reliquias de los santos, a las que la Iglesia rinde el mismo culto que a las imágenes de ellos:
La presencia del Crucifijo no ha de faltar. Lo dicen las normas litúrgicas de cualquier Misa. Por otra parte, es algo mundialmente acostumbrado que siempre haya una imagen de la Santísima Virgen, a menudo la de la patrona del lugar; algunas veces suele ser la de la advocación que eventualmente se celebre ese día. También puede ser la del santo patrono del lugar o del santo del día. A veces hay también insignes reliquias de los santos, a las que la Iglesia rinde el mismo culto que a las imágenes de ellos:
Para que la mirada de los fieles no se disperse sino que se encamine hacia los
misterios de la fe que, celebrados en el tiempo, nos hacen pregustar la liturgia
eterna, resultan de gran ayuda las sagradas imágenes, de entre las que
destacaremos la representación del Pantocrátor o del Señor en gloria. Ténganse
también en cuenta las sagradas imágenes veneradas en el lugar, las más
apreciadas en la piedad popular.[20]
Cuídese todo lo referente a la belleza de los ornamentos y enseres litúrgicos,
de modo tal que fomenten la admiración ante el misterio de Dios.[21]
Cuando se dé el caso de que las vestiduras y los vasos sagrados se fabriquen
ex profeso para la ocasión, ténganse en cuenta, tanto en lo referente a los
materiales como en lo que atañe a las formas, las normas generales.[22]
Al leer el párrafo anterior, recordé la última Misa que el Papa presidió en su segundo Viaje Apostólico a América, en Asunción del Paraguay, el 12 de julio de 2015, en la que tuve la gracia de participar. El gran templete del Altar estaba hecho de millares de choclos que habían donado los paraguayos (el maíz abunda en el país).
Al leer el párrafo anterior, recordé la última Misa que el Papa presidió en su segundo Viaje Apostólico a América, en Asunción del Paraguay, el 12 de julio de 2015, en la que tuve la gracia de participar. El gran templete del Altar estaba hecho de millares de choclos que habían donado los paraguayos (el maíz abunda en el país).
d) Sentido del misterio de Dios
11. También en una gran celebración ha de manifestarse el sentido del culto
litúrgico. Por ello se han de cuidar particularmente las expresiones de
adoración y de reconocimiento consciente de la presencia y de la acción de Dios.
La celebración de los ritos ha de tener en cuenta la verdad de los signos,
gestos y movimientos, así como su significado e impacto en una gran asamblea. La
misma acción asume matices de comunicación específicos según se lleve a cabo en
una iglesia parroquial, en una catedral o en el espacio que acoge a una
muchedumbre.
e) El canto y la lengua
12. Si el canto, expresión de la alegría del corazón, tiene la función de
favorecer la unión de los fieles que se han reunido, esto se cumple
particularmente en las grandes celebraciones, donde resulta más complicado
expresar el sentido coral de la fe, de la oración y de los sentimientos.[23]
Aun valorando otras laudables tradiciones y orientaciones del canto, el
gregoriano, propio de la liturgia romana, mantiene inalterablemente su valor.[24]
Otros géneros de canto no se excluirán, con tal de que respondan al espíritu de la
acción litúrgica y favorezcan la participación de todos.[25]
Jugarán un papel importante, tanto la preparación de la asamblea para el canto,
como los coros que la han de sostener, un solista que la guía, los estribillos
que pueden usarse, así como también el director del canto, que ha de conocer las
normas del derecho litúrgico.[26]
Puede ser útil tener en cuenta el repertorio Iubilate Deo, así como los
repertorios nacionales o diocesanos debidamente aprobados.[27]
La lengua latina y el canto gregoriano han de seguir ocupando el primer lugar de preferencia en las celebraciones internacionales:
La lengua latina y el canto gregoriano han de seguir ocupando el primer lugar de preferencia en las celebraciones internacionales:
La experiencia aconseja que todos tengan a disposición un libro donde poder
seguir también los cantos.
