El siguiente cántico se ha extraído de las Obras -publicadas en 1762- del beato Don Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Osma, (Tratados espirituales, tomo V, pp. 460-463). Es una imitación del célebre himno Te Deum laudamus, del Oficio de lectura de la Liturgia de las Horas:
Cántico a la Virgen, "Silva y Selva", de diversas flores de sus alabanzas:
TE VIRGINEM LAUDAMUS
Y tu nombre santísimo alabamos.
A ti, Madre de Dios, confiesa el Cielo,
Virgen Inmaculada, en cielo, y suelo.
A ti honran los Ángeles,
A ti veneran los Arcángeles,
A ti piden amor los Serafines,
y su luz a tu luz los Querubines.
Las Virtudes te alaban,
y de loar tu nombre nunca acaban.
Los Patriarcas dicen
que tu nombre santísimo bendicen;
y el Coro de Profetas venerable,
como Reina te aclama, santa, y admirable.
Y el Colegio Apostólico te admira,
y a servir tu beldad dichoso aspira;
los mártires te aclaman,
los confesores te aman,
y el Coro de las Vírgenes purísimo,
te venera como modelo perfectísimo.
Tú eres hija del Padre,
Y del Hijo mejor, la mejor Madre:
El Espíritu Santo
habita en ti como en su templo santo.
Toda la Trinidad
forma en ti Trono de su Majestad.
Eres Cielo animado,
y el hombre por ti ha sido reparado,
y debe a tu belleza
todo su ser nuestra naturaleza.
Tú enjugaste las lágrimas primeras,
y nos granjeaste glorias verdaderas;
pues a la culpa triste,
dichosa tú la hiciste;
Y por ti más ganamos redimidos, que perdimos por Eva destruidos.
Arca eres celestial del Testamento,
donde tuvo su asiento
tu Hijo Omnipotente,
Redentor, Salvador, Santo, y Clemente.
De ti, como de tálamo sagrado,
salió el Esposo, blanco y encarnado,
a redimir al mundo,
Misterio tan profundo;
a ti sola se debe,
hacer tratable a Dios, humano, y breve.
Tú eres Fuente sellada,
de toda criatura venerada,
donde bebe el sediento
gracia, gloria, consuelo, amor, contento:
Tú de David la Torre, tú la Casa,
Tú la Brasa de amor que al mundo abrasa,
Tú hiciste que los Cielos
bajasen a la Tierra:
todos nuestros consuelos
y todo nuestro bien en ti se encierra.
Maestra eres de piedad,
Apiádate de mí, Madre piadosa;
levánteme tu mano poderosa,
no me deje en la vida
de tu favor mi vida siempre asida:
defiéndeme en la muerte, hasta llegar dichosamente a verte.
A tu Hijo nos muestras
oh, de toda virtud perfecta Maestra.
Pues por ti Lo gozamos,
Por ti fue Redentor;
sea por ti, Señora, Salvador.
Por ti bajo del Cielo
y se hizo hombre en el suelo.
Por ti nos lleve desde el Cielo al suelo.
me defienda tu brazo dulce y fuerte.
y cuando el Enemigo,
que de mis culpas es fiero testigo,
en aquella agonía
mi perdición busque con porfía,
Acusador pesado,
nunca de perseguirme fatigado.
En tan cruel peligro y riesgo tanto
cúbrame, Virgen, tu sagrado manto.
y a ti, Señora, deba la victoria,
gracia en la vida y en el Cielo gloria. Amén.
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