En una celebración de carácter internacional, para mejor expresar la unidad y
universalidad de la Iglesia, se puede dar más amplio espacio a la lengua latina
y usar diversas lenguas en cantos, lecturas bíblicas e intenciones de la Oración
Universal;[28] en tal caso, los
libros de la celebración ofrecerán las oportunas traducciones.
f) El silencio
13. En los momentos previstos respétese el sacro silencio, parte integrante de
la misma liturgia. Su significado cambia según el lugar que ocupa en cada una de
las celebraciones.[29] La tradición
litúrgica certifica que se trata de una forma eficaz y profunda de
participación. Particularmente ante grandes asambleas su importancia se
refuerza.
Antes de comenzar la celebración se puede recordar su importancia, invitar a no
aplaudir, a no hacer fotografías y a no hondear banderas. Esto se realiza siempre actualmente antes de cada Misa presidida por el Papa.
g) Las vestiduras litúrgicas
14. Si las personas y las funciones no se distinguen con claridad por medio de
los ornamentos, fácilmente se crean confusiones. Es por ello necesario que cada
ministro ordenado vista los ornamentos que le son propios[30].
La escasez de ornamentos morados para todos los concelebrantes durante la Misa del Domingo I de Adviento, que el Papa Francisco presidió en la República Centroafricana el 29 de noviembre de 2015, hizo que solo él y los celebrantes que estarían a su lado en el Altar, más sus diáconos, usaran esos ornamentos morados prescriptos. El resto de los obispos concelebrantes los usó blancos.
El Santo Padre usó una capa pluvial morada para la procesión inicial y para el "rito de apertura de la Puerta de la Misericordia" en la Catedral de la Inmaculada Concepción (-anticipó el Jubileo de la Misericordia que inauguraría en Roma el 8 de diciembre siguiente-); luego presidió la Misa con la casulla del mismo color.
La escasez de ornamentos morados para todos los concelebrantes durante la Misa del Domingo I de Adviento, que el Papa Francisco presidió en la República Centroafricana el 29 de noviembre de 2015, hizo que solo él y los celebrantes que estarían a su lado en el Altar, más sus diáconos, usaran esos ornamentos morados prescriptos. El resto de los obispos concelebrantes los usó blancos.
El Santo Padre usó una capa pluvial morada para la procesión inicial y para el "rito de apertura de la Puerta de la Misericordia" en la Catedral de la Inmaculada Concepción (-anticipó el Jubileo de la Misericordia que inauguraría en Roma el 8 de diciembre siguiente-); luego presidió la Misa con la casulla del mismo color.
Aun cuando los concelebrantes sean numerosos es laudable hacer lo posible para
que cada uno pueda vestir la casulla, teniendo en cuenta que ésta puede ser
siempre de color blanco[31]. Los
demás ministros, por lo que se refiere a la vestidura litúrgica, seguirán las
legítimas costumbres locales.
a) Celebraciones al aire libre o en lugares no sagrados
15. El carácter sacro de la acción litúrgica conlleva que cobre una gran
importancia la organización del espacio en el que se desarrolla, el cual ha de
ser estudiado en relación con las normas generales.[32]
Si la celebración se realiza al aire libre conviene que la asamblea se reúna, a
ser posible, en un espacio bien delimitado. De este modo se acentúa la dimensión
sagrada y la visibilidad de la comunidad reunida en oración.
El lugar sea escogido con cuidado, teniendo en cuenta que los lugares al aire
libre o aquellos normalmente destinados a otros usos no se adecuan por su propia
naturaleza a la acción sagrada y no resulta fácil crear en ellos un ambiente de
oración. Un lugar habitualmente destinado a otros fines específicos de encuentro
y reunión, por ejemplo, deportivos, no resulta que sea el más adecuado, dadas las
distracciones que, incluso de modo inconsciente, puede provocar en los fieles.
La elección, tras las convenientes deliberaciones, es responsabilidad del Obispo
del lugar.
16. En tal espacio “dispónganse los lugares para los fieles con el conveniente
cuidado, de tal forma que puedan participar debidamente, siguiendo con su mirada
y de corazón, las sagradas celebraciones”.[33]
Los lugares se estructuren de modo que resulte fácil acercarse a recibir la
Santa Comunión. Cuídese que los fieles no sólo puedan ver, sino también escuchar
cómodamente.[34] Por lo tanto, a
fin de favorecer la participación, prepárese, con la colaboración de expertos,
una instalación de megafonía adecuada.
17. Si fuese necesario, se dispondrán lugares aptos (capillas) para reservar el
Santísimo Sacramento, que pueden servir para distribuir la Comunión y para la
reserva de las sagradas Formas sobrantes. Se tendrá que encontrar una proporción
adecuada entre el número de fieles presentes y el de lugares donde distribuir,
reservar y custodiar las Formas consagradas. (Ofrecemos, como orientación, la
proporción de una capilla eucarística por cada tres mil fieles).
b) El altar
18. Por la importancia que asume, al ser el lugar del sacrificio y la mesa del
Señor, con su cruz,[35] sea
colocado de modo que “que sea de verdad el centro hacia el que espontáneamente
converja la atención de toda la asamblea de los fieles”[36].
De este modo se asegura la orientación de la asamblea, que en las grandes
celebraciones puede fácilmente perderse.
Se ponderarán cuidadosamente las dimensiones del altar, su elevación y la
calidad de su iluminación. Sirve, para destacarlo e incluso para hacerlo visible
desde lejos, colocarle una cubierta o baldaquino, adecuado para preservarlo, sea
de la lluvia que del sol; sus medidas sean tales que no obstaculicen ni la vista
ni las tomas de televisión.
El altar ha de ser único. De hecho, uno solo es Cristo, del que el Altar es imagen, y uno y único es también su Sacrificio redentor. Por lo tanto, hay que evitar absolutamente la
multiplicación de altares o mesas, en torno a los cuales se agrupan los
concelebrantes. Del mismo modo que el exagerado alargamiento de la mesa en el
espacio, disponiendo a su alrededor los numerosos concelebrantes e impidiendo a
los fieles la percepción del altar.
c) El presbiterio
19. En el caso de las grandes celebraciones con frecuencia se hace necesario
ʻcrearʼ un presbiterio, que ha de ser concebido y dispuesto tal y como prevén
las normas.[37] Resulta necesario
tener presentes las proporciones entre el presbiterio y los otros espacios,
ocupados por la schola y por los fieles, dado que la estructuración del
conjunto ha de reflejar que “el pueblo de Dios, que se congrega para la Misa,
posee una coherente y jerárquica ordenación”.[38]
En el presbiterio se colocarán los asientos para los sacerdotes concelebrantes.[39]
Si la celebración es al aire libre, por ejemplo en un atrio abierto o en una
plaza, se habrá de delimitar una superficie en la que puedan situarse
cómodamente los sacerdotes y hacer visible su unidad. Dentro de esta zona se ha
de prever también, si es posible, una zona para los sacerdotes que no
concelebran y que están presentes con su hábito coral.[40]
No conviene que éstos participen en la Misa, en cuanto a las formas externas,
como fieles laicos.[41]
d) El ambón
20. En conexión con el presbiterio, relacionado visiblemente, por su ornato, con
el altar y con la sede, el ambón es el lugar en el cual, por medio de las
sagradas Escrituras, resuena la Palabra que Dios dirige a la asamblea reunida,
para conducirla hasta la Comunión eucarística.
Por lo tanto, especialmente en estas grandes celebraciones, colóquese en alto,
de modo que sea bien visible, sea proporcionado su tamaño, respecto a la
amplitud del espacio, y lo suficientemente amplio para poder realizar con
solemnidad la proclamación del Evangelio. Se disponga de tal modo que, durante
la liturgia de la Palabra, la asamblea centre espontáneamente en él su atención
y los ministros ordenados puedan ser vistos y escuchados cómodamente por todos.[42]
Es indispensable que moniciones, comentarios y avisos, así como la dirección del
canto, se realicen desde otro lugar distinto al ambón, visible pero discreto, y
que no ocupe el presbiterio.[43]
El presbiterio es exclusivamente para los concelebrantes y para los ministros que vayan a servirlos.
El presbiterio es exclusivamente para los concelebrantes y para los ministros que vayan a servirlos.
e) La sede
21. Como lugar desde el cual, quien preside, lleva a cabo importantes funciones
a lo largo de la celebración, la sede ocupa un lugar definido en el presbiterio.
Ha de ser bien visible a los fieles, en cierta relación con los concelebrantes,
y estar conectada con el altar y con el ambón por sus formas y ornato.
Cerca de ella, al servicio de quien preside, se disponen lugares para los
diáconos. En una posición más discreta aun, se prevean lugares para los otros
ministerios.[44]
f) La schola
22. Teniendo presente el espacio en el que se está celebrando, los miembros de
la schola “colóquense de tal manera que aparezca claramente su
naturaleza, es decir, que ellos hacen parte de la comunidad congregada y que
desempeñan un oficio peculiar”.[45]
Por esto mismo, sin ocupar un lugar en el presbiterio o en competencia con el
mismo, conviene que los integrantes de la schola miren hacia el altar y
no hacia los demás fieles. De este modo se favorece “el desempeño de su oficio”[46]
y se promueve entre todos una plena participación en la Misa.
a) Antes de la celebración
23. En la preparación inmediata de la celebración se recomienda el recogimiento
tanto a los fieles laicos como a los sacerdotes.[47]
Para garantizarlo, incluso cuando los concelebrantes son numerosos, es bueno
contar con lugares específicos donde puedan revestirse el celebrante principal y
los Obispos y presbíteros concelebrantes, con la ayuda de los diáconos y de los
servidores del altar.
b) Ritos iniciales
24. Dado que en las grandes celebraciones la entrada de los concelebrantes
requiere tiempo, la mayoría de ellos podría ocupar su puesto, ordenada y
discretamente, antes de la hora de inicio de la celebración.
La procesión de entrada sea siempre abierta por el turiferario, los ministros
que llevan la cruz y los ciriales y el diácono con el Evangeliario[48].
Es la primera vez en un documento litúrgico que la sugerencia de la incensación del Altar se presenta como no facultativa:
Es la primera vez en un documento litúrgico que la sugerencia de la incensación del Altar se presenta como no facultativa:
La incensación del altar y de la cruz, al inicio de la celebración,[49]
no se omita nunca, porque, junto con el canto, ayuda en estas grandes
celebraciones a crear un ambiente de oración comunitaria. En amplios espacios se
ha de cuidar, aun más, la verdad de los signos.
Tras el saludo litúrgico, el Obispo del lugar o su Delegado, puede dirigir unas
breves palabras de acogida, a las que seguirá el acto penitencial. En los Misales papales
que se realizan para las celebraciones de sus Viajes apostólicos, suele
incluirse esta monición introductoria.
Los ritos iniciales no son el momento idóneo para los discursos de las Autoridades civiles, que pueden pronunciarse antes o después de la celebración. Esto por el sencillo hecho de que no forman parte de la liturgia.
Los ritos iniciales no son el momento idóneo para los discursos de las Autoridades civiles, que pueden pronunciarse antes o después de la celebración. Esto por el sencillo hecho de que no forman parte de la liturgia.
c) Liturgia de la Palabra
25. Puesto que “la Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que
favorezca la meditación”,[50]
proclámense las lecturas sin prisas, de tal modo que todos puedan oír y
comprender la Palabra del Señor. Téngase en cuenta que en grandes espacios el
sonido tarda en llegar a los lugares más alejados. Resulta muy eficaz realizar
breves pausas, puesto que permiten meditar lo ya oído[51].
Por lo tanto, póngase mucho esmero en la elección de los lectores.
Tampoco se presenta aquí como optativa la procesión con el Evangeliario:
Tampoco se presenta aquí como optativa la procesión con el Evangeliario:
La procesión con el Evangeliario se ha de hacer con gran solemnidad,[52]
de tal modo que se manifieste la peculiar reverencia reservada al Evangelio[53]
y que la escucha del mismo constituye la cima de la Liturgia de la Palabra.[54]
Conviene destacar la proclamación del Evangelio por medio del canto.[55]
Las grandes celebraciones son una de esas ocasiones en las cuales la sede
resulta ser el lugar más adecuado para realizar la homilía.[56]
Tras la homilía conviene guardar unos instantes de silencio.[57]
d) Presentación de los dones
26. El gesto de los fieles que llevan los dones[58]
“para ser vivido en su auténtico significado, no necesita ser enfatizado con
añadiduras superfluas”.[59] En las
grandes celebraciones sólo se presentarán los dones que constituyen la materia
para el sacrificio o aquellos destinados a la caridad. Téngase en cuenta que,
añadir explicaciones a la presentación de los dones, no favorece el sentido
litúrgico de este momento de la celebración.
Póngase atención para que la cantidad de pan y de vino para consagrar se
corresponda con el número de participantes y concelebrantes.
Los dones eucarísticos se colocarán sobre el altar. Si, dada la cantidad, esto
no es posible, algunos presbíteros no concelebrantes, diáconos o acólitos
instituidos, llevando en sus manos las píxides, se colocarán, antes de la
presentación de los dones, cerca del altar, sin ser, no obstante, un estorbo
para los concelebrantes y sin impedir a los fieles la visión del mismo.
e) Plegaria Eucarística
27. Para facilitar la participación personal de todos los concelebrantes,
conviene que cada uno de ellos disponga de un folleto con la plegaria
eucarística. Las partes que se han de decir conjuntamente por parte de los
concelebrantes, “especialmente, las palabras de la consagración, las cuales
todos están obligados a pronunciar, deben decirse de tal modo que los
concelebrantes las acompañen en voz baja y que la voz del celebrante principal
se escuche claramente”.[60]
Conviene que en las grandes celebraciones estas partes sean cantadas,[61]
porque así, además de enfatizar el carácter sacro de la plegaria, se favorece la
sincronización de las voces. El venerble Canon Romano o Plegaria Eucarística I, dada su estructura, es la que permite la participación oral de más concelebrantes.
Un elevado número de concelebrantes aconseja evitar desplazamientos, que
distraen tanto a los sacerdotes como a los fieles.
En el momento de la consagración las píxides se han de destapar. La adoración
por parte de los fieles viene favorecida por medio de específicas
manifestaciones de reverencia para con la Eucaristía, como el arrodillarse, si
es posible, la incensación de las sagradas especies[62]
y el tañer de las campanillas.[63]
En algunos lugares, la importancia del momento se destaca por la presencia de
ciriales, llevados por los que sirven en la celebración, los cuales se colocan
ante el altar. También esto se ha adoptado desde hace unos años en las Misas papales.
f) Rito de la paz
28. Conviene, particularmente en las grandes celebraciones, que el gesto de
darse la paz sea moderado, de modo que “cada uno exprese la paz sobriamente sólo
a los más cercanos a él”.[64] La
sobriedad del gesto, no quita nada a su importancia, pero ayuda a mantener el
clima de oración en los momentos previos a la Comunión.
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha emanado un esclarecedor documento sobre el saludo de la paz.
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha emanado un esclarecedor documento sobre el saludo de la paz.
g) La Comunión de los concelebrantes
29. Es importante prestar mucha atención a la Comunión de los concelebrantes,
que requiere cuidadosa preparación y atención. “Se realice según las normas
prescritas en los libros litúrgicos, utilizando siempre Hostias consagradas en
esa misma Misa y recibiendo todos los concelebrantes, siempre, la Comunión bajo
las dos especies”.[65] Los
concelebrantes comulguen ellos, antes de ir a distribuir la Comunión a los
fieles.
Si el gran número de concelebrantes impide que todos se acerquen a comulgar en
el altar, diríjanse a lugares dispuestos con antelación a tal fin, donde puedan
comulgar con calma y piedad. Si se está dentro de una gran iglesia, estos
lugares podrían ser las capillas laterales, por el contrario, en espacios al
aire libre, se tendrán que preparar sitios fácilmente visibles e identificables
por parte de los concelebrantes. En tales lugares, sobre una amplia mesa, se
colocarán uno o más corporales, cálices y, junto a ellos, patenas con las
sagradas Formas. Si esto se hiciese muy difícil, conviene que los concelebrantes
permanezcan en sus lugares y que allí comulguen el Cuerpo y la Sangre del Señor,
que les ofrecerán los diáconos o algunos de entre los mismos concelebrantes.
Póngase el mayor cuidado por evitar que las sagradas Formas o Gotas de la
preciosa Sangre del Señor caigan al suelo.
Tras la distribución de la Comunión a los concelebrantes, se pondrá cuidado para
que, el Vino consagrado y no consumido, se beba pronto y en su totalidad, (de hecho, jamás está permitido "reservar" la preciosísima Sangre del Señor) y las Formas consagradas restantes se lleven a los lugares destinados para la reserva
y custodia de la Eucaristía.[66]
h) La Comunión de los fieles
30. Antes de comenzar el canto de comunión, teniendo en cuenta las situaciones
variadas de los presentes, sea por pertenecer o no a la Iglesia católica, sea
por sus disposiciones personales,[67]
conviene que, por medio de una oportuna monición, se recuerden las actitudes de
adoración y de respeto hacia el Sacramento, así como las condiciones para poder comulgar;[68] junto a esto, se
pueden indicar los lugares y modalidades previstos para la distribución de la
Comunión.
Siendo recomendable que la Comunión se realice con Formas consagradas en la
misma celebración,[69] por motivos
comprensibles, en las grandes celebraciones, puede tener que darse la Comunión
con Formas anteriormente consagradas, en tal caso, consérvense en píxides
debidamente custodiadas, reservadas en sagrarios seguros y de tamaño
suficiente, colocados en capillas o lugares adecuados, preparados para tal fin.
A estos lugares, o puntos señalados a lo largo de los pasillos, que delimitan
los diversos sectores, se encaminarán los fieles que deseen recibir la Comunión.
Los ministros que reparten la Comunión se han de poder reconocer con facilidad.
Un modo posible de conseguirlo, en línea con la tradición, es que los acompañe
otra persona -un monaguillo o servidor del altar- que lleve una sombrilla (umbrella)
-en la Ciudad del Vaticano actualmente se usan umbrellas amarillas y blancas- u otro signo visible, como, por ejemplo, un cirio encendido.
Si siempre es de alabar el uso de la bandeja de comunión, lo es particularmente
en estas circunstancias, que hacen la distribución de la Eucaristía más
compleja;[70] para tal fin, si es
preciso, recúrrase a emplear como bandeja las propias tapaderas de las píxides.
Prevéanse e indíquense los lugares donde pueden comulgar las personas con
necesidades especiales (v.g. los celíacos).
El Obispo del lugar, teniendo en cuenta los eventuales riesgos previsibles en
estas grandes celebraciones, podrá decidir si resulta o no oportuno aplicar lo
dispuesto en la Instrucción
Redemptionis Sacramentum, número 92, de modo
que la Comunión se reparta solamente en la boca.
A los lugares destinados para la reserva eucarística se llevarán con dignidad
las Formas que queden al término de la Comunión, entregando allí las píxides
cubiertas; en tales lugares tendrá que haber todo lo necesario para la
purificación de los vasos sagrados y de los dedos.
31. El concilio Vaticano II inició sus trabajos tratando sobre la sagrada
liturgia. De este modo se puso en evidencia de modo inequívoco el primado de
Dios, verdadero Protagonista de la celebración litúrgica de la Iglesia. Cuando
el mirar a Dios no está en el fundamento, todo pierde su orientación. Con la
presente “Guía para las Grandes Celebraciones”, con sus indicaciones y
sugerencias prácticas, no se persigue otro fin que el de ayudar a preparar
convenientemente y a vivir fructuosamente las grandes celebraciones litúrgicas.
Nos sirva de ejemplo la Bienaventurada Virgen María, imagen de la Iglesia en
oración. “La belleza de la liturgia celestial, que debe reflejarse también en
nuestras asambleas, tiene un fiel espejo en Ella. De Ella hemos de aprender a
convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales para poder presentarnos
también nosotros, según la expresión de san Pablo, “inmaculados” ante el Señor,
tal como Él nos ha querido desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4)”.[71]
[1] Benedicto XVI, Motu proprio
Porta fidei (11-XI-2011), n. 2.
[2] Cf. Synodus Episcoporum XI Coetus Generalis Ordinarius.
Eucharistia: fons et culmen vitae et missionis Ecclesiae. Elenchus
finalis propositionum, Editiones latina et italica, E Civitate
Vaticana MMV, Propositio 37, p. 26: “Los Padres sinodales reconocen el
alto valor de las concelebraciones, especialmente de las presididas por
el Obispo con su presbiterio, los diáconos y los fieles. Se pide, sin
embargo, a los órganos competentes que estudien mejor la praxis de la
concelebración cuando el número de los celebrantes es muy elevado”.
[3] Cf. Benedicto XVI, Exhort. Ap. post.
Sacramentum caritatis (22-II-2007), n. 61.
[4] Cf. Concilio Vaticano II, Const.
Sacrosanctum Concilium, nn. 14;
30-32; 48.
[5] Cf. Concilio Vaticano II, Const.
Lumen gentium, n. 10; Catecismo de la Iglesia Católica (=
CEC), n. 1142.
[6]Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
(= CCDDS), Inst.
Redemptionis Sacramentum, n. 40.
[7] Cf. Ordenación general
del Misal Romano (= OGMR), n. 96.
[8] Cf. OGMR, n. 31.
[9] CEC n. 1153.
[10] Benedicto XVI, Exhort. ap. post.
Sacramentum caritatis,
n. 55.
[11] Cfr. Juan Pablo II, Motu proprio
Misericordia Dei (7-IV-2002), n.
2; Cf. CCDDS, Responsa ad dubia proposita: Notitiae, 37 (2001), 259
260.
[12] Cf. Concilio Vaticano II, Const.
Sacrosanctum Concilium, n. 57 y Dec. Presbyterorum Ordinis,
n. 7; OGMR, nn. 199 y 203.
[13] Benedicto XVI, Exhort. ap. post.
Sacramentum caritatis, n. 61.
[14] «Numerus concelebrantium, singulis in casibus definitur retione habita tam
ecclesiae quam altaris in quo fit concelebratio, ita ut concelebrantes circum
altare stare possint, etsi omnes mensam altaris immediate non tangunt»: Sacra Rituum Congregatio,
Ritus servandus in concelebratione Missae et Ritus communionis sub utraque
specie, editio typica, Typis Polyglottis Vaticanis 1966, n. 4.
[15] Cf. Concilio Vaticano II, Const.
Sacrosanctum Concilium, n. 57, § 2,1; OGMR, n. 202.
[16] Cf. Caeremoniale Episcoporum, n. 274: “Quo melius autem
significetur unitas presbyterii, curet Episcopus ut adsint e diversis regionibus
dioecesis presbyteri concelebrantes”.
[17] Cf. OGMR, n. 201.
[18] Cf. Concilio Vaticano II, Const.
Sacrosanctum Concilium, n. 34.
[19] Cf. Juan Pablo II, Cart. Ap.
Vicesimus quintus annus (4-XII-1988), n. 10.
[20] Cf. OGMR, n. 318.
[21] Cf. Benedicto XVI, Exhort. Ap. Post.
Sacramentum caritatis, n. 41.
[22]Cf. OGMR, nn. 325-347; CCDDS Instr.
Redemptionis Sacramentum, n. 117.
[23] Cf. OGMR nn. 39 y 47;
CCDDS, Instr. Liturgiam authenticam, n. 108.
[24] Concilio Vaticano II, Const.
Sacrosanctum Concilium, n. 116; OGMR, n. 41.
[25] Cf. OGMR, n. 41.
[26] Cf. Caeremoniale Episcoporum,
n. 39; OGMR, n. 104.
[27] Cf. CCDDS, instr.
Liturgiam authenticam, n. 108.
[28] Cf. Benedicto XVI, Exhort. ap. post.
Sacramentum caritatis, n. 62.
[29] Cf. OGMR, n. 45, 56, 88.
[30] Cf. OGMR, n. 337-338;
Caeremoniale Episcoporum, nn. 56-62.
[31] Cf. OGMR, n. 209; CCDDS, Instr.
Redemptionis Sacramentum, n. 124.
[32] Cfr. OGMR, 295-310.
[33] OGMR, n. 311.
[34] Cf. ibidem.
[35] Cf. OGMR, n. 296
[36] OGMR, n. 299.
[37] Cf. OGMR, 295-310.
[38] OGMR, n. 294.
[39] Cf. OGMR, 310.
[40]Cf. OGMR, nn. 114 y
310.
[41] Cf. CCDDS, Instr.
Redemptionis Sacramentum, nn. 113 y 128.
[42]Cf. OGMR, n. 309.
[43] Cf. ibidem.
[44]Cf. OGMR, n. 310.
[45] OGMR, n. 312.
[46]Cf. ibidem.
[47]Cf. OGMR, n. 45.
[48] Cf. Caeremoniale Episcoporum, n. 128.
[49] Cf. OGMR, n. 276;
Caeremoniale Episcoporum, n. 131.
[50] OGMR, n. 56.
[51]Cf. OGMR, n. 45.
[52]Cf. OGMR, n. 175.
[53]Cf. OGMR, n. 134.
[54] Cf. Ordenación de
las lecturas de la Misa, Introducción, n. 13.
[55] Cf. Benedicto XVI, Exhort. Ap. Post.
Verbum Domini, n. 67.
[58]Cf. OGMR, n. 73.
[59]Benedicto XVI, Exhort. Ap. Post.
Sacramentum caritatis, n. 47.
[60] OGMR, n. 218.
[61]Cf. OGMR, n. 218.
[62]Cf. OGMR, n. 150.
[63] Cf. ibidem.
[64] OGMR, n. 82.
[65] CCDDS, Instr.
Redemptionis Sacramentum, n. 98.
[66]Cf. OGMR, n. 163.
[67]Cf. Benedicto XVI,
Exhort. Ap. Post.
Sacramentum caritatis, n. 50; CEC, n. 1385.
[68]“Alguna vez sucede que
los fieles se acercan en grupo e indiscriminadamente a la mesa sagrada.
Es tarea de los pastores corregir con prudencia y firmeza tal abuso.
Además, donde se celebre la Misa para una gran multitud o, por ejemplo,
en las grandes ciudades, debe vigilarse para que no se acerquen a la
sagrada Comunión, por ignorancia, los no católicos o, incluso, los no
cristianos, sin tener en cuenta el Magisterio de la Iglesia en lo que se
refiere a la doctrina y la disciplina. Corresponde a los Pastores
advertir en el momento oportuno a los presentes, sobre la verdad y
disciplina que se debe observar estrictamente”: CCDDS, Instr.
Redemptionis Sacramentum, nn. 83-84:
[69] Cf. OGMR, n. 85.
[70]Cf. CCDDS, Instr.
Redemptionis Sacramentum, n. 93.
[71]Benedicto XVI, Exhort. Ap. Post.
Sacramentum caritatis, n. 96.
24-25 de diciembre de 2015, gran solemnidad de la Natividad del Señor del Año Jubilar de la Misericordia. Entrada dedicada al Salvador en el Misterio de su santísimo Nacimiento.
S. Juan Pablo II inicia el Jubileo del 2000 (24-12-99) |
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